Esp¨ªas como nosotros: John le Carr¨¦ y Ben Macintyre
Los escritores analizan la nueva era del espionaje, y el papel de Trump y Putin
Su tema es el espionaje. Sus obsesiones son el secreto y la traici¨®n. Son ingleses, de un determinado origen, viejos amigos, que se admiran mutuamente. Uno escribe novelas; el otro, obras de no ficci¨®n. Al hablar, forman frases pr¨¢cticamente perfectas.
Los veteranos de inteligencia brit¨¢nicos dicen que los rusos tiene ¡®kompromat¡¯ [material comprometido] sobre Trump
Ben Macintyre
Las conversaciones entre John le Carr¨¦ y Ben Macintyre son inevitablemente c¨¢lidas, interesantes, ingeniosas, discursivas, c¨®mplices y chismosas, aunque sus cotilleos suelen estar relacionados con el espionaje y son m¨¢s selectos que los de cualquiera de nosotros. Quedaron hace poco, en un d¨ªa cualquiera de la semana iluminado por ratos de sol, para almorzar en un reservado de un hotel boutique situado en Bristol. Le Carr¨¦, de 85 a?os, acudi¨® desde su casa de Cornualles (tiene otra en Londres) en un coche conducido por el empleado que tiene su familia para ocuparse del jard¨ªn y otras tareas al aire libre; Macintyre, de 53, lleg¨® en tren desde Winchester, donde hab¨ªa intervenido en un festival literario.
Como de costumbre, ambos estaban en pleno frenes¨ª de proyectos, acabando unas cosas y empezando otras. Le Carr¨¦, que en sus 56 a?os de escritor, y casi por s¨ª solo, ha hecho que las novelas de esp¨ªas pasaran de ser meros libros de entretenimiento a ser aut¨¦nticas obras de literatura, publica en septiembre en Reino Unido (en enero en Espa?a) una nueva novela, El legado de los esp¨ªas (Planeta). Para entusiasmo de sus admiradores, es una especie de colof¨®n a El esp¨ªa que surgi¨® del fr¨ªo (1963), la tercera de sus dos docenas de novelas y la puerta por la que muchos lectores entran en su obra y se vuelven adictos a Le Carr¨¦.
Por su parte, Macintyre es desde hace a?os columnista en The Times de Londres y autor de 11 libros de no ficci¨®n, elegantes, acreditados y llenos de iron¨ªa; en los ¨²ltimos a?os ha publicado varios sobre el espionaje brit¨¢nico en el siglo XX. Valora enormemente las cosas divertidas y absurdas. Su ¨²ltimo libro es Los hombres del SAS, sobre los or¨ªgenes de las fuerzas especiales brit¨¢nicas, y ahora est¨¢ trabajando en otro nuevo, sobre un caso de espionaje en la Guerra Fr¨ªa.
En sus primeras obras, Le Carr¨¦ present¨® una hip¨®tesis que fue toda una revoluci¨®n: que los esp¨ªas del Este y de Occidente eran dos caras de una misma moneda deslucida, igual de malos. Con la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, el autor perdi¨® el andamiaje que sosten¨ªa su ficci¨®n. Sus libros posteriores son m¨¢s airados, m¨¢s pol¨¦micos, con una visi¨®n del mundo m¨¢s oscura, en la que, a menudo, Estados Unidos es el villano.
El legado de los esp¨ªas regresa al pasado desde la perspectiva del presente. Mayor y jubilado en Francia, el antiguo esp¨ªa Peter Guillam, viejo conocido del atento lector de Le Carr¨¦, tiene que responder por unos pecados largo tiempo enterrados cuando los hijos adultos de las dos principales v¨ªctimas de El esp¨ªa que surgi¨® del fr¨ªo, de pronto, presentan una demanda contra los servicios de seguridad. Guillam se ve obligado a revisitar los turbios preparativos y justificaciones de aquella operaci¨®n. George Smiley tambi¨¦n reaparece en la novela.
En Reino Unido el nuevo libro es todo un acontecimiento literario. El 7 de septiembre se celebrar¨¢ en el Royal Festival Hall de Londres una lectura con sesi¨®n de preguntas y respuestas que ser¨¢ retransmitida en directo en cines europeos ¡ªen Espa?a, ser¨¢ en los cines Yelmo de Barcelona (Icaria) y Valencia (Mercado de Campanar)¡ª.
