Dos historias, muchas historias
Babelia publica un ensayo de Colum McCann como adelanto de 'Un reino de olivos y ceniza', libro colectivo que conmemora el 50 aniversario de la ocupaci¨®n israel¨ª
??Cu¨¢l es la fuente de nuestro primer sufrimiento?? Se encuentra en el hecho de que vacilamos y no nos decidimos a hablar¡ Nace en el momento en que empezamos a acumular cosas silenciosas en nuestro interior. GASTON BACHELARD
Venga, ahora. En silencio. A lo largo de esta calle llena de suspense. Es la ¨²ltima hora de la tarde y hace el fresco propio de noviembre. Dos o tres estrellas penden peligrosamente sobre Beit Jala. En la distancia se filtran las luces amarillas de Bel¨¦n, fundi¨¦ndose en la oscuridad de las colinas. Enc¨®gete un poco para protegerte del fr¨ªo. Observa tu aliento que mantiene una peque?a discusi¨®n con la oscuridad creciente. Cuesta arriba. Las tiendas est¨¢n cerradas. El d¨ªa va arrastr¨¢ndose hacia el silencio: ni campanas de iglesias, ni llamadas del muec¨ªn. Un par de coches y una moto est¨¢n aparcados ante un edificio de apartamentos de cuatro pisos. Venga, ahora, pasa ante el solar en obras, flanqueando los pisos, subiendo por la escalera exterior. Cuidado. No est¨¢ bien iluminada. Un toque de luz se refleja en los ladrillos blancos. Nada demasiado elaborado. Pero tampoco es que sea una ruina. Las paredes est¨¢n desnudas. Un lugar que podr¨ªas encontrar en cualquier sitio. Los tubos fluorescentes parpadean en la planta baja a trav¨¦s del hueco de la escalera.
Percibes el olor a humo rancio. El aroma penetrante del caf¨¦. No hay ascensores aqu¨ª. Sube por la escalera. Un tramo, dos. El eco de tus pasos. El letrero de la puerta dice: ASOCIACI?N DE PADRES. Entra. Aqu¨ª hay m¨¢s colorido. M¨¢s brillo. La m¨²sica proveniente de la radio. Carteles en la pared. Dentro, en la cabecera de una mesa alargada, est¨¢n sentados dos hombres de mediana edad. Uno de piel oscura, el otro p¨¢lido. Uno delgado, el otro robusto. Est¨¢n uno al lado del otro, sus hombros casi se tocan. Bassam Aramin y Rami Elhanan. Se inclinan hacia delante para hablar. Ac¨¦rcate. Venga, ya. Escucha. La oscuridad fuera est¨¢ descendiendo.
?Me llamo Rami Elhanan. Tengo sesenta y seis a?os y soy dise?ador gr¨¢fico, jerosolimitano de s¨¦ptima generaci¨®n. Mi madre naci¨® en la Ciudad Vieja de Jerusal¨¦n, en el seno de una familia ultrajud¨ªa, ultraortodoxa. Mi padre vino aqu¨ª en 1946, tras pasar un a?o en Auschwitz. Era un hombre callado. Intent¨® ganarse la vida aqu¨ª. Result¨® muy mal herido en la guerra del 48 en la Ciudad Vieja. Mi madre fue la enfermera que se ocup¨® de ¨¦l. Se enamoraron y formaron una familia. Las cosas fueron bastante sencillas, me imagino. Yo fui creciendo, un chico corriente, un jud¨ªo, un israel¨ª, un ser humano.
?La historia que quiero contarles comienza y termina en un d¨ªa concreto del calendario jud¨ªo, el del Yom Kippur. Para nosotros, los jud¨ªos, es el d¨ªa en que pedimos perd¨®n por nuestros pecados. Exactamente ese d¨ªa, hace cuarenta y dos a?os, era yo un soldado muy joven que luchaba en la guerra de Octubre del 73 en el Sina¨ª. Como cualquier guerra, aquella fue espantosa. Acab¨¦ combatiendo en tres guerras. Nada bueno sale de ninguna guerra. Pero la del 73 la empezamos con una compa?¨ªa de once tanques y la acabamos solo con tres. Mi labor consist¨ªa en traer munici¨®n y retirar los cuerpos de los muertos y los heridos. Perd¨ª a algunos amigos muy ¨ªntimos. Vi c¨®mo sus camillas se volv¨ªan rojas. Sal¨ª de la guerra furioso y amargado, convertido en un hombre decepcionado con una sola determinaci¨®n: distanciarme de cualquier tipo de implicaci¨®n o compromiso.
?Abandon¨¦ el Ej¨¦rcito y acab¨¦ mis estudios en la Academia de Bellas Artes de Bezalel. Me cas¨¦ y tuve cuatro hijos. Uno de ellos fue mi peque?a, Smadar. Naci¨® la v¨ªspera del Yom Kippur, en septiembre de 1983, en un hospital de Jerusal¨¦n. Su nombre est¨¢ tomado de la Biblia, del Cantar de los Cantares de Salom¨®n, brote de vid, pimpollo que empieza a abrirse. Una ni?a chispeante, vivaracha y risue?a. Muy hermosa. Una estudiante excelente, buen¨ªsima nadadora y tambi¨¦n bailarina. Una ni?a asombrosa; sol¨ªamos llamarla ¡°la Princesa¡±.
?Con mis tres hijos y esta princesita viv¨ªamos lo que nos parec¨ªa que era una vida perfecta, bien protegida, segura, en Jerusal¨¦n, en nuestra casa del barrio de Rehavia. Mi esposa, Nurit, daba clases en la Universidad Hebrea. En cierto modo podr¨ªan decir ustedes que viv¨ªamos dentro de una burbuja, completamente alejados del mundo exterior. Yo hac¨ªa dise?o gr¨¢fico ¨Ccarteles y anuncios¨C para las derechas y para las izquierdas, para cualquiera que me pagara. La vida era buena. No hab¨ªa muchas complicaciones.
Rami Elhanan: "?Es que matar a alguien va a devolverme a mi hija? ?Es que matar a todo el mundo me la va a devolver?"
