En el continente perdido
Leyendo 'Am¨¦rica', de Manuel Vilas, pensaba que no habr¨ªa mejor corresponsal que un poeta con talento. Trump ronda el libro como amenaza y vaticinio
Estados Unidos es un continente tan ajeno y tan desconocido para nosotros como la meseta del T¨ªbet. No hay pa¨ªs del que recibamos m¨¢s informaci¨®n, sobre el que veamos m¨¢s pel¨ªculas, m¨¢s libros, m¨¢s series de televisi¨®n que abarcan todos los aspectos posibles de la vida, desde las conspiraciones pol¨ªticas de la Casa Blanca hasta los manejos de los narcotraficantes o las intimidades de los vampiros y de los zombis. Nuestras ciudades est¨¢n llenas de franquicias de comida americana. Nuestras periferias urbanas imitan con fidelidad pat¨¦tica pero cada vez m¨¢s lograda la desolaci¨®n de la mayor parte de las ciudades o exciudades de all¨ª, todas ellas pura periferia sin centro. En nuestros anuncios, y en una parte de nuestra literatura, la gente habla ya en una prosa de doblaje de pel¨ªcula americana. Cuanta m¨¢s omnipresencia y cercan¨ªa, mayor es la ignorancia. A eso se a?ade que una est¨¦tica muy seductora, heredada del cine y de la iconograf¨ªa pop, embellece la desolaci¨®n y envuelve en romanticismo hasta la miseria y el deterioro americanos, las carreteras, los moteles, los aparcamientos, las urbanizaciones de casas id¨¦nticas con jardines, etc¨¦tera.
No hay noches m¨¢s oscuras que las de Estados Unidos, ni autopistas con m¨¢s carriles, ni casinos m¨¢s grandes habitados por gente m¨¢s obesa
Por eso es m¨¢s fuerte todav¨ªa el shock de quien se encuentra de golpe y de verdad en el interior desconocido de ese continente; quien tiene que viajar en un autob¨²s Greyhound de la realidad y no de los anuncios o de las pel¨ªculas, quien sale de un hotel en lo que imaginaba que era el centro de una ciudad y se ve perdido en medio de una vasta escenograf¨ªa de aparcamientos y de aceras anchas y desiertas por las que si acaso circula un mendigo de harapos y pelambre de n¨¢ufrago; quien empuja la puerta de la habitaci¨®n y se encuentra en una amplitud enmoquetada que se prolonga m¨¢s all¨¢ de la ventana enorme en una llanura de asfalto disuelta en una lejan¨ªa de campos de ma¨ªz. No hay noches m¨¢s oscuras que las de ese continente, ni autopistas con m¨¢s carriles, ni casinos m¨¢s grandes habitados por gente m¨¢s obesa. No hay un olor como ¨¦se, que se vuelve omnipresente desde que se llega, por ejemplo, al aeropuerto LaGuardia de Nueva York, el de los vuelos nacionales, que funciona como el vest¨ªbulo verdadero de acceso a toda la extensi¨®n interior del pa¨ªs: olor a grasa tostada, a masa de pizza, a caf¨¦ malo enfriado. Las luces son fluorescentes, los colores de una pulcra intensidad corporativa, las moquetas absorben todos los sonidos, los techos de los centros comerciales se pierden en alturas lejanas. Hay fusiles de asalto de verdad empaquetados en pl¨¢stico como armas de juguete.
Ese mundo es el que estetizan los hermanos Cohen, d¨¢ndole un glamour existencial del que carece por completo. En ¨¦l hay algo abominable y algo que subyuga, una lejan¨ªa definitiva, una sensaci¨®n de total irrelevancia de lo que uno es y de lo que trae consigo, sus recuerdos, su origen. Es un mundo donde encontrarse unas veces perdido sin remedio y otras casi ahogado de confort, exaltado por la abundancia, por el espacio, por la escala de todo, por la belleza brutal de un puente de hierro sobre un r¨ªo que no sabes c¨®mo se llama, pero que puede ser tan inmenso como el Amazonas o el Nilo.
