¡°Me lo pensar¨¦¡±
Feria del Libro, donde los fogones venden tanto como el mal
¡°Mira, all¨ª hay una sombrita¡±. El grito m¨¢s repetido en la Feria del Libro no lo arranca un autor confinado en su caseta, armado de bol¨ªgrafo y sonrisa. El grito m¨¢s euf¨®rico lo provocan los ¨¢rboles piadosos que ofrecen cobijo en esta tarde implacable de Madrid. Saben los libreros que importa tener el tablero bien montado. Pero tambi¨¦n saben, que al final, lo que marca el rumbo de los paseantes es el sol. Son las seis de la tarde y se van abriendo las persianas. Y su chirriar tiene el mismo efecto en los visitantes que la flauta de Hamelin. Aparecen de la nada con listas cuidadosas o con cara de despiste. Con botellitas de agua y planos convertidos en abanicos.
¡°?Esto es el famoso En busca del tiempo perdido?¡±. Un se?or pregunta a un librero de los que saben de verdad. Se lanza a por el estuche con los tres tomos de Alianza. Lo sopesa con la mano como si calibrara una sand¨ªa. ¡°C¨®mo pesa. ?No lo tiene usted m¨¢s peque?o?¡±. El librero explica las bondades de la edici¨®n. Es in¨²til. Le acaban de contestar con la segunda frase m¨¢s repetida de la feria: ¡°Me lo pensar¨¦¡±.
Aqu¨ª el peso s¨ª importa. Hay quien viene buscando un libro finito. Y quien convierte su consulta en el reto de un concurso de televisi¨®n. ¡°Es un escritor que hizo una hist¨®rica¡ de la edad media¡ como de Juego de Tronos pero todo verdad¡±. Al otro lado de la caseta el esforzado vendedor entona el en¨¦simo aj¨¢. Un polic¨ªa municipal detiene su ronda para preguntar por Qui¨¦n dijo rendirse. ¡°Es para mi hijo¡±. Y como no lo tienen, y no es cuesti¨®n de darse por vencido cuando se busca ese t¨ªtulo, pone rumbo con su compa?ero a la caseta de la editorial.
Hay quien sabe lo que quiere. Y va directo. Un chico y una chica chocan como dos bolas de billar sobre el mismo ejemplar. Ninguno de los dos se ha preocupado por el peso. Es el libro que buscaban. Pero solo hay uno. T¨ªmida charla. Negociaci¨®n. El librero ofrece una tarjeta. ¡°Tengo uno en la tienda¡±. Tercera frase m¨¢s repetida de la feria. El chico y la chica se quedan hablando decidiendo qui¨¦n se lo llevar¨¢.
En la caseta de al lado, un remolino inesperado. Especialidad: gastronom¨ªa. Las librer¨ªas para fan¨¢ticos de las recetas se han multiplicado. A juzgar por el hervidero de curiosos, un observador imparcial dir¨ªa que la m¨¢xima aspiraci¨®n de los lectores es convertirse en estrellas del fog¨®n. Cosa de los cocineros medi¨¢ticos. Todo el mundo les quiere imitar. Solo cabe esperar que ese af¨¢n mim¨¦tico no sea el que anima a los clientes de la cercana caseta de novela negra. Frente a su ventanal no cabe ni un alfiler ni un pu?al m¨¢s. Siempre ha vendido mucho eso del mal.
Mientras, en el tendido del sol, miran con cierta envidia la efervescencia compradora de la sombra. Una librera se ha puesto a leerle unos p¨¢rrafos a su compa?ero, con tal pasi¨®n que un paseante distra¨ªdo se ha parado a escuchar. Se va con cara de me-lo-pensar¨¦. M¨¢s all¨¢, a lo lejos, sin preocuparse por el bochorno, el chico y la chica que buscaban el mismo libro pasean juntos. Llevan solo una bolsa. Qui¨¦n sabe si de la Feria se han llevado ya algo m¨¢s. Qui¨¦n sabe si se lo pensar¨¢n.
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