?Y as¨ª continuaron las cosas hasta hace unos dieciocho a?os, el 4 de septiembre de 1997, cuando esa burbuja nuestra estall¨®, rota en mil pedazos por tres terroristas suicidas palestinos, que hicieron estallar sus cinturones bomba en medio de la calle Ben Yehuda, en pleno centro de Jerusal¨¦n.
?He contado esta historia muchas veces, pero siempre sale algo nuevo. Los recuerdos te golpean todo el tiempo. Una mariposa. Un libro que est¨¢ abierto. Una puerta que se cierra, un sonido estridente. Cualquier cosa.
?Aquel d¨ªa mataron a cinco personas, entre ellas tres chiquillas. Una de ellas fue mi Smadar. Fue un jueves por la tarde. Hab¨ªa salido a comprar libros.
?Al principio, cuando oyes hablar de una explosi¨®n, de cualquier explosi¨®n, esperas que el dedo del destino no se vuelva a apuntar hacia ti. Luego, poco a poco, te ves a ti mismo corriendo por las calles, intentando encontrar a tu hija, a tu peque?a, a tu Princesa. Pero ha desaparecido por completo. Vas de hospital en hospital, de comisar¨ªa en comisar¨ªa. Haces todo eso durante horas, durante largas y frustrantes horas hasta que por fin, ya de madrugada, tu esposa y t¨² os encontr¨¢is en el dep¨®sito de cad¨¢veres. El dedo est¨¢ apunt¨¢ndote a ti, justo entre los dos ojos, y contemplas esa visi¨®n que no podr¨¢s olvidar nunca durante el resto de tu vida. Tu hija. En una bandeja de metal. Tu hija. De catorce a?os.
??El funeral se celebr¨® en el kibutz Nachshon. Smadar fue enterrada junto a su abuelo, el general Matti Peled, un verdadero luchador por la paz, profesor de la universidad y miembro de la Kn¨¦set. Vino gente procedente de todos los rincones del mosaico que es este pa¨ªs, jud¨ªos y ¨¢rabes, representantes de los colonos, representantes del Parlamento, representantes de Arafat, del extranjero, de todas partes.
?Y luego la enterraron. A tu hija. A tu Smadar. Brote de vi?a.
?Te vuelves a tu casa; el piso est¨¢ lleno de miles y miles de personas que vienen a presentarte sus respetos, a darte el p¨¦same. Son los siete d¨ªas de shiv¨¢. Est¨¢s rodeado por esos millares de personas a la manera tradicional, una forma muy h¨¢bil de facilitarte la vuelta a la nueva vida. Al octavo d¨ªa todo el mundo regresa a sus asuntos cotidianos, normales, y de repente te dejan solo. Sin tu hija. Ya no est¨¢. Sencillamente ya no existe.
?Tienes que despertarte, levantarte y mirarte a la cara. Tienes que tomar una decisi¨®n. ?Qu¨¦ vas a hacer ahora, con esta nueva carga insoportable sobre tus hombros? ?Qu¨¦ vas a hacer con esta nueva personalidad tuya, que nunca cre¨ªste que pudiera existir? ?Qu¨¦ vas a hacer con esa ira, que te devora vivo por dentro?
?Solo hay dos opciones. La primera es evidente. Cuando alguien mata a tu hija de catorce a?os, est¨¢s tan furioso que lo que quieres es ajustar cuentas. Es natural. Es humano. Y esa es la v¨ªa que la mayor¨ªa de la gente escoge: la v¨ªa de la venganza y la represalia. Esa opci¨®n es la que crea este ciclo interminable de violencia que no para nunca. Una bala conduce a otra bala. Un terrorista suicida conduce a una granada disparada por un lanzacohetes.
?Pero luego, al cabo de un tiempo, empiezas a pensar y a hacerte preguntas, ya saben: Somos seres humanos, no somos animales, podemos utilizar el cerebro. Y te preguntas: ?Es que matar a alguien va a devolverme a mi hija? ?Es que matar a todo el mundo me la va a devolver? ?Es que hacer da?o a alguien va a aliviar el dolor insoportable que est¨¢s sufriendo? Bueno, la respuesta es muy f¨¢cil. El polvo vuelve al polvo. Eso es todo.
?Est¨²pidamente, al principio pens¨¦ que podr¨ªa seguir con mi vida, fingir que no hab¨ªa pasado nada. Intent¨¦ llevar una vida normal, volver a mi despacho. Pero ya no hab¨ªa nada normal. Yo ya no era la misma persona.
?Mi ni?a se hab¨ªa ido.
?De modo que, a trav¨¦s de un complicado proceso gradual, llegas a la otra opci¨®n, que es mucho m¨¢s dif¨ªcil: intentar comprender qu¨¦ fue lo que le ocurri¨® a tu hija. ?Por qu¨¦ ocurri¨®? ?C¨®mo pudo tener lugar una cosa tan terrible? ?Qu¨¦ pudo hacer que alguien estuviera tan furioso, tan loco, tan desesperado, tan desamparado, que estuviera dispuesto a hacerse volar por los aires junto a una ni?a de catorce a?os? ?C¨®mo vas a poder comprender ese instinto? Y luego la pregunta m¨¢s importante de todas: ?Qu¨¦ puedes hacer t¨², personalmente, para evitar este dolor insoportable a otras personas, a otras familias? En fin, no es f¨¢cil, lleva su tiempo.
