Arden las llanuras
El gran historiador estadounidense de las guerras indias relata el principio del desastre que represent¨® la conquista del Oeste
Cuando el presidente Lincoln le dijo a Oso Flaco que a veces sus muchachos blancos se portaban mal, estaba restando mucha importancia a la cuesti¨®n. Durante los dos siglos y medio que transcurrieron entre el asentamiento de la colonia de Jamestown en Virginia y las palabras admonitorias de Lincoln al jefe cheyene, una colonizaci¨®n blanca con af¨¢n constante de expansi¨®n hab¨ªa desplazado a los indios hacia el oeste sin respetar los compromisos adquiridos en los tratados o, en ocasiones, ni siquiera la mera humanidad. El Gobierno de la joven rep¨²blica norteamericana no pretendi¨® exterminar a los indios, ni tampoco era la tierra india lo ¨²nico que codiciaban los padres fundadores. Tambi¨¦n pretend¨ªan ¡°iluminar y refinar¡± al indio, conducirlo del ¡°salvajismo¡± al cristianismo y otorgarle las bendiciones de la agricultura y las artes dom¨¦sticas.
En otras palabras, destruir la forma de vida india, incompatible con la norteamericana, civilizando a los indios m¨¢s que mat¨¢ndolos. Los indios ¡°civilizados¡± no vivir¨ªan en sus tierras nativas, ya que el Gobierno federal ten¨ªa la intenci¨®n de compr¨¢rselas al mejor precio por medio de tratados negociados bajo la premisa legal de que las tribus eran las propietarias de la tierra y pose¨ªan la suficiente soberan¨ªa para transferir ese t¨ªtulo de propiedad al verdadero soberano, es decir, a EE UU.
El Gobierno federal tambi¨¦n se comprometi¨® a no privar nunca a los indios de su tierra sin su consentimiento o a no luchar contra ellos sin autorizaci¨®n del Congreso. Para impedir que los colonos o los Estados individuales violaran los derechos de los indios, en 1790 el Congreso promulg¨® el primero de los seis estatutos conocidos en conjunto como el Nonintercourse Act, que prohib¨ªa la compra de tierra india sin la aprobaci¨®n federal y establec¨ªa severos castigos por los cr¨ªmenes cometidos contra los indios.
No es de extra?ar que la estipulaci¨®n de castigos en la ley muy pronto resultara ineficaz. El presidente George Washington intent¨® interceder en favor de los indios, a los cuales, insisti¨®, hab¨ªa que proporcionar una completa protecci¨®n legal, pero su advertencia no significaba nada para los blancos ¨¢vidos de tierras que viv¨ªan fuera del control del Gobierno. Con la intenci¨®n de prevenir una matanza mutua, Washington envi¨® tropas a la frontera del pa¨ªs. Una vez arrastrado a la brega, el peque?o ej¨¦rcito americano dedic¨® dos d¨¦cadas y casi todos sus limitados recursos a luchar por el viejo noroeste contra las poderosas confederaciones indias en guerras no declaradas. Esto sent¨® un p¨¦simo precedente; a partir de ese momento, los tratados ser¨ªan una mera fachada para ocultar la toma de tierras a gran escala que el Congreso intent¨® paliar con rentas en efectivo y mercader¨ªas.
Despu¨¦s de George Washington, a ning¨²n otro presidente le quitaron el sue?o los derechos de los indios. De hecho, la rama ejecutiva lider¨® el camino que conducir¨ªa a desposeerlos de sus tierras. En 1817, el presidente James Monroe le dijo al general Andrew Jackson: ¡°La vida salvaje requiere para su permanencia una mayor extensi¨®n de terreno de la que es compatible con el progreso y las justas demandas de la vida civilizada, y debe ceder ante esta¡±. Como presidente, hacia 1830, Jackson llev¨® la orden de Monroe a su riguroso pero l¨®gico extremo. Con la autoridad que le confiri¨® la Ley de Traslado de 1830, y empleando diversos grados de severidad, Jackson barri¨® a las tribus n¨®madas del viejo noroeste hasta m¨¢s all¨¢ del r¨ªo Misisipi. Cuando los sure?os le presionaron para que liberara tierras indias en Alabama y Georgia, Jackson tambi¨¦n sac¨® de sus tierras a las llamadas Cinco Tribus Civilizadas (choctaw, chickasaw, creek, cheroquis y seminolas) y las reubic¨® al oeste del r¨ªo Misisipi, en el Territorio Indio, un amplio terreno que se extend¨ªa a lo largo de diversos Estados futuros y que poco a poco se redujo hasta comprender solo el actual Oklahoma. La mayor¨ªa de los indios civilizados se marcharon de forma pac¨ªfica, pero desalojar a los seminolas de sus bastiones en Florida le supuso al ej¨¦rcito demasiado tiempo y sangre, as¨ª que al final permitieron que se quedaran all¨ª unos pocos.
