Los personajes invisibles de la literatura
Siete de cada diez traductores tiene que dedicarse a otro trabajo para poder sobrevivir
El traductor es una especie de fantasma en el mundo editorial. Su nombre pocas veces aparece en las portadas de los libros y suele quedar reducido a la primera p¨¢gina. En letras muy peque?as, casi imperceptible. Y, sin embargo, su voz est¨¢ por todo el relato. Son muchos los que afirman que los lectores en espa?ol no sabr¨ªan nada de la riqueza ling¨¹¨ªstica de William Faulkner o G¨¹nter Grass sin el trabajo de Miguel S¨¢enz; la de Jane Austen sin Jos¨¦ Luis L¨®pez Mu?oz; o de la singular y dialectal de Andrea Camilleri sin Carlos Mayor.
Pero no son ellos los que se llevan la gloria. ¡°Somos muy invisibles¡±, reconoce Carlos Fortea, presidente de la Secci¨®n Aut¨®noma de Traductores de la Asociaci¨®n Colegial de Escritores de Espa?a (ACETT). Y con un trabajo muchas veces ingrato: seg¨²n el estudio presentado el pasado mes de julio sobre el valor econ¨®mico de los traductores, elaborado por el Ministerio de Educaci¨®n y Cultura, siete de cada diez tiene que dedicarse a otro trabajo para poder sobrevivir.
Este 30 de septiembre se ha celebrado el D¨ªa Internacional de la Traducci¨®n, que se conmemora desde 1991, y el propio Ministerio, en colaboraci¨®n con ACETT, ha lanzado una campa?a de apoyo a la labor de estos profesionales. Porque son muchos los obst¨¢culos con los que se topan en su rutina. Como resume Fortea, entre otras cosas, ¡°los sesgos, las jergas, son dif¨ªciles. Es como si tuvieras que traducir expresiones como 'el rosario de la aurora' a otro idioma¡±. Complicado.
Varios traductores comentan a EL PA?S algunas de estas piedras en el camino que les ponen los textos. Carlos Mayor, que lleva treinta a?os en la profesi¨®n, sabe bien de ello, ya que se encarga de manejar el correoso lenguaje de Andrea Camilleri: ¡°La forma de hablar de [el personaje] Catarella, el recepcionista de la comisar¨ªa de Montalbano. Es un aspecto muy famoso de estas novelas. Catarella habla en un idioma propio, mezcla de siciliano, italiano, meteduras de pata e inventos propios. Eso da lugar a muchos equ¨ªvocos humor¨ªsticos. Puede decir, por ejemplo: '?Ay, dottori! Parece que estar¨ªa en l¨ªnia un si?or el cual se llamar¨ªa Lopongo y el cual dice ¨¦l que querr¨ªa hablar inmediat¨ªsimamente con us¨ªa personalmente en persona¡±, comenta.
Su colega Jes¨²s Cu¨¦llar, que ha traducido entre otros a Tony Judt (Posguerra), recuerda: ¡°Tuve que darle vueltas a la jerga barriobajera de Boston en los a?os 40 para una obra sociol¨®gica que traduje, que se compon¨ªa de m¨²ltiples testimonios de pandilleros. O en las dificultades que me plante¨® la jerga de los m¨²sicos negros de jazz de EE UU para la autobiograf¨ªa del trompetista Dizzy Gillespie¡±.
Internet y la globalizaci¨®n
Mucho han cambiado las cosas desde que los traductores trabajaban con m¨¢quinas de escribir, papel carb¨®n y t¨ªpex. Tiempos en los que se pasaban horas en las bibliotecas consultando t¨¦rminos, expresiones e incluso ambientaciones de los libros. La llegada de internet lo trastoc¨® todo. "Se ha convertido en una fuente de informaci¨®n maravillosa y no para de mejorar. Por ejemplo, cuando empec¨¦ a traducir La peque?a Dorrit, de Dickens, busqu¨¦ en internet detalles sobre la c¨¢rcel de Marshalsea, en el Londres del XIX. Aunque me hice una idea muy ¨²til de c¨®mo era, y eso me ayud¨® a traducir, volv¨ª a buscar sobre el mismo tema cuando estaba ya repasando la traducci¨®n, nueve meses m¨¢s tarde. La informaci¨®n disponible era todav¨ªa mayor y mejor; hab¨ªa multitud de grabados y dibujos que me ayudaron much¨ªsimo a ver lo que Dickens describ¨ªa", explica Carmen Franci.