?M¨¢s o menos un a?o despu¨¦s, conoc¨ª a un hombre que cambi¨® mi vida por completo. Se llamaba Yitzhak Frankenthal, un jud¨ªo religioso, ?saben ustedes?, con su kip¨¢ en la coronilla. Y, ya saben, solemos encasillar a la gente, estigmatizar a las personas. Solemos juzgar a las personas por su forma de vestir, y yo estaba seguro de que aquel t¨ªo era un fascista, un derechista, que se com¨ªa a los ¨¢rabes para desayunar. Me dispuse a pelearme con ¨¦l, a discutir con ¨¦l, pero empezamos a charlar y me habl¨® de su hijo Arik, un soldado que fue secuestrado y asesinado por Ham¨¢s en 1994. Y luego me habl¨® de esta organizaci¨®n que hab¨ªa creado: personas que hab¨ªan perdido a sus seres queridos, pero segu¨ªan deseando la paz. Y record¨¦ que Yitzhak hab¨ªa estado entre los miles y miles de personas que hab¨ªan venido a mi casa un a?o antes, durante aquellos siete d¨ªas de shiv¨¢, y me volv¨ª loco. Estaba tan furioso con ¨¦l que le pregunt¨¦: ?C¨®mo puede uno hacer algo as¨ª? ?C¨®mo puede uno meterse en la casa de alguien que acaba de perder a un ser querido y hablar de paz? ?C¨®mo se atreve?
?Y ¨¦l ¨Ccomo el gran hombre que es¨C no se sinti¨® ofendido por mi c¨®lera. Simplemente me invit¨® a venir por aqu¨ª y echar un vistazo a una reuni¨®n de estos locos. Y me pic¨® la curiosidad. Y me dije: Vale. Me qued¨¦ fuera. Muy distanciado, lleno de cinismo. Como suelo ser. Y me qued¨¦ observando a esas personas que bajaban de los autobuses.
Bassam Aramin: "Es una tragedia que, como palestinos, necesitemos demostrar que somos seres humanos. No solo a los israel¨ªes; tambi¨¦n con los ¨¢rabes, con nuestros hermanos y hermanas"
?Los integrantes del primer grupo que baj¨® de los autobuses eran para m¨ª, como israel¨ª, leyendas vivientes. Personas a las que sol¨ªa yo mirar con veneraci¨®n, admirar. Hab¨ªa le¨ªdo acerca de ellos en los peri¨®dicos. Hab¨ªan perdido a sus seres queridos y buscaban v¨ªas pac¨ªficas. Y nunca pens¨¦ que un d¨ªa llegar¨ªa yo a ser uno de ellos. Vi a activistas en pro de la paz, a supervivientes del Holocausto, y a muchos otros.
?Esto me quit¨® la venda de los ojos.
?Pero entonces vi otra cosa, algo completamente nuevo para m¨ª, para mis ojos y para mi mente, para mi coraz¨®n y para mi cerebro. Estaba all¨ª de pie y de repente vi a unas cuantas familias palestinas afectadas caminando hacia donde yo estaba. Aquello me dej¨® pasmado. El enemigo. Me estrechaban la mano en un gesto de paz, me abrazaban, lloraban conmigo. Qued¨¦ muy impresionado, profundamente conmovido. Fue como si me dieran un martillazo y me abrieran la cabeza.
?Aquello era extraordinario. Una organizaci¨®n de afectados. Pero lo m¨¢s extraordinario era que se trataba de israel¨ªes y de palestinos. Juntos. En una habitaci¨®n. Compartiendo su aflicci¨®n. ?Qu¨¦ clase de locura era aquella?
?Me acuerdo de ver a esa se?ora mayor ¨¢rabe bajando del autob¨²s, vestida con su traje negro tradicional palestino. Y llevaba una foto de su ni?o de seis a?os sujeta al pecho con un alfiler, exactamente como mi esposa llevaba el nombre de nuestra hija, Smadari.
??Ven ustedes? Yo ten¨ªa por entonces cuarenta y siete a?os, y me averg¨¹enza reconocer que aquella fue la primera vez en mi vida que ve¨ªa a unos palestinos como seres humanos. No solo como trabajadores en las calles, no solo como caricaturas en los peri¨®dicos, no solo como transparencias humanas, no solo como terroristas, sino como seres humanos. Seres humanos: personas que llevan encima la misma carga que llevo yo, personas que sufren exactamente como yo sufro. Una igualdad de dolor. No soy una persona religiosa. No s¨¦ c¨®mo explicar lo que me sucedi¨® en aquel momento. Lo ¨²nico que puedo decirles es que a partir de entonces y hasta hoy he dedicado mi vida a ir a todos los sitios que me ha sido posible, a hablar con todas las personas que me ha sido posible, con personas que quieren escuchar, incluso con personas que no est¨¢n dispuestas a escuchar, para trans?mitirles este mensaje enormemente b¨¢sico y sencillo, que dice: No estamos condenados.
?Y pueden decir que se lo he dicho yo.?
El mundo hace ver sus iron¨ªas en los momentos m¨¢s extra?os: fuera, el sonido de una sirena de la polic¨ªa marchando a toda velocidad por la calle de la Virgen Mar¨ªa.
¨CHan venido a prenderte ¨Csonr¨ªe Bassam, mirando a Rami. ¨C?Ah, pueden hacerlo cuando quieran! ¨Cdice Rami, cambiando su expresi¨®n y dibujando una amplia sonrisa.
No est¨¢ completamente fuera del terreno de lo posible, pues, como israel¨ª, Rami est¨¢ aqu¨ª ilegalmente: no est¨¢ autorizado a desplazarse a esta parte de Beit Jala. Pero no le importa. Viene aqu¨ª en su moto, tomando caminos secundarios si hace falta. Siempre hay maneras de sortear los puestos de control. Todos los muros ¨Cincluso el Muro, situado a unos pocos metros de aqu¨ª, que serpentea en direcci¨®n a Bel¨¦n¨C se pueden romper. Bassam tambi¨¦n necesita un permiso especial para entrar en Israel.
El sonido de la sirena va perdi¨¦ndose en la lejan¨ªa y nos quedamos con el zumbido de los tubos fluorescentes sobre nuestras cabezas.
Sobre la mesa hay caf¨¦, algunas pastas y varias servilletas verdes. Rami y Bassam se han sentado juntos miles de veces, contando la misma historia a todo aquel que sea lo suficiente abierto de mente como para escuchar.
