Mi patria es la m¨²sica
Hay tristezas que, por mucho que se intenten explicar, no se entienden
Es un octubre extra?o y hay tristezas que, por mucho que se intenten explicar, no se entienden. Simplemente se comparten, como esos silencios con un amigo durante un viaje largo con la radio encendida y la carretera centelleando. No hace falta decir nada cuando la m¨²sica, bien seleccionada, bien sentida, lo dice todo.
Han pasado un pu?ado de d¨ªas, pero la tristeza por la muerte de Tom Petty flota a¨²n m¨¢s pesada en el ambiente. No es la primera vez. Ya sucedi¨® con Charles Bradley, Chuck Berry, Leonard Cohen, Prince o David Bowie. Solo por citar algunos de los m¨¢s recientes m¨²sicos que se fueron. A decir verdad, pasa a menudo. Siempre anduvo pasando. Los m¨²sicos, como las personas, se mueren.
Creo que no tuve verdadera conciencia de ello hasta aquella ma?ana que se supo que Antonio Vega hab¨ªa fallecido. Fue una sensaci¨®n parecida a ver caer las Torres Gemelas. Solo que, en vez de hundirme en un sof¨¢ absorto por el dolor salido de la televisi¨®n, me encerr¨¦ en un ba?o sin capacidad de m¨¢s maniobra que mirarme en el espejo, como si aquella muerte se hubiese convertido en mi primera cana. O algo verdaderamente peor: a trav¨¦s de ese espejo, ve¨ªa c¨®mo perd¨ªa una pieza clave en una loca partida de ajedrez que ven¨ªa aconteciendo desde que abr¨ª la puerta a la m¨²sica. Dec¨ªa Graham Greene que ¡°siempre hay un momento de la ni?ez en el que la puerta se abre y deja entrar al futuro¡±. Ese momento pas¨® con canciones de Antonio Vega, pero tambi¨¦n con las de Tom Petty. Con las de tantos. Esas canciones eran el futuro, como una carretera centelleante, como un verano por delante.
En este octubre extra?o, no le tocaba a Tom Petty irse, pero se fue. Y, desde ese mismo instante, el mundo es un lugar distinto. No le conoces, no sabes el tipo de persona que fue, pero estuvo ah¨ª contigo cuando tal vez nadie m¨¢s estuvo. Ese individuo de risa torcida, que dec¨ªa que todav¨ªa se maravillaba continuamente del poder que guardaba una simple canci¨®n de tres minutos, convert¨ªa la soledad en compa?¨ªa, el miedo en seguridad, el silencio en un mundo de oportunidades. Lo se?al¨® una vez Bob Dylan: las canciones son pa¨ªses ignotos en los que merece la pena adentrarse.
Nadie elige las canciones. Son ellas las que nos eligen. Por eso, una vez que lo hacen y decides adentrarte, te cambian la vida. No sabes vivir sin ellas, incluso no sabes reconocerte sin ellas. Y, por eso, cuesta tambi¨¦n tanto desprenderse de la inmortalidad de sus creadores en un mundo, el de las canciones, donde todo es posible. Si se muere uno de ellos, es una tristeza indescriptible, pero real como un d¨ªa de niebla.
Es un octubre extra?o. Nos han robado el oto?o, nos han invadido los s¨ªmbolos y los enfrentamientos, todo son banderas, y se nos ha ido Tom Petty. Parece que todo aquello que cre¨ªas conocer es ahora diferente. Y seguramente lo sea. Ha cambiado. Por tanto, hay tristezas que, por mucho que se intenten explicar, no se entienden. Fue Unamuno quien lo llam¨® melancol¨ªa de futuro. Por eso, en el ruido y la furia de estos d¨ªas, necesito ahora adaptarme a un mundo sin Tom Petty, como antes lo hice sin Lou Reed o Solomon Burke. Necesito mantener vivas las canciones que muestran tan claramente ese otro mundo so?ado, sin m¨¢s banderas que unos acordes que son un lenguaje universal, uniendo a las personas, derribando fronteras. Porque mi patria es la m¨²sica. Ahora m¨¢s que nunca.
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