?Europa, Europa!

La Novena Sinfon¨ªa de Beethoven no es una pieza musical: se trata de un pathos, tal y como muy bien apunta el sabio cr¨ªtico Harold C. Shonberg. En varios sentidos. Primero, como gran m¨²sica. De la referencia y cima de influencia que fue para Berlioz y Wagner, se convirti¨® en algo inaccesible, inalcanzable para Bruckner, Brahms o Mahler. Debussy la ve¨ªa como una pesadilla universal, m¨¢s que una inspiraci¨®n. Una losa. Un tremendo faro de exigencia que creaba frustraci¨®n en las generaciones herederas de Beethoven.

Ese desider¨¢tum musical se est¨¢ convirtiendo hoy tambi¨¦n en un sue?o que corre el peligro de truncarse en esencia. Cuando el sue?o europeo alz¨® la Novena Sinfon¨ªa como un ideal para animar los lazo de esos pueblos que durante siglos anduvieron guerreando, lo hizo con la idea de aglutinar a todas las naciones que componen la uni¨®n entorno a una partitura fraterna.

As¨ª que en estos tiempos de decadencia y escepticismo ante la utop¨ªa se impone escucharla, cuantas veces sea necesario, para reforzar v¨ªnculos, ahuyentar fantasmas, entonar esperanzas. Al propio compositor le sirvi¨®. No se trataba de alguien que creyera en la hermandad universal, ni anhelara sociedades perfectas. Para ¨¦l representaban ideales vagos, abstractos. M¨¢s bien confiaba en la fuerza individual para soportar el peso del mundo.

Sin embargo, todo aquello quedaba contradicho por algunas de sus obras maestras. Es el caso de la Novena, una pieza con una identidad tan ¨²nica que sigue siendo capaz de redimir su propia falta de fe en el g¨¦nero humano. Ojal¨¢, el efecto contagio nos conduzca por la senda correcta y nos ayude a ahuyentar todos los fantasmas que ahora, de manera tan desconcertante, nos acechan.