Taxista en Barcelona
Una visi¨®n canalla de la capital catalana en la nueva novela de Carlos Zan¨®n
¡°La del pirata cojo¡± es una de las grandes canciones-letan¨ªa de Joaqu¨ªn Sabina. Hablo de interpretaci¨®n y tensi¨®n r¨ªtmica, vamos a evitar el t¨®pico de qu¨¦-gran-poeta-es-Joaqu¨ªn. Aqu¨ª, la letra ofrece una desiderata de oficios, personajes, situaciones. En el listado, Sabina se sue?a ¡°taxista en Nueva York¡±, un gui?o cin¨¦filo que tal vez convendr¨ªa actualizar.
Por ejemplo, podr¨ªa aspirar a ser un taxista barcelon¨¦s tan golfo como el que protagoniza el nuevo libro de Carlos Zan¨®n. Un tal Sandino, apodo derivado de su juvenil pasi¨®n por los Clash, que a finales de 1980 sacaron un triple disco exc¨¦ntrico y embarullado, titulado Sandinista!
Sandino es un taxista de nueva planta, que se lleva al trabajo tomos de autores de culto ¡ªDennis Johnson, Jean-Patrick Manchette¡ª y que ejerce de rock critic a todas horas. Piensa en Miss you y dispara autom¨¢ticamente: ¡°?En qu¨¦ co?o estabas pensando, puto Keith Richards?". Suena un tema reciente de los Drive-By Truckers y da una tibia aprobaci¨®n: ¡°Algo hay de esperanza¡±.
Vale, un rockista, me dir¨¢n. Pero un rockista no cerril, de curiosidades poli¨¦dricas. Intenten imaginar: alguien que, tras recibir una monumental paliza, se dedica a loar la portada del primer LP en solitario de Paul Simon. Un detallista: viajando en metro, se ocupa de mandar una canci¨®n de Jeff Buckley a sus novias.
Novias, en plural. Lo m¨¢s llamativo del personaje principal de Taxi (Ediciones Salamandra) es su voracidad sexual. En t¨¦rminos coloquiales, dir¨ªamos que Sandino ejerce de pichabrava. Evita a su mujer, la sufrida Lola, pero encuentra tiempo para disfrutar de su harem particular; seduce a toda criatura que se ponga a tiro. Acaba de hacer el amor con una de sus fijas y sale a la calle buscando una profesional para montar un tr¨ªo. Podr¨ªa decir, como Lou Reed, aquello de ¡°una semana m¨ªa tiene m¨¢s emociones que un a?o entero tuyo.¡±
Taxi se parece a uno de esos monumentales s¨¢ndwiches que cuesta meter en la boca. Capas y capas de tramas bien aderezadas: la peculiar familia de Sandino, la amante que desapareci¨®, el idiot savant con poderes curativos llamado (ay) Jesus. Como McGuffin se recurre a una bolsa cargada de dinero y droga (m¨¢s exactamente, la temible burundanga). No es la ¨²nica herencia de la novela negra ¡ªg¨¦nero en el que destac¨® Zan¨®n¡ª que se mantiene en Taxi: Sandino mantiene misteriosas relaciones indestructibles con una asexual taxista de vocaci¨®n suicida o un amable marroqu¨ª. Por la v¨ªa del segundo, incluso asoma el aguij¨®n del terrorismo yihadista.
Esperen, todav¨ªa hay m¨¢s: un cuelgue interclasista que deriva en flirteo serio entre Sandino y una bella casada de la zona alta, con ¡°esa pinta de hippy noble que va de Anita Pallenberg a Kate Moss". Una dama capaz, adem¨¢s, de recitar el inicio de una canci¨®n de The Smiths adecuada para un instante de embelesamiento.
Ante semejante cornucopia, me voy a quedar con un sentimiento elemental: la admiraci¨®n por el estilo de vida de Sandino, donde el d¨ªa y la noche se solapan a lo largo de una semana vertiginosa. Privilegio de alguien que se conoce los mejores locales musicales, los hoteles por horas, los lugares secretos de Barcelona. Si todo eso se consigue con las ganancias de taxista, puede que muchos nos hayamos equivocado de profesi¨®n.
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