Otro de los cambios tiene que ver con la globalizaci¨®n del lenguaje. Todos conocemos palabras de otros idiomas, como ¡°sushi¡±, que provoca que los traductores no tengan que darle tantas vueltas para buscar una palabra que se asemeje en su significado. ¡°Ahora las diferencias culturales son m¨¢s f¨¢ciles de salvar. Si mi abuela hubiese le¨ªdo que Kafka Tamura dorm¨ªa en un fut¨®n, no habr¨ªa sabido seguramente de qu¨¦ se hablaba. Hoy, ?qui¨¦n no ha pensado en tener uno en casa?¡±, comenta Itziar Hern¨¢ndez. Las dificultades, para la gran mayor¨ªa, siguen siendo otras.
Carmen Franci, traductora de autores como Toni Morrison, Nadine Gordimer o Joyce Carol Oates, entre otros, tambi¨¦n resalta aquello que nunca hay que hacer: ¡°Los acentos locales son siempre irreproducibles y la soluci¨®n es siempre insatisfactoria. El autor puede hacer que sus personajes hablen jergas carcelarias propias de un tiempo y un lugar concretos, pero el traductor no tiene recursos descriptivos para esa realidad en su lengua de llegada. Dicho de otro modo, queda rid¨ªculo traducir el cockney londinense por el cheli madrile?o; no funciona, al lector le da risa. Y no digamos ya lo que opina el lector hispanoamericano¡±.
Otro problema es la informaci¨®n entre l¨ªneas, los sobreentendidos, sobre todo cuando quedan alejados en el espacio y en el tiempo para el lector de la traducci¨®n, tal y como afirma David Paradela, traductor de La piel, de Curzio Malaparte. ¡°Cuando un autor como John O¡¯Hara dice que tal persona luce tal insignia en la solapa o conduce tal coche est¨¢ diciendo mucho m¨¢s de lo que dice, est¨¢ describiendo al personaje sin describirlo¡±, apunta.
Y no s¨®lo es complicada la traducci¨®n literaria, tambi¨¦n la de los textos t¨¦cnicos exige una gran destreza. As¨ª lo afirma Itziar Hern¨¢ndez Rodilla, traductora de libros como Coraz¨®n, de Edmundo de Amicis, que tuvo que enfrentarse en una ocasi¨®n a una traducci¨®n enjundiosa sobre un producto: ¡°Eran las frases que dec¨ªa una mu?eca destinada a ser vendida en todos los pa¨ªses de habla hispana y fue una de las m¨¢s complicadas que tuve que hacer. Ese mito del espa?ol neutro...¡±.
No s¨®lo el chino se atraganta
La percepci¨®n es que los idiomas m¨¢s alejados del espa?ol, como puede ser el chino o el japon¨¦s, son el gran abismo. Sin embargo, los profesionales desmienten la mayor. No por estar m¨¢s cerca las facilidades aumentan. Alicia Martorell, que trabaja con el franc¨¦s desde los a?os ochenta ¨Ca ella se deben traducciones de Roland Barthes, especialmente El discurso amoroso, y El segundo sexo, de Beauvoir¨C, destaca que ¡°en las lenguas romances, es decir, las que se parecen, el problema es distanciarse, no dejarse llevar por la m¨²sica, la sintaxis o por una falsa sensaci¨®n de equivalencia, no dejar de descodificar y de desmontar completamente el texto para montarlo luego en espa?ol¡±.
Martorell tambi¨¦n ve las problem¨¢ticas del ingl¨¦s, en parte porque estamos cada vez m¨¢s acostumbrados a los anglicisimos. ¡°Dado lo deprisa que va todo, cuando intentas crear un t¨¦rmino en espa?ol, el t¨¦rmino ingl¨¦s est¨¢ ya tan asentado que no hay quien lo mueva, no nos da tiempo. Y te encuentras sectores enteros en los que nadie te entiende si buscas un t¨¦rmino espa?ol diferente del ingl¨¦s que est¨¢n acostumbrados a escuchar¡±, sostiene.
Ni siquiera idiomas tan cercanos al espa?ol, como el catal¨¢n, ofrecen mucha confianza. ¡°El original siempre te reserva trampas a la vuelta de la esquina. Y la cercan¨ªa de los idiomas muchas veces es enga?osa. Yo tengo que ir con pies de plomo al traducir del catal¨¢n al castellano, cosa que hago muy a menudo. Resulta complejo y arriesgado, como cuando traduzco del ingl¨¦s; aunque las dificultades se escondan en otros rincones de la frase¡±, manifiesta Mayor.
En cualquier caso, todos los traductores resumen su profesi¨®n en la capacidad para meterse en la piel del escritor. ¡°Tenemos que captar y reproducir la voz del autor y la de los distintos personajes. En este sentido, creo que nos parecemos mucho a los actores o a los int¨¦rpretes de m¨²sica. El original ser¨ªa la partitura, nuestra versi¨®n ser¨ªa la m¨²sica que llega al lector¡±, zanja Franci. Una labor tan pocas veces reconocida.
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