La mayor parte de las historias mueren de tanto repetirse, pero no las suyas. Sus historias siguen vivas debido a la brutal realidad que hace que las personas sigan muriendo al otro lado de estas ventanas. La ¨²nica forma que conocen de hacer frente a semejante situaci¨®n es compartir su experiencia; y por eso lo hacen una y otra vez. Han aprendido que el arte de la narraci¨®n es conseguir que otros escuchen: escolares, dignatarios, profesores, oficiales del Ej¨¦rcito, combatientes, pol¨ªticos, ustedes, yo. Para ellos es impensable poder vivir sin tener la capacidad de contar sus historias. En cierto modo est¨¢n aprendiendo de paso la manera de restaurarse a s¨ª mismos. Van entrelaz¨¢ndose mutuamente, teji¨¦ndose en un telar de posibilidades. Han encontrado algo que est¨¢ m¨¢s all¨¢ del dolor. Y de alguna manera as¨ª vencen a la muerte. Es como si hubieran salido de las p¨¢ginas de las Mu¡¯allaqat: ?Hay alguna esperanza de que esta desolaci¨®n me d¨¦ alg¨²n consuelo?
Los dos hombres se miran. No puede uno evitar la sensaci¨®n de que alguien m¨¢s cuenta su historia. Una ni?a sali¨® a buscar libros. La otra ¨Ccomo no tardar¨¢n ustedes en descubrir¨C sali¨® a comprar golosinas.
?Me llamo Bassam Aramin. Soy un terrorista. Es broma. O quiz¨¢ no lo sea, as¨ª es como me ve mucha gente, mucha gente quiere que sea verdad. Cuando era un chaval cre¨ªa yo que ser palestino o musulm¨¢n o ¨¢rabe era un castigo de Dios, pues es muy dif¨ªcil criarse bajo un r¨¦gimen de ocupaci¨®n. Gentes a las que no entiendes, que usan una lengua que no entiendes, llegan a tu pueblo y lo ocupan. De repente te conviertes en un combatiente o un guerrero, algo que no es tu sue?o, que no es tu misi¨®n.
?Es una tragedia que, como palestinos, necesitemos demostrar que somos seres humanos. No solo a los israel¨ªes; por desgracia ocurre lo mismo con los ¨¢rabes, con nuestros hermanos y hermanas. Y con los americanos, y tambi¨¦n con los europeos. Tenemos que demostrar que somos seres humanos. ?Y eso por qu¨¦?
?Cuando era un chaval luch¨¦ contra la ocupaci¨®n levantando la bandera palestina en el patio del recreo de la escuela. Para hacer rabiar a los israel¨ªes. Odiaban que levant¨¢ramos nuestra bandera. Nunca nos sent¨ªamos seguros. Siempre and¨¢bamos corriendo delante de los jeeps para evitar que los soldados nos pegaran. Nuestras casas eran invadidas y a algunos ni?os a los que conoc¨ªa los hab¨ªan matado. A los doce a?os particip¨¦ en una manifestaci¨®n en la que un chico fue asesinado por un soldado de un tiro. Vi a aquel muchacho morir delante de m¨ª.
?A partir de ese momento desarroll¨¦ una profunda necesidad de vengarme. Pas¨¦ a formar parte de un grupo cuya misi¨®n era librarse de aquella cat¨¢strofe que hab¨ªa ca¨ªdo sobre nuestra ciudad. Nos llam¨¢bamos los combatientes de la libertad, pero el mundo exterior nos llamaba terroristas. Al principio solo arroj¨¢bamos piedras y botellas vac¨ªas, pero en una ocasi¨®n nos encontramos en una cueva unas granadas de mano desechadas y decidimos lanzarlas contra los jeeps israel¨ªes. Dos de ellas explotaron. Afortunadamente nadie result¨® herido, porque no sab¨ªamos c¨®mo utilizar aquellos artilugios como es debido, pero nos cogieron y en 1985, a los diecisiete a?os, me condenaron a siete a?os de prisi¨®n. Es una larga historia; siete a?os muy largos.
?En la c¨¢rcel ten¨ªamos una misi¨®n, porque los israel¨ªes tambi¨¦n ten¨ªan una misi¨®n. Su objetivo era matar nuestra humanidad. Y nuestra misi¨®n era sobrevivir y proteger nuestra humanidad; porque somos seres humanos. El 1 de octubre de 1987, m¨¢s de cien de nosotros ¨Ctodos adolescentes¨C esper¨¢bamos a entrar en el comedor cuando de repente sonaron las alarmas. De pronto aparecieron cerca de cien soldados fuertemente armados y nos ordenaron que nos desnud¨¢ramos. Es algo muy embarazoso, quit¨¢rtelo todo, primero tu propia dignidad, y luego todo lo dem¨¢s. Se pusieron a pegarnos hasta que casi no pod¨ªamos tenernos en pie. Yo fui el que aguant¨¦ m¨¢s tiempo y al que pegaron m¨¢s fuerte.
?Lo que me choc¨® fue que los soldados nos pegaban sin odio, porque para ellos aquello era solo un ejercicio de entrenamiento y a nosotros nos ve¨ªan como objetos. No ¨¦ramos humanos.
?Mientras me pegaban, me vino a la memoria una pel¨ªcula que hab¨ªa visto el a?o anterior acerca del Holocausto. Por aquel entonces me alegraba yo de que Hitler hubiera matado a seis millones de jud¨ªos. Recuerdo que deseaba que ojal¨¢ los hubieran matado a todos, porque entonces no me habr¨ªan metido nunca en la c¨¢rcel. Pero al cabo de unos minutos me vi a m¨ª mismo llorando en secreto de compasi¨®n por aquellos individuos, por aquellos individuos desnudos. Soy un hombre muy sencillo. Intent¨¦ convencerme a m¨ª mismo de que solo era una pel¨ªcula; no hab¨ªa seres humanos capaces de hacer eso a otros seres humanos. Me parec¨ªa imposible.