Jackson no dud¨® nunca de la justicia de sus acciones y con sinceridad crey¨® que, una vez estuvieran m¨¢s all¨¢ del r¨ªo Misisipi, los indios se ver¨ªan libres para siempre de la usurpaci¨®n blanca. Se permitir¨ªa a los tramperos, a los comerciantes y a los misioneros atravesar el nuevo hogar de los indios y aventurarse en las grandes llanuras o en las monta?as que hab¨ªa m¨¢s all¨¢, pero, sin duda, all¨ª no se producir¨ªan m¨¢s levantamientos porque los exploradores del ej¨¦rcito hab¨ªan informado de que las grandes llanuras no eran aptas para el asentamiento blanco, y la sociedad lo hab¨ªa aceptado.
Pero ya hab¨ªa presiones en la periferia. Un pujante comercio de pieles en el r¨ªo Misuri aument¨® el contacto blanco con las tribus del Oeste. Asimismo, los tratados de traslado obligaron al Gobierno a proteger a las tribus reubicadas no solo de los ¨¢vidos blancos, sino tambi¨¦n de los hostiles indios de las llanuras, que no deseaban compartir sus dominios con los reci¨¦n llegados, ya fueran estos indios o blancos. Entretanto, los blancos de Misuri y de Arkansas solicitaron protecci¨®n contra los indios a los que hab¨ªan despose¨ªdo, ante la eventualidad de que la nueva tierra les pareciera de alg¨²n modo inferior al ed¨¦n que les hab¨ªan prometido (como, en efecto, sucedi¨®). La respuesta del Gobierno consisti¨® en construir entre 1817 y 1842 una cadena de nueve fuertes desde Minnesota hacia el sur y hasta el noroeste de Luisiana, que cre¨® una tentadora abstracci¨®n conocida como la Frontera India Permanente.
De los 275.000 indios cuyos hogares quedaban fuera del Territorio Indio, el Gobierno se preocupaba m¨¢s bien poco y sab¨ªa a¨²n menos. Las ideas que ten¨ªan los blancos sobre los indios del Oeste eran simplistas y tend¨ªan a los extremos; los indios eran o bien nobles y heroicos o bien b¨¢rbaros y aborrecibles. Sin embargo, cuando la Frontera India Permanente se derrumb¨® menos de una d¨¦cada despu¨¦s de su creaci¨®n, un repentino cataclismo de acontecimientos en cadena puso a los blancos y a los indios frente a frente al oeste del Misisipi. La primera grieta en la Frontera Permanente se abri¨® en 1841. Atra¨ªdas por la promesa de tierra f¨¦rtil en California y en el Territorio de Oreg¨®n, unas cuantas pesadas caravanas de carromatos cubiertos de lona blanca se aventuraron, traqueteando, por las llanuras. Pronto el goteo se convirti¨® en torrente, y el camino para carromatos as¨ª creado a lo largo de las arenas movedizas del mon¨®tono r¨ªo Platte qued¨® impreso en la psique del pa¨ªs con el nombre de la Ruta de Oreg¨®n.
Extracto de ¡®La Tierra llora. La amarga historia de las Guerras Indias por la Conquista del Oeste¡¯, que Desperta Ferro publica el 3 de noviembre.
Traducci¨®n de Roc¨ªo Moriones Alonso.
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