?Qui¨¦n est¨¢ so?ando todo esto?
La nueva Twin Peaks coloca en primer t¨¦rmino la relevancia del estilo y cuestiona los l¨ªmites de la Nueva Ficci¨®n Televisiva

Un grito desgarrador, un corte a negro y la reminiscencia de un secreto susurrado al o¨ªdo que nunca conoceremos cerraron el casi opi¨¢ceo recorrido, en 18 horas de invenci¨®n constante, del regreso de Twin Peaks 25 a?os despu¨¦s de que una ang¨¦lica Laura Palmer ascendiera a los cielos en las ¨²ltimas im¨¢genes de Fuego camina conmigo (1992). En 1990, David Lynch y Mark Frost abrieron la caja de Pandora que, a la larga, har¨ªa posible el fen¨®meno de la Nueva Ficci¨®n Televisiva con una serie que jugaba de manera consciente con la tradici¨®n del culebr¨®n ¡ªPeyton Place (1964-1969) era un referente reconocido??¡ª para transformarlo definitivamente en otra cosa. Pronto qued¨® claro que la respuesta a la pregunta que activaba la trama ¡ª?Qui¨¦n mat¨® a Laura Palmer?¡ª era irrelevante, porque lo esencial era la implacable construcci¨®n de un intrincado laberinto sobre los cimientos de una pureza americana asediada por cada vez m¨¢s esquivas e inasibles fuerzas oscuras. En el apogeo de su celebridad, Lynch, que hab¨ªa pasado de ser un cineasta de culto ¡ªCabeza borradora (1977)¡ª a un director de moda ¡ªTerciopelo azul (1986)¡ª, demostraba que hab¨ªa espacio para una televisi¨®n de autor capaz de conciliar las convenciones del medio con su transgresi¨®n. Pronto surgieron imitaciones que malinterpretaron lo lynchiano como un leve barniz de excentricidad aplicado sobre los fetiches de la Americana (Picket Fences, Doctor en Alaska, Eerie Indiana), pero tambi¨¦n herederos con mayor conocimiento de causa: la posmoderna Wild Palms, el juego conspiranoico de Expediente X o la serialidad cu¨¢ntica de Perdidos.
Pero algo le sucedi¨® a David ?Lynch en la equ¨ªvocamente id¨ªlica Twin Peaks: Fuego camina conmigo, esa pel¨ªcula que narr¨® los ¨²ltimos d¨ªas de Laura Palmer, fue abucheada en Cannes y gener¨® su propio fantasma ¡ªlas Missing Pieces: el material desechado que recuper¨® la edici¨®n blu-ray??¡ª, fue tambi¨¦n el territorio de su radicalizaci¨®n como autor. A partir de ah¨ª vendr¨ªan sus trabajos m¨¢s extremos ¡ªCarretera perdida (1997), Mulholland Drive (2001) e Inland Empire (2006)¡ª, un camino que ha tenido su culminaci¨®n en esta nueva Twin Peaks que ha puesto en evidencia que la distancia entre la Nueva Ficci¨®n Televisiva y esta serie podr¨ªa ser comparable a la existente entre una pieza de paisajismo decimon¨®nico y el primer cuadro cubista. O entre Gald¨®s y Samuel Beckett.
Cada secuencia se presenta como un problema a resolver de forma aut¨®noma, privilegiando tonos, ritmos y atm¨®sferas por encima del relato
La tercera temporada de Twin Peaks, am¨¦n de afirmarse como una suerte de summa lynchiana, ha funcionado como una herramienta de cuestionamiento de los l¨ªmites de esa Nueva Ficci¨®n Televisiva. Lo ha hecho colocando en primer t¨¦rmino la relevancia del estilo y la puesta en escena: cada una de sus secuencias se presentaba como un problema (expresivo) a resolver de forma aut¨®noma, privilegiando tonos, ritmos y atm¨®sferas por encima de un relato que, no obstante, ha alcanzado una complejidad rara vez presente en el medio televisivo, con sus ecos gn¨®sticos (la idea del caos; la figura salvadora que ha olvidado su misi¨®n e identidad) y su constante recurso a lo lynchiano tal y como supieron definirlo Foster Wallace (¡°un tipo particular de iron¨ªa donde lo muy macabro y lo muy rutinario se combinan de tal forma que revelan que lo uno est¨¢ perpetuamente contenido en lo otro¡±) o Zizek (el arte de lo sublime rid¨ªculo).
Lynch, jugando con actores que parec¨ªan trabajar en estado de hipnosis, ha llevado hasta la extenuaci¨®n la estrategia de descolocar al espectador, al abrir posibilidades narrativas que se frustraban (Audrey Horne, las conversaciones en el Roadhouse) y dosificar las gratificaciones nost¨¢lgicas (aunque el destino rom¨¢ntico de Ed y Norma fue toda una cumbre cat¨¢rtica). El modo en que el cap¨ªtulo 8 abri¨® un abismo en el centro mismo de la trama (con esa explosi¨®n at¨®mica que sirvi¨® de pre¨¢mbulo a casi 50 minutos de postelevisi¨®n abstracta) desintegr¨® la operatividad del caduco concepto de spoiler y supuso una clara advertencia para quienes, al final del camino, esperaban un cierre del relato en t¨¦rminos convencionales. Habr¨¢ quien acuse a la serie de haber dejado cabos sueltos, pero ese cap¨ªtulo final, donde las carreteras perdidas constru¨ªan una metaf¨ªsica cinta de Moebius, quiz¨¢ ofreci¨® algo superior: una teor¨ªa del Todo. O una poderosa imagen de la perseverancia del Bien, pese a la naturaleza imbatible de un universo vomitado por la Oscuridad.
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