?Resulta siempre muy dif¨ªcil reconocer el dolor de tu enemigo: en nuestro caso, como palestinos, reconocer el dolor de los israel¨ªes, o de los jud¨ªos que ocupaban nuestra tierra. Para nosotros el Holocausto era una gran mentira. As¨ª que prefer¨ªamos no saber y negarlo. Pero aquella pel¨ªcula me indujo a comprenderlos. Me vi a m¨ª mismo llorando y lleno de furia por el hecho de que los jud¨ªos fueran metidos como ganado en las c¨¢maras de gas sin defenderse. Si sab¨ªan que iban a morir, ?por qu¨¦ no gritaban? Intent¨¦ ocultar mis l¨¢grimas a los dem¨¢s presos: no habr¨ªan entendido por qu¨¦ lloraba por el dolor de mis opresores. Fue la primera vez que sent¨ª empat¨ªa.
?Pero ahora ¨Cun a?o despu¨¦s, cuando estaban peg¨¢ndome¨C me acord¨¦ de la pel¨ªcula y empec¨¦ a gritarles: ¡°?Asesinos! ?Nazis! ?Opresores!¡±. Y en consecuencia dej¨¦ de sentir dolor.
?Aquella paliza me hizo darme cuenta de que deb¨ªamos preservar nuestra humanidad, nuestro derecho a re¨ªr y nuestro derecho a llorar, para salvarnos. Y poco a poco me di cuenta tambi¨¦n de que buena parte de la opresi¨®n de los israel¨ªes era debida al Holocausto, y decid¨ª as¨ª entender qui¨¦nes eran los jud¨ªos. Esto me llev¨® a mantener una conversaci¨®n con un guardi¨¢n de la prisi¨®n. Los guardias cre¨ªan que todos ¨¦ramos terroristas y nos odiaban, pero aquel me pregunt¨®: ¡°?C¨®mo un tipo silencioso como t¨² puede volverse terrorista?¡±. Yo le contest¨¦: ¡°No. T¨² eres el terrorista. Yo soy un combatiente por la libertad¡±.
?El hombre aquel pertenec¨ªa a una familia de colonos, pero realmente pensaba que los colonos ¨¦ramos los palestinos, no los israel¨ªes. Yo le dije: ¡°Si puedes convencerme de que nosotros somos los colonos, estoy dispuesto a declararlo delante de todos los presos¡±. El hombre se qued¨® pasmado. Dijo que nunca hab¨ªa conocido a nadie como yo hasta entonces.
?Fue el principio de un di¨¢logo y de una amistad. El comienzo de un descubrimiento. Unos meses despu¨¦s, el guardi¨¢n volvi¨® y se sent¨® a charlar conmigo. Su rostro hab¨ªa cambiado hasta cierto punto. Dijo que ya hab¨ªa entendido que nosotros no ¨¦ramos los colonos. Que ¨¦ramos los oprimidos. Hasta entonces no hab¨ªa reconocido semejante cosa. Se hizo incluso partidario de la lucha palestina. A partir de ese momento siempre nos trat¨® con respeto. Me permit¨ªa beber t¨¦ en un vaso de cristal, no de pl¨¢stico, y una vez incluso me pas¨® de extranjis dos botellas grandes de Coca-Cola, que compart¨ª con los dem¨¢s presos. Y me protegi¨® del resto de los soldados cuando ven¨ªan a pegarme gritando: ¡°Est¨¢ enfermo del coraz¨®n. Si muere, su sangre caer¨¢ sobre vuestras cabezas¡±.
?El hecho de ver que todo eso ocurr¨ªa sin necesidad de recurrir a la fuerza, a trav¨¦s simplemente del di¨¢logo, me llev¨® a comprender que la ¨²nica manera de conseguir la paz era por medio de la no violencia. Nuestro di¨¢logo nos permiti¨® a ambos ver la pureza de coraz¨®n del otro y nuestras buenas intenciones.
??Que esto parece imposible? No me importa. Nada es imposible.
?Me soltaron en 1992 y yo segu¨ªa creyendo en nuestra lucha armada. Era la ¨¦poca de los Acuerdos de Oslo y hab¨ªa un gran sentimiento de esperanza en la soluci¨®n de los dos Estados. Pero aquello nunca se consigui¨® porque los pol¨ªticos dijeron que no est¨¢bamos preparados para ella. Creo que, si no hubiera yo tenido unas creencias y unos principios tan fuertes, la ira y el odio habr¨ªan vuelto a apoderarse de m¨ª. No hab¨ªa ning¨²n conflicto como el nuestro. Nunca lo resolver¨ªamos, seguir¨ªamos odi¨¢ndonos unos a otros por siempre, aunque no est¨¦ escrito nada parecido ni en el Cor¨¢n ni en la Biblia.
?En 1994 tuve mi primer hijo.. Cuando piensas como padre ves las cosas de un modo distinto, porque tienes m¨¢s responsabilidad. No porque te vuelvas cobarde. Pero a veces te vas al otro extremo, porque por tus hijos est¨¢s dispuesto a sacrificarte de una manera distinta. Vi a los chavales palestinos tirando flores en vez de piedras cuando las tropas israel¨ªes se fueron de Yen¨ªn. Todo esto me llev¨® a cambiar por completo de mentalidad. Decid¨ª que la paz solo funcionar¨ªa si pod¨ªamos empezar a establecer contacto con los israel¨ªes. Porque durante m¨¢s de cien a?os hemos estado intentando matarnos unos a otros, derrotarnos unos a otros, destrozarnos unos a otros. ?Y qu¨¦ hemos conseguido? Israel no est¨¢ seguro, y Palestina no es libre. Y cada d¨ªa, cada semana, cada a?o, m¨¢s sangre, m¨¢s dolor, m¨¢s v¨ªctimas; y ni siquiera pensamos en ello.
?As¨ª que decid¨ª que mi hijo no ir¨ªa nunca a una c¨¢rcel israel¨ª y que nunca arrojar¨ªa piedras. Y entonces empec¨¦ a desarrollar mis actividades dentro de mi sociedad, en el lado palestino, diciendo que tenemos que cambiar nuestra forma de intentar conseguir nuestro objetivo.
?No me malinterpreten. Es el mismo objetivo: a saber, acabar con la ocupaci¨®n israel¨ª. Nosotros no la aceptaremos nunca. No la aceptaremos nunca, ni al cabo de mil a?os. Pero tenemos que hacerlo de manera distinta. Tenemos que usar la fuerza de nuestra humanidad. Un nuevo tipo de fuerza.
