Irreconocible
La mejor imagen para definir las versiones que ofreci¨® Concerto Italiano es la de un encefalograma plano
Los madrigales acompa?aron fielmente a Monteverdi durante toda su vida, de un modo no muy diferente a como lo har¨ªan, m¨¢s de dos siglos despu¨¦s, las sonatas para piano a Beethoven o las canciones a Franz Schubert. El conjunto de cada una de estas tres colecciones conforma algo muy parecido a un preciso cuaderno de bit¨¢cora, a un diario ¨ªntimo, casi a una suerte ?el t¨¦rmino es de Hermann Broch? de ¡°autobiograf¨ªa ps¨ªquica¡±. Los tres g¨¦neros fueron elegidos por los compositores como aut¨¦nticos confidentes, un marco a medida en el que poder reflejar no solo su ideario est¨¦tico, en permanente evoluci¨®n, sino tambi¨¦n su propia trayectoria emocional como seres humanos.
Obras de Monteverdi.
Concerto Italiano.
Director: Rinaldo Alessandrini.
Auditorio Nacional, 17 de octubre.
La idea de Rinaldo Alessandrini para conmemorar la efem¨¦ride del m¨²sico italiano era excelente: repasar, uno a uno, los ocho libros que Monteverdi fue publicando a lo largo de medio siglo con un madrigal representativo de cada uno de ellos y repetir id¨¦ntico recorrido en la segunda parte, coronando el concierto con un madrigal a seis voces que permitiera intervenir a todos sus cantantes. Elegidos con buen criterio (aunque hay tal c¨²mulo de tesoros que habr¨ªan cabido much¨ªsimas otras opciones), el experimento permitir¨ªa participar, por un lado, del desarrollo estil¨ªstico del cremon¨¦s y, por otro, constatar la infinita variedad que supo imprimir sus madrigales.
Sin embargo, el concierto real dej¨® todas estas buenas intenciones reducidas a una mera propuesta te¨®rica, porque nada de lo que se oy¨® fue ni evolutivo ni diverso. Alessandrini, uno de los m¨¢s grandes talentos que ha dado la interpretaci¨®n hist¨®ricamente informada de la m¨²sica antigua en las ¨²ltimas d¨¦cadas, parece instalado desde hace a?os en una especie de hast¨ªo profesional y la mejor imagen para definir las versiones que ofreci¨® Concerto Italiano es la de un encefalograma plano: grisura en vez de colorido, monoton¨ªa en lugar de sorpresa, borrosidad y no precisi¨®n, l¨ªneas rectas sin ¨¢ngulos ni recodos. Justo lo contrario del Monteverdi colorista y efervescente que nos regal¨® Alessandrini hace veinte a?os, vivido entonces como una revelaci¨®n y un derroche de luz, de contrastes, de esa italianidad que tanto a?or¨¢bamos en este repertorio.
Los versos de los poemas de Petrarca, Tasso, Guarini, Marino o Rinuccini sonaron sospechosamente similares, ya fueran joviales o melanc¨®licos, encendidos o apesadumbrados. No se entendi¨® tampoco el uso de las dos tiorbas (apenas audibles) en los cuatro primeros libros de madrigales, impidiendo as¨ª la sorpresa de la llegada del bajo continuo a partir del trascendental quinto libro, aquel en que Monteverdi se defendi¨® de los ataques de Artusi.Alessandrini toc¨® el clave con cuentagotas, a pesar de que hubiera sido muy necesario en algunos momentos, como en la secci¨®n central del Lamento della ninfa, a fin de que pudiera escucharse con claridad el tetracordo descendente que no deja de repetirse. Sus gestos, repetitivos, lacios y anodinos, ayudaban poco a los cantantes, algunos de los cuales marcaban a su vez las partes por debajo del atril (y una soprano se fue por las ramas en Donna, nel mio ritorno, lo que oblig¨® a Alessandrini a valerse del clave para reencarrilarla).
La decisi¨®n final de ofrecer como propina Tout l¡¯univers ob¨¦it ¨¤ l¡¯Amour, de Michel Lambert, cuesta tambi¨¦n comprenderla. Ojal¨¢ que todos los asistentes acudieran ya al Auditorio como monteverdianos convencidos, porque este concierto hizo muy poco, casi nada, por ganar nuevos adeptos para la causa.
Babelia
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