El verdadero nombre de Le Carr¨¦ es David Cornwell. Adopt¨® su seud¨®nimo para poder conservar su trabajo oficial ¡ªcomo esp¨ªa de su pa¨ªs, una tarea que llev¨® a cabo en los a?os cincuenta y primeros sesenta¡ª y, al mismo tiempo, mantener separada su identidad de escritor.
Pregunta. Hac¨ªa mucho que no escrib¨ªa sobre la Guerra Fr¨ªa. ?Por qu¨¦ ha querido volver a ella ahora?
John le Carr¨¦. Porque me da la impresi¨®n de que, como dice Smiley al final del libro, resulta que lo que sucedi¨® entonces no sirvi¨® de nada. Los esp¨ªas no ganaron la Guerra Fr¨ªa. Al final, su labor no vali¨® absolutamente para nada. Quer¨ªa aplicar a los personajes la experiencia de mi propia vida y examinar qu¨¦ fue de ellos desde un punto de vista humano, humanitario. Y despu¨¦s situar toda la historia en este vac¨ªo en el que vivimos ahora, que est¨¢ ocupado por unas fuerzas verdaderamente amenazadoras. Lo que caracteriza el periodo de la Guerra Fr¨ªa es que, por lo menos, ten¨ªamos una misi¨®n que nos defin¨ªa. Ahora, nuestra misi¨®n es sobrevivir. El factor que une a Occidente es el miedo. Todo lo dem¨¢s es discutible.
P. Ben, usted ha dicho que la obra de David influy¨® mucho en que empezara a interesarse por el mundo del espionaje. ?Cu¨¢l fue la primera novela suya que ley¨®?
Ben Macintyre. Creo que fue El esp¨ªa que surgi¨® del fr¨ªo. Me afect¨® profundamente. Siempre he pensado que los libros ten¨ªan que estar basados en unas experiencias reales. No es casual que varios de nuestros mejores escritores fueran adem¨¢s esp¨ªas: Greene, Somerset Maugham, Ian Fleming, Priestley y t¨², David. Son personajes que inventan un pasado, inventan un presente e intentan imaginar un futuro.
J. L. C. Y adem¨¢s hay que tener en cuenta todas las variaciones del car¨¢cter de una persona. ?Puede ser as¨ª? ?Puedo convertirle en esa otra persona? En realidad, todos esos detalles son los que de verdad preocupan a un novelista. Una de las cosas que me fascinan del mundo de los servicios de inteligencia es que es un aut¨¦ntico reflejo de la sociedad para la que trabajan. Si quieres estudiar la psicolog¨ªa de una naci¨®n, examina el mundo de los servicios secretos.
Cuando eran j¨®venes, tanto Le Carr¨¦ como Macintyre fueron abordados por los servicios de inteligencia brit¨¢nicos, que quisieron reclutarlos. Sus experiencias fueron totalmente distintas. Le Carr¨¦, que ven¨ªa de una infancia horrible, con un padre que era un famoso estafador, se apunt¨®. Macintyre, a quien se lo propuso un profesor durante su ¨²ltimo curso en Cambridge y que acudi¨® a una entrevista con alguien llamado Comandante Halliday, se resisti¨®.
La mentalidad que impera en Rusia, es la misma que impuls¨® las conspiraciones m¨¢s ex¨®ticas de la Guerra Fr¨ªa John le Carr¨¦
J. L. C. Ben proced¨ªa de una familia s¨®lida, un buen ambiente, un padre interesante, todo eso [el padre de Macintyre era catedr¨¢tico de historia en Oxford]. Yo, en cambio, ten¨ªa la curiosa sensaci¨®n de que necesitaba una instituci¨®n estable, incluso una especie de instituci¨®n paternalista. Quiero decir que, aunque mi familia era de clase media, era un entorno de delincuencia. Y eso hizo que a los esp¨ªas les interesara mucho reclutarme, porque llevaba el latrocinio incorporado de f¨¢brica.
