El que no se va
Stefan Zweig regres¨® hacia el cambio de siglo cuando el conocimiento del Holocausto y del Gulag entraron tard¨ªamente en la vida espa?ola
Cuando yo empezaba mi vida de lector, todav¨ªa duraba la primera fama p¨®stuma de Stefan Zweig. Sus libros, casi nunca en ediciones recientes, estaban en las bibliotecas p¨²blicas, y bastantes novelas suyas se encontraban en las colecciones baratas de bolsillo que hab¨ªa entonces; la colecci¨®n Reno, por ejemplo, con sus portadas que ten¨ªan una est¨¦tica como la de los carteles de cine. Veinticuatro horas en la vida de una mujer era todav¨ªa una novela muy le¨ªda, aunque no creo que se le concediera mucha importancia literaria. Pertenec¨ªa a un repertorio de literatura internacional que hab¨ªa sido muy popular antes de la II?Guerra Mundial, y que dur¨® quiz¨¢s hasta finales de los a?os sesenta, agregando a la cultura espa?ola un cosmopolitismo anticuado, aunque bastante valioso, porque en aquel p¨¢ramo no hab¨ªa mucho m¨¢s. Se le¨ªa a Zweig como a Vicki Baum, a Emil Ludwig, incluso, hasta cierto punto, a Thomas Mann. En nuestro pa¨ªs atrasado y aislado duraban esos ejemplos de una cultura literaria centroeuropea dispersada y en gran parte destruida por el totalitarismo, y adem¨¢s barrida por a?adidura por la modernidad de los cincuenta y los sesenta.
En la educaci¨®n de un lector o aspirante a escritor con vocaci¨®n contempor¨¢nea Stefan Zweig dej¨® de existir, si es que alguna vez hab¨ªa tenido verdadero prestigio. El pasado est¨¢ cambiando siempre: hace 30, 40 a?os, el mundo de Zweig era mucho m¨¢s lejano que ahora, y su figura pol¨ªtica, m¨¢s desconocida a¨²n que su estatura literaria. Nuestras ideas y nuestra visi¨®n del mundo estaban muy marcadas por las confrontaciones simplificadoras de la Guerra Fr¨ªa y, antes de ella, las de los a?os treinta. La historia del siglo XX la ve¨ªamos sobre todo como el choque entre el capitalismo y el socialismo. La historia de la literatura era la del progreso de las vanguardias. En un marco as¨ª, un escritor como Stefan Zweig, incluso como su amigo Joseph Roth, eran tan dif¨ªciles de apreciar en t¨¦rminos pol¨ªticos como literarios. Las narraciones de Zweig parec¨ªan demasiado lineales para tener alg¨²n valor, sin la sofisticaci¨®n o la simple complicaci¨®n formal que admir¨¢bamos en otros maestros indiscutibles. En cuanto a su actitud pol¨ªtica, si alguien se enteraba de ella, era incomprensible, anacr¨®nica, irrisoria. Zweig era un burgu¨¦s liberal y europe¨ªsta, incluso un nost¨¢lgico del imperio austroh¨²ngaro, aunque menos expl¨ªcito que Joseph Roth. En su literatura, en su pensamiento, Zweig se convirti¨® en una figura tan de ¨¦poca, de otra ¨¦poca, como en su vestuario, sus trajes con bombachos de viajero en los transatl¨¢nticos, sus sombreros blancos de verano, la boquilla de marfil de fumador distinguido.
Qui¨¦n habr¨ªa dicho que la desaparici¨®n sin rastro era solo un eclipse. A mediados de los noventa yo hab¨ªa le¨ªdo un poco por azar La piedad peligrosa, en una edici¨®n de Debate. Me asombr¨® su fuerza narrativa y una desolaci¨®n de fondo que ahora pod¨ªa comprender mejor porque me hab¨ªa familiarizado con ella leyendo a Joseph Roth. Hacia el cambio de siglo, cuando por fin la cultura centroeu?ropea y el conocimiento del Holocausto y del Gulag entraban muy tard¨ªamente en la vida espa?ola, Stefan Zweig regres¨® o se hizo de verdad presente por primera vez, con toda su envergadura, en gran parte gracias a las nuevas traducciones y a las ediciones ejemplares que empez¨® a publicar Jaume Vallcorba en Acantilado.