?No fue hasta 2005 cuando algunos de los que cre¨ªamos en la no violencia empezamos a reunirnos en secreto con antiguos soldados israel¨ªes, los ref¨²senik. Yo fui uno de los cuatro representantes palestinos. No pueden imaginarse ustedes lo que fue aquella primera reuni¨®n. Aqu¨ª, en otra parte de Beit Jala. Para nosotros ellos eran los criminales, los asesinos, los enemigos. Y para ellos, nosotros ¨¦ramos lo mismo. Nos reunimos como verdaderos enemigos que ahora, vayan ustedes a saber por qu¨¦, quer¨ªan hablar.
?Uno de ellos, de hecho, era un hijo de Rami, Elik. Fue as¨ª como nuestras familias se conocieron.
?Aquellos j¨®venes israel¨ªes se negaban a luchar, no ya por el bien del pueblo palestino, sino por su propia sociedad, por su propia moralidad. Nosotros tampoco actu¨¢bamos para salvar vidas israel¨ªes, sino para impedir que nuestra sociedad siguiera sufriendo m¨¢s todav¨ªa. No fue hasta m¨¢s tarde cuando unos y otros llegamos a sentirnos responsables mutuamente.
?Esencialmente descubrimos que ¨¦ramos lo mismo. Nos dimos cuenta de que quer¨ªamos matarnos unos a otros para conseguir lo mismo: ?paz y seguridad! Naturalmente cada uno tiene un punto de vista distinto: ellos son ocupantes; nosotros sufrimos la ocupaci¨®n. Nosotros tenemos derecho a oponer resistencia y a utilizar nuestra lucha. Pero al final morimos, nos matamos unos a otros. Ten¨ªamos que encontrar otra manera de sobrevivir juntos.
?La cosa llev¨® tiempo. Necesit¨¢bamos conocernos unos a otros. Como siempre he dicho, es un desastre descubrir la humanidad y la nobleza de tu enemigo¡ porque entonces ya no es tu enemigo.
?No fue as¨ª despu¨¦s del primer encuentro. Se necesit¨® m¨¢s de un a?o de reuniones. Empezamos creando una organizaci¨®n llamada Combatientes por la Paz. En ese primer a?o tuvimos trescientos miembros, ahora tenemos m¨¢s de seiscientos. Quiz¨¢ la historia hubiera podido acabar ah¨ª.
?Pero mi historia tiene adem¨¢s un lado mucho m¨¢s oscuro. El 16 de enero de 2007, dos a?os despu¨¦s de la fundaci¨®n de Combatientes por la Paz, mi hija de diez a?os, Abir, result¨® muerta de un tiro disparado a sangre fr¨ªa por un miembro de la polic¨ªa de frontera israel¨ª; en aquellos momentos la peque?a se encontraba a la puerta de su escuela con unas cuantas compa?eras. La alcanz¨® una bala de goma. Una bala de goma fabricada en Am¨¦rica. Disparada con un M-16 fabricado en Am¨¦rica. No hab¨ªa manifestaciones ni violencia ni intifada en aquellos momentos. Simplemente le pegaron un tiro.
?El mundo qued¨® aterrado al conocer los detalles de lo sucedido, entre otras cosas porque la criatura acababa de ir a comprar golosinas a una tienda. Algunos detalles son espantosos, pero a veces pienso que no tuvo ni tiempo de com¨¦rselas. Solo eso. No tuvo tiempo de comerse sus golosinas.
?Diez a?os de edad. Una bala en la nuca. Cay¨® redonda boca abajo.
?Me llev¨® cuatro a?os y medio demostrar en un tribunal ordinario que mi hija hab¨ªa resultado muerta por una bala de goma. Mi objetivo hab¨ªa sido llevar a juicio al soldado responsable, pero el Tribunal Supremo decidi¨® despu¨¦s de cuatro a?os y medio que no hab¨ªa pruebas, as¨ª que dio carpetazo al asunto por cuarta vez. Yo creo en la justicia, y muchos centenares de hermanos m¨ªos israel¨ªes y hermanos jud¨ªos de todo el mundo me apoyan. Quiero llevar a ese hombre ante la justicia porque mat¨® a mi hija de diez a?os; no porque ¨¦l sea israel¨ª ni porque yo soy palestino, sino porque mi hija no estaba participando en ninguna lucha. No era miembro de Al-Fatah ni de Ham¨¢s. Hab¨ªa ido a comprar golosinas. Para que haya reconciliaci¨®n y para que yo considere la posibilidad de perd¨®n, Israel tiene que reconocer cr¨ªmenes de ese estilo.
?El asesinato de Abir habr¨ªa podido llevarme por el camino del odio y de la venganza, pero para m¨ª, una vez en la senda del di¨¢logo y la no violencia, no hab¨ªa posibilidad de dar marcha atr¨¢s. Aquella experiencia acab¨® de hecho impuls¨¢ndome a acabar en 2011 mi m¨¢ster sobre el Holocausto en un programa de estudios de Inglaterra. Y a llevar a cabo este trabajo en pro de la paz. Al fin y al cabo, fue un soldado israel¨ª el que mat¨® a mi hija, pero fueron cien exsoldados israel¨ªes los que construyeron un jard¨ªn en su nombre en la escuela en la que hab¨ªa sido asesi-nada.?
Colum McCann: "Para ellos es impensable poder vivir sin tener la capacidad de contar sus historias. En cierto modo est¨¢n aprendiendo de paso la manera de restaurarse a s¨ª mismos"
En 1993 el poeta argelino Tahar Djaout fue tiroteado porque ¨Cseg¨²n la terminolog¨ªa de sus atacantes¨C manejaba una pluma temible. Poco antes de ser asesinado escribi¨®: ?Si te quedas callado, mueres. Si hablas, mueres. As¨ª que habla y muere?.