B. M. Lo m¨ªo fue el t¨ªpico toquecito en el hombro. La verdad es que fue bastante divertido. Un profesor al que no conoc¨ªa demasiado se me acerc¨® corriendo y dijo: ¡°?Qu¨¦ va a hacer usted despu¨¦s de la universidad?¡±. ¡°No lo tengo claro¡±, respond¨ª. Y dijo: ¡°Bueno, el Foreign Office [Ministerio de Exteriores] tiene algunas ¨¢reas que son distintas de las dem¨¢s. En cierto sentido, sin ser distintas del propio Foreign Office¡±. Sigui¨® as¨ª unos cinco minutos. Por supuesto, yo sab¨ªa exactamente a qu¨¦ se refer¨ªa, pero nunca lleg¨® a decirlo con todas las letras. De modo que fui a Carlton House Terrace [donde el MI6 ten¨ªa unas oficinas]. Est¨¢ claro que hab¨ªa varios Comandantes Halliday porque conozco a otras personas que se entrevistaron con otros Halliday. El m¨ªo llevaba calcetines y sandalias, algo que me inquiet¨® bastante. Me sent¨ª halagado e interesado, y es probable que David tuviera la culpa de mi inter¨¦s, con unos personajes tan tan fascinantes y corruptos. Me refiero a que hay en los servicios de inteligencia brit¨¢nicos un elemento s¨®rdido, como a la deriva. No s¨¦ si hace que la gente pierda el rumbo o si hay que haber perdido ligeramente el rumbo para querer dedicarse a ello.
P. ?Qu¨¦ ocurri¨® entonces?
B. M. Fui a otra reuni¨®n.
J. L. C. ?Y no te invitaron a comer?
B. M. No, no hubo comida. Me dispon¨ªa a irme a Estados Unidos, y no me vi trabajando en ello. Pero me pareci¨® fascinante, como escritor de no ficci¨®n. Escribir sobre este mundo te permite abordar las mismas cosas que suelen tratar los novelistas: lealtad, amor, traici¨®n, romance, aventura. Y como los esp¨ªas se inventan su propio mundo y, con frecuencia, su pasado, su credibilidad como narradores es escas¨ªsima. Todo eso es un maravilloso tel¨®n de fondo de verdades y mentiras sobre el que trabajar.
Las novelas de David son tan extraordinarias porque est¨¢n llenas de verdad emocional y psicol¨®gica, pero son novelas, desde luego. Y lo que yo intento hacer en mis libros es escribir algo que se lea con tanta fluidez como una novela, pero que se atenga por completo a lo que sucedi¨®.
P. ?Existe algo en la psique brit¨¢nica que convierte el espionaje, o al menos la duplicidad, en una perspectiva seductora?
B. M. S¨ª, los brit¨¢nicos somos especialmente susceptibles a la doble vida, ?verdad? ?Ser¨¢ porque somos una cultura teatral e infiel?
J. L. C. Yo creo que es porque la hipocres¨ªa es el deporte nacional. En nuestra clase social, en mi ¨¦poca, el colegio privado era un proceso deliberadamente brutal que te separaba de tus padres, y tus padres eran c¨®mplices de ello. Te llenaban la cabeza de ambiciones imperiales y luego te soltaban en el mundo con un sentimiento totalmente elitista y un coraz¨®n de hielo.
B. M. No existe nadie m¨¢s dotado para el enga?o que un brit¨¢nico educado en un colegio privado. Es capaz de estar a tu lado en la cola del autob¨²s y estar sufriendo un ataque de nervios gigantesco sin que t¨² te enteres de nada.
J. L. C. Cuando te has convertido en ese ni?o paralizado pero, por fuera, eres un tipo aparentemente normal e incluso encantador, existe dentro de ti un gran erial que est¨¢ esperando a que alguien lo cultive.
P. David, usted ha hablado de su infancia, de su padre, que era un tremendo delincuente, de que le enviaron a un internado cuando ten¨ªa cinco a?os y de las mentiras que dominaban toda su vida. ?C¨®mo influy¨® todo eso cuando el MI5 le reclut¨®?
J. L. C. En mi ni?ez, la verdad no exist¨ªa. Todos particip¨¢bamos en las mentiras. Para llevar la casa sin dinero era necesario mentir todo el tiempo: al due?o del taller, al carnicero, en todas las tiendas del barrio. Y luego estaba el elemento a?adido de la clase social. Mis abuelos, mis t¨ªas y mis t¨ªos eran de clase obrera: peones, alba?iles, ese tipo de cosas. Uno de ellos instalaba postes de tel¨¦grafo. Crearse un personaje simp¨¢tico, bien hablado y con grandes dotes sociales, como hizo mi padre, no era cosa f¨¢cil. Cuando yo estaba en el internado, ten¨ªa que mentir sobre la situaci¨®n de mis padres.
