Tengo sue?o, y las algas h¨²medas me envuelven
Deborah Warner e Ivor Bolton conciben un estremecedor montaje de "Billy Budd"
Una tela de ara?a, un presidio. He aqu¨ª el extremo dramat¨²rgico al que llega Deborah Warner en su concepci¨®n oper¨ªstica de Billy Budd, obra maestra de Benjamin Britten que atraca en el Teatro Real de Madrid con una resaca perturbadora.
Y que redime a su protagonista con la alegor¨ªa de la redenci¨®n: el ascenso del marinero bonito por el camino del palo mayor convierte su ejecuci¨®n sumaria en una experiencia de resurrecci¨®n que la tripulaci¨®n observa desde el estupor metaf¨ªsico.
Es Billy Budd?una maravillosa, maravillada, novela de Herman Melville. Es una met¨¢fora de la fatalidad en el espacio hostil e inviolable del oc¨¦ano. Y es una estilizaci¨®n de los hechos hist¨®ricos -1797- que se produjeron a bordo de un barco de guerra ingl¨¦s en la histeria de la amenaza del Directorio franc¨¦s.
All¨ª transcurre la mezquindad con que el maestro de armas Claggart venga su envidia hacia el marinero Budd. No ya por la belleza, sino adem¨¢s por su integridad, como si Melville hiciera la correlaci¨®n griega entre el kalos y el agathos.
Se insin¨²a por a?adidura la frustraci¨®n de la homosexualidad. Y Deborah Warner la remarca en su montaje como argumento subliminal, partiendo de la prolongaci¨®n que el escritor brit¨¢nico E.M. Forster concedi¨® a la novela en la elaboraci¨®n de su libreto.
Elaboraci¨®n quiere decir que el texto original de Melville ofrece un argumento teatral extraordinario, pero subordina el protagonismo de sus personajes a las reflexiones personales sobre la depravaci¨®n de Claggart, la pureza roussoniana de Budd, la apolog¨ªa de la vida marinera en las olas del destino. Es la raz¨®n por la que apenas concede la palabra a los "protagonistas". Y el motivo por el que Forster necesita escribir tres largos mon¨®logos para reanimar en escena la maldad de Claggart, la nobleza de Budd y la duda que consume al capit¨¢n Vere en la posici¨®n de juez.
Porque es ¨¦l quien debe administrar justicia cuando el marinero bonito viene acusado de amotinamiento por el mefistof¨¦lico maestro de armas. Y quien debe interpretar la precariedad de Budd en su defensa. Derivada no de los hechos, sino de su tartamudez y de su bloqueo mental, y contrariada por la fatalidad de un pu?etazo que acaba con la vida de Claggart y que termina, inevitablemente, conden¨¢ndolo a la pena de muerte.
Britten nos traslada la tensi¨®n en sus texturas musicales, nos hace presentir las mareas en la audacia r¨ªtmica y en el murmullo de los marineros, nos dibuja el claro de luna en su lirismo y su fatalidad, y alcanza a hacernos percibir el fuego de San Telmo que envuelve la trama y la intoxica. Viajamos a bordo del Indomable como polizones. Y asistimos a la paradoja de un inmenso oc¨¦ano donde queda acomplejado, neutralizado, preso, un barco de guerra ingl¨¦s en sus remotas vicisitudes humanas.
Por eso tiene sentido la extrapolaci¨®n presidiaria del montaje de Warner. Y se justifica entre los cabos, las drizas, las maromas, la construcci¨®n de una tela de ara?a donde Claggart apresa a Budd en su trama de ar¨¢cnido depredador. No hay proa ni popa en el barco de Deborah Warner. Hay cubierta y bodega en cuanto met¨¢fora esc¨¦nica del bien y del mal, de vida y de la muerte, atravesadas ambas por la soluci¨®n final de la resurrecci¨®n del marinero. Un final po¨¦tico que desdibuja el epitafio con que Melville despide su novela en el estribillo de una canci¨®n marinera: "Tengo sue?o, y las algas h¨²medas me envuelven".
Es una garant¨ªa que Ivor Bolton asuma el papel de capit¨¢n en el puente de mando del foso. Por afinidad cultural. Por sensibilidad. Y por el esmero con que expone la hoja de navegaci¨®n, no ya a beneficio de una lectura clarividente de la partitura, sino en las atenciones a un reparto impecable en su implicaci¨®n y verosimilitud.
Sabemos que Budd ha sido v¨ªctima de una injusticia. Y que esa misma injusticia trataron de remediarla con fervor p¨®stumo las cr¨®nicas de la ¨¦poca, la novela de Melville, la ¨®pera de Britten, sin aspirar a un ejercicio de coreograf¨ªa, pero s¨ª sobrentendiendo la relaci¨®n entre el capit¨¢n Vere y Poncio Pilatos en la inhibici¨®n de su autoridad.
La diferencia es que a Vere hay que entenderlo. Ya enfatiza la obra de Melville el contexto de motines y sabotajes que proliferaban en la contienda franco-inglesa de finales del siglo XVIII. Y la hipersensibilidad de las autoridades militares a cualquier atisbo de rebeli¨®n, incluso cuando proven¨ªa de una difamaci¨®n.
Y Budd le proporciona por a?adidura la coartada de la muerte de Claggart. No premeditada, sino accidental, pero indisociable del argumento punitivo. Budd es un cordero sacrifical. Un alma pura en una tela de ara?a. Tan pura que bendice a Vere cuando va camino del pat¨ªbulo, no esperando la resurrecci¨®n que le otorga Warner, sino relacion¨¢ndose de manera natural con la idea de la muerte. Porque es el hombre en la naturaleza. Lo dice Melville. La sofisticaci¨®n, la hipercultura, nos han conducido a una relaci¨®n inc¨®moda con nuestro destino.
Babelia
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