No se la pierdan
¡®Verano 1993¡¯ trata de la p¨¦rdida de los padres, pero tambi¨¦n de las muertes de sida
En tiempos en los que lo m¨®rbido cautiva y hay una especie de competici¨®n t¨¢cita en narrar la infancia de la manera m¨¢s oscura posible, llega Carla Sim¨®n con una historia indiscutiblemente dram¨¢tica y la cuenta de manera luminosa. Los padres de Carla hab¨ªan muerto de sida antes del verano de 1993, a?o crucial para los tratamientos efectivos. Reci¨¦n fallecida su madre, la ni?a es adoptada por unos t¨ªos y trata de adaptarse a la nueva familia, contando tambi¨¦n con que su prima peque?a se convierte en hermana. Carla (en la pel¨ªcula, Frida), a sus seis a?os, comprende la muerte: sabe que se trata de algo irreversible y universal, pero no encuentra la manera de expresar el dolor y de pedir consuelo. Es algo habitual en los ni?os adoptados: su proceso de adaptaci¨®n tiene idas y venidas que los nuevos padres observan con sentimientos encontrados, entre la buena voluntad y el desconcierto. Todo eso se cuenta de una manera tan natural que nos parece estar tras el ojo de la cerradura, observando a la criatura que ha de asumir la ausencia definitiva y a la segunda madre, que trata de hacerle entender que la aceptaci¨®n de las normas y los l¨ªmites es la manera de protegerla y de construir un v¨ªnculo amoroso entre ellas.
La pel¨ªcula trata de la p¨¦rdida de los padres, s¨ª, pero de fondo, como un contrabajo que marcara sutilmente el ritmo del acontecer de los d¨ªas, est¨¢ el hecho de que han muerto de sida. Estoy, en esta tarde de julio, casi sola en el cine, pero seg¨²n progresa la historia siento que las butacas de la sala semivac¨ªa se van llenando de presencias, las de aquellos que murieron a ¨²ltimos de los ochenta y principios de los noventa devastados y estigmatizados por un virus que llevaba impreso el sello de la droga y el sexo. Tambi¨¦n sent¨ªa a mi lado el aliento de los ni?os, ahora treinta?eros como Carla, que se quedaron sin padres, heredando unos el virus y otros no, alimentando no s¨®lo fantas¨ªas sobre una enfermedad sin nombre, tambi¨¦n acerca de lo que ocurri¨® antes del desenlace fatal, las andanzas de una juventud temeraria que desconoc¨ªa las consecuencias de sus actos. Pero, ?qui¨¦n sab¨ªa? Acordarse de aquellos a?os es preguntarse de inmediato por qu¨¦ ellos s¨ª y t¨² no.
La madre de Frida (o de Carla) muri¨® justo en v¨ªsperas de que el c¨®ctel de medicamentos convirtiera la enfermedad en cr¨®nica, pero aun no siendo ya mortal, el estigma sigue hoy ah¨ª, latente como el virus. Era necesario que la historia de Sim¨®n fuera contada. Es de justicia reconocer todo lo que ha luchado el colectivo gay para que se avance en la investigaci¨®n de este mal, pero se echa en falta la presencia de aquellos que por no tener capacidad ni edad para organizarse han sufrido de una cierta invisibilidad. Parec¨ªa que los ni?os hu¨¦rfanos de sida o los peque?os herederos del virus viv¨ªan s¨®lo en ?frica. Tambi¨¦n las mujeres han rumiado sus pesares de manera silenciosa. Pero ah¨ª est¨¢n. Y aunque la directora de esta bell¨ªsima pel¨ªcula advierte que el sida no es el asunto fundamental de su historia y que ella no necesitaba desahogarse porque hace a?os que acept¨® su pasado con naturalidad, no cabe duda de que esta narraci¨®n compensa tanto silencio.
Aquel verano de 1993 conten¨ªa un tesoro argumental que merec¨ªa ser contado, pero sin talento no hay historia poderosa que valga. La prodigiosa delicadeza con la que han sido dirigidas esas dos ni?as, Laia Artigas y Paula Robles, y la manera algo temblorosa, con aires de documental, en que fue rodada esta ficci¨®n basada en una historia real nos proporcionan la sensaci¨®n de estar ah¨ª, en esa casa rural en la que la ni?a Frida aprende a caminar de nuevo. Y llega ese final que no es final sino un principio lleno de esperanza, que muestra la tremenda capacidad de los ni?os para recuperarse de un trauma siempre y cuando encuentren un buen cobijo, un amor sosegado dentro de casa.
La prueba de que Verano 1993 acaba bien es el mero hecho de que la directora haya rodado esta pel¨ªcula. Hizo caso al sabio consejo que le dieron en la escuela de cine, ¡°empieza por lo que sabes¡±, y ha dado su primer paso por un terreno que ella misma recorri¨®. Consciente de las trampas que tiende la memoria y todav¨ªa m¨¢s en los a menudo mitificados recuerdos infantiles, reconstruy¨® el primer verano de su segunda vida ayudada, sobre todo, por la t¨ªa que adopt¨® el papel de madre. La ¨²ltima escena de la pel¨ªcula es reveladora e impactante; de pronto, toda la historia cobra sentido. Luego viene la dedicatoria, a sus padres. Pero, ?a qu¨¦ padres? ?a los que murieron o a los adoptivos? Mejor preservar el enigma, porque cualquier opci¨®n es hermosa. Y porque la pel¨ªcula, as¨ª la entiendo, est¨¢ dedicada a todos aquellos esp¨ªritus que siento que me rodean en esta sala medio vac¨ªa.
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