Manuel Vilas tiene la extranjer¨ªa
de un espa?ol, la de un poeta,
la de un testigo que tambi¨¦n
en su pa¨ªs se sit¨²a m¨¢s bien al margen
Muy pocas veces he visto bien retratado ese mundo. Me lo encuentro de golpe, con gratitud y sorpresa, en un libro de Manuel Vilas, Am¨¦rica, reci¨¦n editado por C¨ªrculo de Tiza. Vilas tiene talento doble de narrador y de poeta: cuenta el tr¨¢nsito y a¨ªsla el momento, se deja llevar por el fluir de la escritura igual que por el del viaje, y se detiene en estampas de situaciones y espacios que son poemas en prosa y polaroids verbales como las de los grandes fot¨®grafos viajeros por el interior del pa¨ªs, Robert Frank, Stephen Shore. La extranjer¨ªa aguza la mirada, a condici¨®n de fijarse bien y de tener la paciencia o la holganza necesarias para dejar que una impresi¨®n se pose bien en el esp¨ªritu. Manuel Vilas tiene la extranjer¨ªa de un espa?ol, la de un poeta, la de un testigo que tambi¨¦n en su pa¨ªs se sit¨²a m¨¢s bien al margen, porque la poes¨ªa ya es en s¨ª misma marginal, aunque no solo la poes¨ªa. Entre las diversas corrientes que se cruzan en Am¨¦rica hay una muy poderosa de abatimiento literario: el de la penuria general del oficio, la frustraci¨®n y la competencia irrisoria y la vanidad menesterosa que circulan como gases t¨®xicos por los ambientes de la literatura.
El itinerario de Vilas por el gran continente perdido se corresponde con el tono digresivo y errante de la escritura misma. Ley¨¦ndolo pensaba que no habr¨ªa mejor corresponsal extranjero que un poeta con talento. Meses antes de las ¨²ltimas elecciones, el fantasma grotesco de Donald Trump ronda el libro como una amenaza y un vaticinio. En el relato de un viaje nocturno en uno de esos terribles autobuses Greyhound, en el de la visita a la casa de Allan Poe en Baltimore o a la de Walt Whitman en Camden, Nueva Jersey, hay instant¨¢neas fulminantes de un n¨²cleo de pobreza y exasperaci¨®n americana que rara vez puede atisbar quien no las ha visto con sus ojos. Lo sombr¨ªo y lo c¨®mico y lo serio y lo banal forman parte con naturalidad del estilo de un poeta que tiene entre sus maestros a Lou Reed y a Los Beatles y que agradece al arte pop su revelaci¨®n de la belleza de las cosas comunes y triviales de la vida. Los libros de viajeros errantes tienen el peligro de que el autor se vea con demasiada solemnidad a s¨ª mismo. Manuel Vilas viaja solo o viaja con su novia por los hoteles y los centros comerciales y los aparcamientos de Am¨¦rica, asiste a un concierto de Bruce Springsteen y a otro de Paul McCartney, ve cap¨ªtulos de Los Simpson, lee en una biblioteca universitaria cartas trist¨ªsimas de escritores muertos, imita con guasa la dicci¨®n heroica de Whitman, la interpelaci¨®n a ese mundo desorbitado en el que uno comprende, mejor que en ninguna otra parte, hasta qu¨¦ punto no es nadie. Y a cada momento, con ese fraseo nervioso que logra una libertad como la del que escribe a toda prisa lo que acaba de ver o lo primero que se le pasa por la cabeza, se r¨ªe hasta de su sombra: de su sombra sobre todo, la de cada uno, la que no deja rastro en los sitios de los que acaba de irse, ni en Am¨¦rica ni en ninguna parte.
Am¨¦rica. Manuel Vilas. C¨ªrculo de Tiza, 2017. 275 p¨¢ginas. 23 euros.
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