Stefan Zweig est¨¢ cada vez m¨¢s presente con una fuerza simb¨®lica muy anclada en la calidad de su literatura, pero que irradia mucho m¨¢s all¨¢ de ella
Cada a?o que pasa est¨¢ m¨¢s presente Stefan Zweig, con una fuerza simb¨®lica muy anclada en la calidad de su literatura, pero que irradia m¨¢s all¨¢ de ella, porque tiene que ver con la ruina de sus ideales y su destino de exilio: unos ideales que ahora se nos han vuelto mucho m¨¢s cercanos; un destino al que cada vez m¨¢s gente se va volviendo vulnerable.
Un s¨¢bado del largo fin de semana del Primero de Mayo, en un Madrid desierto, est¨¢ llena la sala en la que se proyecta en versi¨®n original una pel¨ªcula sobre ¨¦l: Stefan Zweig: adi¨®s a Europa, de Maria Schrader. Salimos de la sala con un nudo en la garganta y el vest¨ªbulo est¨¢ lleno de la gente que viene a ver la pr¨®xima funci¨®n. Pero el valor de la pel¨ªcula no es solo que ilustre con rigor sobre los ¨²ltimos a?os de la vida de Zweig y nos ayude a comprender la desgracia de su desenlace y la atm¨®sfera de fin del mundo que respir¨® hasta asfixiarse. Maria Schrader es una magn¨ªfica guionista y directora de cine, con una imaginaci¨®n visual tan poderosa como su talento narrativo. A estas alturas, la mayor parte de las pel¨ªculas situadas en los a?os treinta y cuarenta se han vuelto tan previsibles como las de arist¨®cratas victorianos. Inventan un pasado entre relamido y as¨¦ptico, en el que hombres y mujeres vestidos de ¨¦poca llevan peinados con gomina y fuman mucho y resisten a los nazis sin despeinarse y se encuentran de noche por los corredores de los grandes expresos internacionales.
El tiempo de la pel¨ªcula de Schrader no es un pasado falso y manufacturado para nosotros, sino algo muy parecido al presente de quienes lo viv¨ªan, con lo borroso y lo incierto de lo que sucede ahora mismo, lo impremeditado de la vida haci¨¦ndose de un momento a otro. Stefan Zweig es un hombre debilitado por el desgaste doble de la celebridad y del exilio, aturdido y exasperado ¨ªntimamente por todas las obligaciones a las que lo someten sin descanso su buena educaci¨®n y su sentido del deber. La bestialidad del nazismo ha desmoronado sus ideales humanistas. La realidad del exilio y de las fronteras ha vuelto irrelevantes su activismo en favor de la Europa unida y el internacionalismo civilizado. Schrader cuenta la historia desde los ¨¢ngulos laterales, a trav¨¦s de episodios desconectados entre s¨ª, de momentos de tr¨¢nsito, como un m¨²sico diestro que ronda una melod¨ªa y la hace presente sin necesidad de enunciarla nota por nota, o como esos escritores que eligen un punto de vista m¨®vil y parcial. Los camareros preparan la mesa de un banquete mientras en un sal¨®n contiguo se pronuncian discursos. Una conversaci¨®n crucial en un congreso de escritores en Buenos Aires sucede casi por azar en un lavabo. Los cuerpos abrazados de Stefan Zweig y su esposa, ya congelados en la lividez de la muerte, no llegan a verse del todo, porque eso ser¨ªa un impudor, una falta de respeto hacia quienes tanto han sufrido; se ven un instante, reflejados en la luna de un armario que se ha abierto sola, mientras alrededor hay murmullos de oraciones y el ir y venir sobrecogido de la gente que va llegando a la casa al saber la noticia.
Stefan Zweig, adi¨®s a Europa. Maria Schrader.
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