El argelino sab¨ªa lo que al final acaban sabiendo todos los hombres y todas las mujeres: las historias logran abrir nuestra caja tor¨¢cica y nos retuercen un poquito el coraz¨®n. Pueden darte un pu?etazo en lo m¨¢s profundo del cerebro. Pueden surgir de la nada como una manada de delfines y ponernos en contacto. Son un punto de apoyo contra la desesperaci¨®n. Pueden insuflar vida al silencio.
Djaout era consciente ¨Ccomo Bassam, como Rami¨C de que hablar en voz alta y contar historias puede hacer del mundo un lugar m¨¢s espacioso: estamos vivos en un cuerpo, en un tiempo, en un sentimiento, en una cultura, en una aventura que no son nuestros. Las historias nos sacan a rastras de nuestro estupor. De lo que hablamos es de nuestra experiencia, por amarga y lacerante que pueda ser. Contando nuestras historias nos oponemos a las espantosas crueldades de los tiempos y presentamos ante el mundo la prueba m¨¢s profunda de que estamos vivos. Al mismo tiempo, casi todos sabemos que es harto improbable que los sufrimientos del presente y los males del pasado sean redimidos por una era futura de felicidad universal, pero eso no nos quita la necesidad de escuchar. Y de ser escuchados.
Una historia es muchas historias.
As¨ª que hablad y vivid¡ al menos hasta que dej¨¦is de hacerlo.
¨CNuestro destino no es seguir mat¨¢ndonos unos a otros por siempre jam¨¢s en esta tierra santa nuestra ¨Cdice Rami, mirando de trav¨¦s a Bassam y d¨¢ndole un codazo¨C. Ni siquiera este terrorista y yo.
Bassam devuelve la sonrisa al hombre al que llama su hermano.
¨CLo que tengo que aprender a entender ¨Ccontin¨²a diciendo Rami¨C es que el asesino de mi hija es tambi¨¦n una v¨ªctima.. Es una v¨ªctima en muchos sentidos, incluso una v¨ªctima de s¨ª mismo.
¨CNo hay nada peor que perder a un hijo ¨Cdice Bassam¨C. Especialmente porque Abir y Smadar no participaban en ninguna lucha. No sab¨ªan nada de la guerra. Pero luego descubres que no existe la venganza, que no tiene sentido la venganza porque no volver¨¢s a ver a tu hija nunca m¨¢s, en cualquier caso no en este mundo. Es un dolor constante, que dura para siempre, veinticuatro horas al d¨ªa, todos y cada uno de los d¨ªas del a?o. Necesitas aprender a vivir con tu dolor. No queremos venganza; queremos justicia.
¨CLa mayor¨ªa de los israel¨ªes vamos a los caf¨¦s de Tel Aviv y no miramos lo que est¨¢ sucediendo a doscientos metros de nuestras narices ¨Cdice Rami¨C. El israel¨ª corriente y moliente necesita saber que la ocupaci¨®n se paga, que tiene un precio. No hay ni una sola familia palestina, ni una, que no tenga un muerto, que no tenga un herido, un preso. Y viven con eso cada instante de sus vidas. Pero los israel¨ªes no queremos saber. Volvemos la cabeza. Vamos a la playa. Vamos a nuestras discotecas. Y mientras tanto, la ocupaci¨®n contin¨²a, las atrocidades contin¨²an, los puestos de control contin¨²an, y los asentamientos... cada vez hay m¨¢s y m¨¢s y m¨¢s. Ese es el objetivo de la ocupaci¨®n: impedir cualquier posibilidad de soluci¨®n. Esa es la meta fundamental de los asentamientos, y a veces me temo que la han alcanzado. Me temo que hoy d¨ªa desmantelar esta guerra ser¨¢ dif¨ªcil, y tendre-mos que pensar en nuevas maneras de abordarla.
¨CTenemos que propagar un solo mensaje ¨Cdice Bassam¨C. Que tenemos que compartir esta tierra con el enemigo, como un Estado, como dos Estados, o como cinco Estados o quinientos. De lo contrario lo que compartiremos ser¨¢ una misma tierra para abrir tumbas para nuestros hijos y para nuestro pueblo. Los israel¨ªes no renunciar¨¢n nunca a su lugar seguro, y los palestinos no renunciaremos nunca a nuestra libertad ni a nuestro sue?o de crear nuestro propio Estado.
¨CHablo como hijo de un graduado de Auschwitz ¨Cdice Rami¨C. Hace setenta a?os se llevaron a mis abuelos a los hornos crematorios de Europa. Y el mundo no movi¨® un dedo. Y hoy d¨ªa, setenta a?os despu¨¦s, mientras nos masacramos unos a otros, el mundo sigue manteni¨¦ndose al margen. ?Esto es un crimen! No lo puedo gritar m¨¢s fuerte. Esta guerra es un crimen contra la humanidad. Y mantenerse al margen mientras est¨¢ perpetr¨¢ndose este crimen es tambi¨¦n un crimen. Ahora no pido a la gente que sea pro-israel¨ª o pro-palestina. Le pido que sea pro-paz, que est¨¦ en contra de la injusticia, y en contra de esta situaci¨®n actual en la que unos dominan a otros? Mi mensaje personal es que, como jud¨ªo, un jud¨ªo con el m¨¢ximo respeto por mi pueblo, por mi tradici¨®n, por mi historia, dominar y oprimir, y humillar y someter a una ocupaci¨®n a millones y millones de personas durante tantos a?os, sin ning¨²n derecho democr¨¢tico, no es de jud¨ªos. Y punto. Y estar en contra de la guerra no es antisemitismo de ning¨²n tipo ni de ninguna manera.
Entre los dos hombres se genera una atm¨®sfera electrizante, sus voces se mezclan y se entrelazan.
¨CTenemos que aprender a vivir unos al lado de otros. La palabra fundamental, la palabra m¨¢s importante, es saber respetar a la otra parte. Respeto. No hay m¨¢s alternativa. Todo lo dem¨¢s son cuestiones t¨¦cnicas: c¨®mo preparar una vida que te capacita a levantarte cada ma?ana, a mandar a tu hijo a la escuela y recogerlo de una pieza.
