Oriente espera a Godot
El autor renano Lothar Kittstein estrena en Espa?a ¡®La casa de la paz¡¯, un drama sobre la fe, los ideales y el compromiso, ambientado en la guerra de Afganist¨¢n?
LA CASA DE LA PAZ
Autor: Lothar Kittstein. Versi¨®n: Juan Reguil¨®n. Int¨¦rpretes: David Aramburu, Luc¨ªa Casado, Miguel Bosch. M¨²sica: Alberto Llerena. Luz: Fabrizio Castro. Escenograf¨ªa: Blanca Molt¨®. Direcci¨®n: Nuria P¨¦rez Matesanz. Madrid. Nave 73, hasta el 13 de mayo.
La guerra como estado natural. Hay una guerra de divisas incipiente, otra de clases, subrepticia,¡°iniciada por los ricos, que la vamos ganando por goleada¡±, en palabras de Warren Buffett, y un rosario de conflagraciones, cuyas cuentas se extienden en forma de media luna desde el Sahel hasta Afganist¨¢n. A trav¨¦s de tres militares germanos, que apoyan al ej¨¦rcito afgano en su lucha contra los talibanes, Lothar Kittstein llama la atenci¨®n en La casa de la paz sobre la presencia de ¨¢nimo, el miedo, la fe y el escepticismo de los soldados occidentales que luchan en tierra extra?a.
Para universalizar cuanto les acontece, el autor renano no precisa el pa¨ªs donde se hallan los soldados Marie y Lorenz y el sargento Jost, pero el paisaje descrito y la misi¨®n que desempe?an no dejan lugar a dudas. Kittstein muestra el antagonismo entre las creencias de los fundamentalistas isl¨¢micos y el descreimiento occidental, pero tambi¨¦n pone de relieve la simetr¨ªa entre las ra¨ªces cristianas de Europa y las musulmanas: la confianza de la soldado novata (en Cristo, en su pa¨ªs y en la autoridad) es tan fuerte como la del enemigo en Al¨¢ y en el para¨ªso prometido.
La casa de la paz es un drama sobre la fe, los ideales y el compromiso con aquello en lo que creemos. El t¨ªtulo alude tanto a la cl¨ªnica abandonada en la que el comando alem¨¢n se refugia como a las expresiones Dar al-aman o Dar as-sulh (Hogar de la paz), con las que los ulemas se refieren a los territorios donde los musulmanes pueden profesar sus creencias, por oposici¨®n a Dar al-harb (Casa de la guerra), donde los seguidores de Al¨¢ son minor¨ªa perseguida. Dentro y fuera del islam se ha generalizado una confusi¨®n peligrosa, interesada y frentista, que aqu¨ª sufre uno de los personajes (si no el propio autor), seg¨²n la cual La casa de la paz es el islam y La casa de la guerra el resto del mundo.
El espect¨¢culo, dirigido por Nuria P¨¦rez Matesanz, vale la pena por muchos conceptos. El primero, la elecci¨®n de los int¨¦rpretes, cuya edad y energ¨ªa est¨¢n muy cerca de las de los jovenc¨ªsimos uniformados. En manos de Miguel Bosch, el papel de Lorenz (nombre que significa ¡®Coronado de laureles¡¯) fluye como el agua en una cacera. Tambi¨¦n el veterano Jost (Justo), su superior inmediato, calza bien en la piel de David Aramburu. Y la virginal Marie, casi una ni?a pero culta, fuerte, segura de s¨ª y llena de esperanza, figura clave de la obra (para Jost es la reencarnaci¨®n de Milan, despedazado por una mina), encuentra en Luc¨ªa Casado Amo una int¨¦rprete encantadora, a un paso de lo ideal
Combinando con soltura lo cotidiano, lo simb¨®lico y lo extraordinario, Kittstein conduce la peripecia hacia un final abierto, indefinido, al que la directora intenta dar sentido un¨ªvoco, cuando el autor simplemente extrema la similitud entre la iluminada determinaci¨®n de Marie y la de los islamistas, frente al presentismo banal de Lorenz. Dada la escasa familiaridad que en Occidente tenemos con conceptos como Dar al-aman, no hubiera estado de m¨¢s que el autor nos ilustrara al respecto y que hubiera dejado traslucir tambi¨¦n que esa sociedad igualitaria por la que Marie combate, tuvo lugar en el Afganist¨¢n de finales de los a?os setenta, justo antes de que Carter y Reagan aplicar¨¢n all¨ª la doctrina Brzezinski.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.