B. M. ?Lo que acabas de describir es el origen de tus novelas? ?Tu capacidad de imaginarte como otra persona?
J. L. C. Sin ninguna duda. Quiero decir: la infancia, a mi edad, no es excusa de nada. Pero es cierto que mi infancia fue aberrante, peculiar, itinerante y completamente impredecible. Cuando estaba en el internado, no sab¨ªa d¨®nde iba a pasar las vacaciones. Si mi padre dec¨ªa que iba a venir a buscarme para pasar el d¨ªa, hab¨ªa muchas probabilidades de que no lo hiciera. As¨ª que yo les contaba a los dem¨¢s chicos que me lo hab¨ªa pasado estupendamente con ¨¦l cuando, en realidad, hab¨ªa estado sentado en un campo por ah¨ª. La mezcla de soledad e incertidumbre fue muy fecunda. Y a eso hay que a?adir el asombroso elenco de personajes deshonestos que pasaban por la vida de mi padre. Era inevitable que me encerrara en m¨ª mismo y me inventara historias. Y no hay que desde?ar la herencia gen¨¦tica que recib¨ª de ¨¦l, de un hombre que, cuando la polic¨ªa estaba busc¨¢ndole, o se hab¨ªa declarado en bancarrota, o Dios sabe qu¨¦, y que hab¨ªa estado en la c¨¢rcel, se atrevi¨® a presentarse como candidato al Parlamento. Ten¨ªa una inmensa capacidad de inventar. No ten¨ªa ninguna relaci¨®n con la verdad. Hablaba conmigo por la ma?ana, y yo le llevaba la contraria, y por la noche me aseguraba: ¡°Eso no es lo que te he dicho¡±.
P. ?Ve paralelismos con la idea de verdad del presidente Trump?
J. L. C. Exacto. Trump es el modelo m¨¢s reciente. Antes fue [el magnate brit¨¢nico de la prensa] Robert Maxwell. Los paralelismos son extraordinarios. Mi hermana tambi¨¦n reconoce ese mismo s¨ªndrome. La falta absoluta de verdad.
P. ?Creen que los rusos saben algo verdaderamente comprometedor para Trump?
B. M. Le puedo decir lo que piensan los veteranos del SIS [los servicios de inteligencia brit¨¢nicos, el MI6]: que s¨ª, tienen kompromat [material comprometedor] que le implica. Por supuesto, tienen kompromat sobre todo el mundo. Se supone que acumulan esos documentos para empezar luego a publicarlos poco a poco. Utilizan a un antiguo miembro del MI6, Chris Steele, que es un chivo expiatorio, le cuentan varias cosas que son ciertas, otras que no lo son y otras de las que se puede probar que est¨¢n equivocadas. De esa forma, Trump puede negarlo a pesar de saber que, en sus fundamentos, la historia es cierta. Y se queda ya inc¨®modo para el resto de su mandato. Es importante recordar que Putin es un oficial entrenado en el KGB y que conserva su manera tradicional de pensar.
J. L. C. La mentalidad que impera hoy en Rusia, desde el punto de vista de Putin, es la misma que impuls¨® las conspiraciones m¨¢s ex¨®ticas durante la Guerra Fr¨ªa. Fue ¨²til entonces y es ¨²til ahora. En cuanto a Trump, sospecho que tienen lo que dicen, porque lo han negado. Si lo tienen y le han tendido una trampa a Trump, tienen que decir: ¡°No, no tenemos nada¡±. Mientras que a Trump le dicen: ¡°?Has visto qu¨¦ buenos somos contigo?¡±.
B. M. Y luego est¨¢ esa maravillosa abogada rusa [Natalia Veselnitskaya, que asisti¨® a la reuni¨®n con Donald Trump Jr. en la Trump Tower, antes de las elecciones] que parece sacada de uno de nuestros libros, un personaje que puede tener conexiones con el Estado ruso. ?Qui¨¦n sabe? Est¨¢n en ese terreno neblinoso en el que se pueden negar las cosas. Es lo que se denomina una maskirovka ¡ªmascarada¡ª, esa zona en la que creas tanta confusi¨®n e incertidumbre, tanto misterio, que nadie sabe cu¨¢l es la realidad.