¨CNo nos llamen ingenuos. No nos llamen sentimentales. Podemos cambiar las cosas; podemos romper de una vez por todas este ciclo infinito de violencia, de venganza y de represalias. Y la ¨²nica forma de hacerlo es sencillamente hablar unos con otros. Porque no parar¨¢ mientras no hablemos. Creo profundamente que una vez que escuchas el dolor del otro, puedes esperar que el otro escuche tu dolor. Y entonces, solo entonces, emprenderemos juntos este largo viaje hacia la reconciliaci¨®n, y quiz¨¢ hacia alg¨²n tipo de paz al final. Es un camino muy largo, un camino lleno de baches, no hay atajos; pero es la ¨²nica opci¨®n posible, porque la otra no lleva a ninguna parte. El precio de la otra v¨ªa es realmente demasiado horrible.
¨CAs¨ª que eso es lo que intentamos hacer, mi querido hermano, este que tengo aqu¨ª a mi lado, y los setecientos familiares de esta singular¨ªsima organizaci¨®n nuestra, la Asociaci¨®n de Padres. Nos damos de cabeza contra este alt¨ªsimo muro de odio y miedo que separa hoy d¨ªa estas dos naciones y vamos abriendo en ¨¦l grietas. Grietas de esperanza. Peque?as grietas. Min¨²sculas incluso. Una telara?a de grietas. No hay otra alternativa, la alternativa es de hecho demasiado horrible. ?Nos sentimos decepcionados? S¨ª, cada d¨ªa nos sentimos decepcionados. Pero cuanto m¨¢s profundo es el compromiso, mayor es la posibilidad de decepci¨®n. Es una verdad muy sencilla. Debemos seguir. Absolutamente debemos seguir.
¨CDebemos reunirnos unos con otros sobre el terreno, disfrutar de esta tierra, de lo contrario nos reuniremos unos con otros bajo tierra. En la tumba. En el polvo.
¨CCito siempre a Martin Luther King: ?Al final recordamos no ya las palabras de nuestros enemigos, sino el silencio de nues-tros amigos?.
¨CNecesitamos contar historias.
¨CNecesitamos o¨ªr historias.
¨CEscucharnos unos a otros.
¨CNo a escondidas, bajo tierra.
¨CAqu¨ª arriba.
¨CNo se puede vencer el odio con m¨¢s odio.
¨CNos negamos a ser enemigos.
¨CDeben entenderlo ustedes: no hay diferencia entre este, mi hermano, y yo. No estamos contando dos relatos distintos.
¨CLo que nos acerca tanto es el precio que los dos hemos pagado.
¨CTenemos un aliado enorme de nuestra parte, que es el poder de nuestro dolor.
¨CY al final los venceremos con nuestra humanidad.
¨CPueden decir que lo decimos nosotros.
¨CLos dos.
Fuera reina ya la oscuridad. La noche en Beit Jala. Coges una servilleta verde que hay sobre la mesa. Un souvenir en el que los dos hombres han estampado su firma. Sobre ella han escrito sus nombres y las palabras ?Aprovecha el poder del dolor?.
Sales del despacho y bajas las escaleras del edificio de apartamentos. El cielo est¨¢ encendido de estrellas. Rami y Bassam est¨¢n ah¨ª juntos. Se besan cuatro veces en la mejilla. Rami monta en su moto. Tendr¨¢ que sortear los puestos de control y atravesar¨¢ el Muro para ir a su casa en Jerusal¨¦n. Tampoco le preocupa: no tendr¨¢ problemas, conoce el camino.
¨CHay solo dos clases de personas capaces de atravesar el Muro: los pacificadores y los terroristas.
Se pone el casco y se despide de Bassam con un gesto de la mano.
Bassam enciende un cigarrillo y sube un trozo de la empinada calle en busca de su coche.. ?l tambi¨¦n se dirige a Jerusal¨¦n. Tomar¨¢ un camino distinto, el ¨²nico que se le permite tomar para volver a su casa en Anata, dirigi¨¦ndose durante un trecho hacia el sur, a la fuerza, en el sentido contrario al que deber¨ªa. Sufre una ligera cojera. Piensas por un momento que quiz¨¢ tenga algo que ver con los golpes que recibi¨® cuando estuvo en la c¨¢rcel, pero luego te enteras de que contrajo la polio de ni?o. Le impusieron una pena de prisi¨®n m¨¢s corta por el ataque en el que particip¨® siendo un menor porque solo hab¨ªa hecho tareas de vigilancia. Era incapaz de correr deprisa. De no ser por eso habr¨ªa pasado m¨¢s del doble de tiempo en chirona.
Otra iron¨ªa, otra sirena en la calle de la Virgen Mar¨ªa. Bassam se inclina sobre la portezuela del coche, mete la llave en la cerradura, monta. Las luces traseras de la moto de Rami en lo alto de la cuesta.
Los dos hombres van en direcciones opuestas, las luces de sus veh¨ªculos proyect¨¢ndose en la oscuridad. Volver¨¢n dentro de unos d¨ªas, a contar otra vez sus historias. Otra vez, y otra y otra. Hasta el d¨ªa en que se mueran. O hasta que se mueran los d¨ªas.
Probablemente puedas decir que te lo han dicho ellos, pero de momento se han ido.
Un reino de olivos,?iniciativa de los escritores Ayelet Waldman y Michael Chabon,y de la ONG de exsolados israel¨ªes Breaking the Silence, re¨²ne ensayos de Geraldine Brooks, Jacqueline Woodson, Ala Hlehel, Michael Chabon, Madeleine Thien, Rachel Kushner, Raja Shehadeh, Lars Saabye Christensen, Dave Eggers, Emily Raboteau, Mario Vargas Llosa, Assaf Gavron, Taiye Selasi, Colm T¨®ib¨ªn, Eimear McBride, Hari Kunzru, Lorraine Adams, Helon Habila, Eva Menasse, Anita Desai, Porochista Khakpour, Fida Jiryis, Arnon Grunberg, Ayelet Waldman, Colum McCann y Maylis de Kerangal. Literatura Random House publicar¨¢ el libro en Espa?a el pr¨®ximo 8 de junio.
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