Vud¨² a la especulaci¨®n urban¨ªstica
El Peque?o Hait¨ª de Miami, un barrio hist¨®rico amenazado por la codicia inmobiliaria
Recientemente, un hombre muy bien vestido entr¨® en la librer¨ªa de Jan Mapou. El viejo intelectual y exiliado haitiano lo mir¨® con el rabillo del ojo. Supuso que no ser¨ªa un curioso en busca de una compilaci¨®n de poes¨ªa creole o de un diccionario creole-ingl¨¦s. Supuso bien. "Se?or, vengo a comprarle la librer¨ªa", dijo el visitante inesperado e indeseado. El profesor Mapou respondi¨®: "No se la vendo". A lo que el hombre tan bien vestido a?adi¨®: "Le doy un mill¨®n de d¨®lares".
Jan Mapou repiti¨®: "No, amigo".
"No pienso abandonar el Peque?o Hait¨ª", explica el librero, expresando la postura generalizada entre la orgullosa comunidad del barrio ante la llegada a su espacio del fen¨®meno de mercantilizaci¨®n urbana de barrios populares conocido como gentrificaci¨®n. "Nos est¨¢n presionando para que nos vayamos, y algunos lo est¨¢n haciendo por necesidad; las firmas inmobiliarias ya han comprado todas las esquinas estrat¨¦gicas del barrio. Pero yo no vendo mis ra¨ªces".
Antes que una ciudad, Miami es suelo. Suelo que se compra, suelo que se vende. En la l¨ªnea costera casi no cabe un rascacielos m¨¢s y el negocio inmobiliario se mueve hacia los barrios interiores, antes marginales e ignorados, para volverlos oro. El Peque?o Hait¨ª es el bot¨ªn de moda despu¨¦s de que su barrio vecino del sur, Wynwood, haya pasado en menos de cinco a?os de ser un vecindario puertorrique?o lleno de almacenes a un epicentro mol¨®n lleno de espectaculares murales de grafiteros que hacen las delicias de los selfie-ciudadanos del mundo.
Nos est¨¢n presionando para que nos vayamos, pero yo no vendo mis ra¨ªces
Los haitianos empezaron a llegar en los a?os setenta escapando del hambre y la represi¨®n de la feroz dictadura de Jean-Claude Baby Doc Duvalier, hijo-sucesor de Fran?ois Papa Doc Duvalier. A principios de los ochenta la ola migratoria haitiana se intensific¨® al mismo tiempo que una masa de cubanos hu¨ªa de Cuba desde el Puerto del Mariel.
Cuando llegaron los haitianos, aquel terreno descampado bajo el sol se llamaba Ciudad Lim¨®n, como hab¨ªa sido bautizado a finales del siglo XIX por los primeros colonos, que lo utilizaron para cultivar c¨ªtricos. De los ochenta en adelante la zona se haitianiz¨® tanto que un notable del barrio mand¨® al Miami Herald una columna en la que ped¨ªa que igual que exist¨ªa una Peque?a Habana se hablase tami¨¦n de un Peque?o Puerto Pr¨ªncipe, por la capital de Hait¨ª. Al editor le pareci¨® bien. Solo recort¨®: "Peque?o Hait¨ª".
Al profesor Mapou, de 76 a?os y encarcelado en su juventud por los s¨¢trapas Duvalier, le gusta bastante esa an¨¦cdota. Se r¨ªe mientras despacha boletos de loter¨ªa, que es junto a una crema haitiana de ron ¨Ccuya receta no revela¨C una de las v¨ªas de ingresos de su minoritar¨ªa librer¨ªa especializada en creole. "Es la lengua que se inventaron en Hait¨ª los esclavos de las tribus africanas para entenderse", explica el erutido activista que vela por el idioma de sus ancestros.
Hasta 2016 el barrio ¨Cdonde viven cerca de 30.000 haitianos¨C no se llam¨® oficialmente Peque?o Hait¨ª, y algunos historiadores nost¨¢lgicos siguen reivindicando el Ciudad Lim¨®n original. En un tramo de la calle principal, Segunda Avenida Noreste ¨Cancha, recta, miamesca¨C, est¨¢n los elementos m¨¢s llamativos de la comunidad, como el Mercado Caribe?o, donde se vende desde dulces haitianos hasta camisetas de fugitivos del Ej¨¦rcito Negro de Liberaci¨®n, la guerrilla compuesta por Panteras Negras radicalizados. Tambi¨¦n est¨¢ ah¨ª la librer¨ªa de Mapou el Irreductible, restaurantes de comida haitiana sabros¨ªsima y de gran generosidad grasosa, tiendas de afroextensiones kilom¨¦tricas para el pelo, de m¨²sica gospel creole o de hierbas y santos para el culto vud¨², hibridado aqu¨ª con el evangelismo.
Aunque las inmobiliarias ya se pasean por el barrio chequera en mano, en Miami abunda todav¨ªa la imagen del Peque?o Hait¨ª como un gueto donde silban las balas. Hubo un tiempo de violencia encabezada por la pendenciera pandilla Zoe Pound, pero ha ido remitiendo; al menos lo suficiente como para que la caribe?a Rihanna apareciese por el barrio en junio con su equipo para producir un v¨ªdeo con el palestino Khalid, un dj de Miami.
Muy cerca del punto donde las c¨¢maras alumbraron a Rihanna, se encuentra la estatua de bronce de una figura mucho m¨¢s importante para los haitianos que ninguna estrella del pop: Toussaint Louverture, el Napole¨®n negro, padre de la insurrecci¨®n de esclavos que desemboc¨® en la primera rep¨²blica negra de Am¨¦rica, Hait¨ª. Si Toussaint viviera en el Peque?o Hait¨ª y le ofrecieran un mill¨®n por su casa, mirar¨ªa al empresario sin soltar su sable de la mano y dir¨ªa con el profesor Mapou: "No, amigo".
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