J. L. C. Para Putin es una especie de m¨²sica de fondo que le permite seguir haciendo cosas. Puede que la prueba definitiva sean los documentos que se intercambiaron sobre la Trump Tower de Mosc¨² [que parece que Trump estaba pensando construir], o puede que no. Luego est¨¢n todos los embrollos del C¨¢ucaso, que son los verdaderamente siniestros. Hay peque?os esc¨¢ndalos que hacen pensar, al sumarlos, que Trump fue a Rusia a pedir dinero. Y eso encajar¨ªa con el dato de que no es ni la d¨¦cima parte de lo rico que finge ser.
Durante la comida, Le Carr¨¦ y Macintyre hablan de esp¨ªas a los que conocieron personalmente o de los que han o¨ªdo hablar: esp¨ªas rusos, agentes del MI6, dobles agentes y viejos esp¨ªas jubilados que tienen la costumbre de ir a ver a Le Carr¨¦ cuando visitan Reino Unido. Macintyre menciona a Kim Philby, protagonista de su libro Un esp¨ªa entre amigos, publicado en 2014, y miembro del famoso grupo de agentes dobles de los a?os cincuenta conocido como Los cinco de Cambridge. En el primer viaje que hizo Le Carr¨¦ a Rusia, a finales de los ochenta, le dijeron que pod¨ªa entrevistarse con Philby, que hab¨ªa desertado y viv¨ªa en Mosc¨² (Philby muri¨® en 1988).?
J. L. C. Fue antes de la ca¨ªda del muro, y nuestro embajador intercedi¨® ante Raisa Gorbachov. Me presentaron a mucha gente como el acompa?ante ruso de Philby y otros esp¨ªas. Entonces me ofrecieron la oportunidad de conocerle a ¨¦l. Sent¨ª un arrebato de odio. Pens¨¦: ¡°?Quiere verme? Pues no le voy a dejar¡±. No me apeteci¨® servirle de consuelo.
B. M. ?Te arrepientes ahora, David? ?Crees que deber¨ªas haber ido?
J. L. C. Por pura curiosidad humana. Pero ahora me da la sensaci¨®n, como supongo que te la da a ti, de que tengo una imagen muy clara de ¨¦l. Era mucho m¨¢s inteligente y encantador de lo normal, y era perverso. Le encantaba lo que hac¨ªa. Con las traiciones, estaba en su elemento.
P. Y ahora, David, ?ha dicho adi¨®s a Smiley?
J. L. C. Smiley me ha dado estabilidad durante mi vida de escritor. Ha sido un ayudante bondadoso y un magn¨ªfico compa?ero de escritura. Creo que es el que tiene la clave para llegar a m¨ª. Supongo que todos los que escribimos, ficci¨®n y no ficci¨®n, tenemos que identificarnos con nuestro personaje principal; en el caso de Smiley es m¨¢s como un di¨¢logo. Pero ya ha dicho todo lo que ten¨ªa que decir. Adem¨¢s, tiene alrededor de 120 a?os.
B. M. Se ha ganado su jubilaci¨®n.
P. Despu¨¦s del acto en el Royal Festival Hall conceder¨¢ una entrevista a los medios de comunicaci¨®n alemanes. ?Qu¨¦ har¨¢ despu¨¦s?
J. L. C. Creo sinceramente que ser¨¢ mi ¨²ltima intervenci¨®n en p¨²blico. Para entonces tendr¨¦ 86 a?os, as¨ª que debo ser realista. Quiz¨¢ me queden fuerzas para escribir una novela m¨¢s. Y, si no es buena, tengo a todo un equipo de revisores implacables que me lo dir¨¢n. Siempre he pensado que Graham Greene, por ejemplo, sigui¨® escribiendo demasiado tiempo.
P. Pero, para un escritor, es dif¨ªcil no escribir, ?no?
J. L. C. Es lo ¨²nico que puedo hacer, en cierto modo. No soporto la inac?tividad. No soporto no escribir.
P. ?Cree que ha completado un ciclo o una etapa de su vida?
J. L. C. Supongo que, para m¨ª, esto es una especie de celebraci¨®n. Siento que he adquirido por fin la madurez suficiente para afrontar la verdad a solas.
The New York Times.
Traducci¨®n: M? Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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