Nuestros esclavos
El az¨²car habr¨ªa seguido siendo caro para el consumo de masas si el trabajo de procur¨¢rselo hubiera reca¨ªdo en obreros pagados

Cualquiera que mire la lista de los libros m¨¢s vendidos (y crea en ella) se dar¨¢ cuenta de que en el apartado de ficci¨®n hay una novela que lleva all¨ª casi un a?o: Patria, de Fernando Aramburu. Si mira en el de no ficci¨®n ver¨¢ que hay un ensayo que lleva dos: Sapiens. Traducido al castellano por Joandom¨¨nec Ros para Debate, el libro de Yuval Noah Harari es una deslumbrante historia de esta especie desde que nuestros ancestros le ganaron la partida a los neandertales hasta casi hoy mismo. Visto qui¨¦n gobierna el mundo, dudamos de que realmente ganaran. El historiador israel¨ª se remonta a los tiempos en que ¡°los humanos prehist¨®ricos eran animales insignificantes que no ejerc¨ªan m¨¢s impacto sobre su ambiente que los gorilas, las luci¨¦rnagas o las medusas¡± para llegar a estos tiempos nuestros en que ya hemos demostrado lo que somos capaces de hacer con los gorilas y las luci¨¦rnagas. La venganza queda en manos de las medusas, tan proclives a la turismofobia.
Claro y riguroso, Sapiens est¨¢ lleno de historias grandes (como el ¨¦xito de los dioses) y de historias peque?as (como el ¨¦xito del az¨²car). En la Edad Media el az¨²car era un art¨ªculo de lujo que, escaso en Europa, se importaba de Oriente Pr¨®ximo a precios desorbitados para su uso, con cuentagotas, en golosinas y medicamentos. Todo cambi¨® con la conquista de Am¨¦rica. Las nuevas plantaciones de ca?a facilitaron al Viejo Continente toneladas de la antigua delicatesse. El precio baj¨® radicalmente y Europa desarroll¨® un ¡°insaciable gusto¡± por los dulces: pasteles, galletas, chocolate, caramelos, bebidas azucaradas, caf¨¦ y t¨¦. La ingesta anual de az¨²car del ciudadano ingl¨¦s medio pas¨® de casi cero a principios del siglo XVII a unos ocho kilogramos a principios del XIX. A finales del XX, la media mundial alcanz¨® los 70 kilos.
Por supuesto, el az¨²car habr¨ªa seguido siendo demasiado caro para el consumo de masas si el trabajo de procur¨¢rselo ¡ªintensivo, bajo un sol tropical y en condiciones insalubres¡ª hubiera reca¨ªdo en obreros pagados dignamente. O pagados a secas. La soluci¨®n fue la mano de obra esclava, un tr¨¢fico manejado por empresas privadas que vend¨ªan acciones en las Bolsas de ?msterdam, Par¨ªs y Londres que se consolid¨® como inversi¨®n segura. A lo largo del siglo XVIII el rendimiento de esas inversiones rondaba el 6%. Como apunta Harari, cualquier consultor moderno firmar¨ªa dividendos as¨ª. ?Y todav¨ªa hay quien duda de la relaci¨®n entre ese comercio y el progreso que hizo posible nuestra Revoluci¨®n Industrial!
En 400 a?os, 10 millones de esclavos africanos fueron llevados a Am¨¦rica. Dos de ellos, a Latinoam¨¦rica. Es curioso que esos dos millones no hayan producido entre nosotros ni el 20% del cine y la literatura que la esclavitud ha generado en Estados Unidos. Por eso es tan importante un libro como La esclavitud en las Espa?as, publicado por Jos¨¦ Antonio Piqueras en La Catarata. El libro de este catedr¨¢tico de Historia en la Universitat Jaume I es un relato de terror y cinismo. El terror viene, en crudo, de las cifras que gener¨® la trata: 280.000 muertos en la traves¨ªa transatl¨¢ntica, 16 horas de trabajo al d¨ªa y una media de vida de entre 15 y 20 a?os. Adem¨¢s, el mito de la ¡°esclavitud suave¡± de los espa?oles frente a la de los anglosajones se desinfla ante la ordenanza de 1522 que establec¨ªa los castigos para los rebeldes: 50 latigazos la primera vez, amputaci¨®n del pie si reincid¨ªan o estaban ausentes de la propiedad m¨¢s de 10 d¨ªas y pena de horca si volv¨ªan a fugarse.
El lado del cinismo no resulta mejor. Pese a que P¨ªo?II compar¨® en 1492 la esclavitud con el crimen, los cl¨¦rigos destacaron como clientes de los negreros. Si el obispo de San Juan de Puerto Rico estuvo entre los mayores importadores de ¡°piezas de ¨¦bano¡± ¡ªel lenguaje lo dice todo¡ª, los jesuitas, en el momento de su expulsi¨®n (1767), contaban con tres ingenios azucareros, 12 haciendas ganaderas y 406 esclavos. Los laicos, por su parte, no son m¨¢s presentables. Ni la gloriosa Constituci¨®n de C¨¢diz ni los independentistas cubanos promovieron la abolici¨®n pese a que ¡ªo quiz¨¢s porque¡ª Cuba lleg¨® a ser la mayor productora de az¨²car del mundo, con un 43% de su poblaci¨®n formada por esclavos. Tampoco se salvan las autoridades. Mar¨ªa Cristina de Borb¨®n, madre de Isabel II, estaba entre los inversores m¨¢s activos dos d¨¦cadas despu¨¦s de que la trata se convirtiera en ilegal (1835) y antes de que la esclavitud fuera abolida en Espa?a (1886).
La madre de la reina rivaliza en el palmar¨¦s de tratantes con Antonio L¨®pez, Josep Xifr¨¦ y Pablo Espalza. Fueron, respectivamente, el primer marqu¨¦s de Comillas, el primer presidente de la Caja de Ahorros de Barcelona y el fundador del Banco de Bilbao. Se dir¨¢, para exculparlos, que solo eran personas de su tiempo, es decir, con los prejuicios que les correspond¨ªan. Pero tambi¨¦n Francisco Jos¨¦ de Jaca, Jos¨¦ Antonio Saco y Jos¨¦ Mar¨ªa Blanco White vivieron esos tiempos y lucharon contra la esclavitud.
La esclavitud en las Espa?as. Jos¨¦ Antonio Piqueras. La Catarata, 2012. 264 p¨¢ginas. 19 euros
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