Mujer sin corona
En una misma semana, la sentencia, su marido en casa y la corona. Qu¨¦ c¨®ctel m¨¢s explosivo
No lee EL PA?S, ni El Mundo, ni La Raz¨®n, ya es que ni el ABC lee, porque hasta del peri¨®dico mon¨¢rquico ha recibido alguna bronca. No entra en diarios digitales, y menos en esas redes a las que su cu?ada es adicta. Ella cree que no es aristocr¨¢tico ser adicta. No lo es. Casi no habla espa?ol, ni con su madre ni con los ni?os ni con el servicio. Lo habla, eso s¨ª, con ¨¦l, as¨ª que el espa?ol, que en su d¨ªa fue solo el idioma del amor, se ha convertido en el de ¡°la mierda¡±. De tal forma que es escuchar esa lengua y pon¨¦rsele un sapo en la boca. No ve tele espa?ola, aunque de vez en cuando las pu?eteras im¨¢genes de ella saliendo y entrando del juzgado se cuelan en un canal internacional. Los ni?os est¨¢n informados de que est¨¢n siendo v¨ªctimas de una conspiraci¨®n y que un d¨ªa todo se descubrir¨¢ y habr¨¢ mucha gente que tendr¨¢ que pedir perd¨®n, ?o es que no ha sido as¨ª la historia de la realeza?
La realeza. Por m¨¢s que haga por no enterarse alguien le viene siempre con cuentos. Estos d¨ªas pod¨ªan haber sido alegres, por ejemplo. Ese momento en que el juez le dijo, se?ora, es usted inocente. Ella no se puso a saltar por respeto a ?l pero ganas no le faltaron. Se fue al dormitorio, abri¨® el vestidor del marido, observ¨® las camisas alineadas por colores y pens¨®, ?cu¨¢ntas le echo? La se?ora de servicio, adivin¨¢ndole el pensamiento, le dijo, ¡°mejor ch¨¢ndals, es lo que toca, si al fin y al cabo solo le van a dejar entrar una mochila¡±. De momento el consejo le pareci¨® inapropiado, pero acab¨® pensando que a la chacha no le faltaba raz¨®n. No le pregunt¨® de qu¨¦ le ven¨ªa esa sabidur¨ªa, fuera a ser que el marido de la criada tambi¨¦n hubiera estado preso, y no era cuesti¨®n de compartir penas. Por ah¨ª no.
Qu¨¦ iron¨ªa, su marido de vuelta al ch¨¢ndal. Eso pensaba estos d¨ªas, concentrada, como ha aprendido en mindfulness, a concentrarse en lo inmediato, pero entonces entra ¨¦l en el cuarto y le dice en el idioma en el que se habla de la mierda: ¡°Que de momento no tengo que entrar, que nos devuelven la fianza y que qui¨¦n sabe¡±. Por unos instantes, se queda parada, mirando al vac¨ªo, como as¨ª se ha acostumbrado a hacer en los ¨²ltimos a?os cuando entra y sale de un edificio, mira al vac¨ªo para que nadie capte una intenci¨®n en su mirada. Vamos a ver, vamos a ver, no es que est¨¦ decepcionada, pero si las cosas tienen que pasar que pasen. Que pasen ya. Su marido sigue hablando, es un hombre que enseguida se viene arriba, es como si no¡ es como si¡ : ¡°Hasta el mismo juez ha declarado que no hay riesgo de fuga porque tengo escolta policial. ?Como no me fugue con ellos a un pa¨ªs asi¨¢tico!¡±, concluye con una media risa que se le corta en seco cuando ve la cara de ella. ?Es que no te alegras?, dice.
Y ella dice que s¨ª, porque ¨¦l es lo ¨²nico que tiene, y porque para saber si est¨¢ alegre o triste tendr¨ªa que pensar, y no est¨¢ acostumbrada. Ni se le pas¨® por la cabeza pensar que ¨¦l ten¨ªa los mismos derechos que un s¨²bdito cuando comenz¨® a prosperar. No pens¨®, tampoco, que la herencia de cuna puede perderse como si se abriera la tierra bajo los pies, de pronto. No pens¨®. Y sigue sin pensar que haya algo err¨®neo. Ella cree en la gran conspiraci¨®n. Y as¨ª crecer¨¢n sus hijos, aunque eso les alimente el resentimiento. Y tal vez, alg¨²n d¨ªa, su hermano se vea forzado a creer en que todo estuvo trazado desde el principio, que se trat¨® de un plan para acabar con la Casa y ellos fueron los primeros en caer. Como ella dice, el eslab¨®n m¨¢s d¨¦bil. No pens¨® y no quiere pensar. Porque si piensa de m¨¢s puede ocurrir que se le cruce el cable con el del ch¨¢ndal, que alguna vez se la jug¨® pero bien, pero, ay, forma parte de la historia de las mujeres pasar por alto ciertas desviaciones.
No pensar, hablar lo menos posible en dicho idioma y no enterarse. Lo primero y lo segundo lo domina; lo tercero, imposible. Imposible porque el Hola est¨¢ hasta en Suiza. Las ¨²ltimas noticias que hablan de la posible habitabilidad de otros planetas la han llenado e esperanza. Ve de pasada la portada de la revista y la imagen se le queda como clavada a los ojos con alfileres: Ella con la corona. Ella, que no se hab¨ªa puesto nunca esa corona, la luce precisamente ahora. Esa corona puesta en una cabeza que no es de su sangre. Por un momento le da la risa porque¡ ?esto tendr¨¢ que ver con la conspiraci¨®n? No le gusta pensar, pero si pensara un poco, se dir¨ªa: en una misma semana, la sentencia, su marido en casa y la corona. Qu¨¦ c¨®ctel m¨¢s explosivo.
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