Sam Smith: el ¨ªdolo diferente
'The Thrill of It All', el nuevo disco del cantante brit¨¢nico, recibe una calificaci¨®n de 6 sobre 10
No es un artista de masas ajustado a la convenci¨®n, este Samuel Frederick Smith, y eso le honra. Ya no lo era hace tres temporadas, cuando Stay With Me le convirti¨® en una de las indiscutibles celebridades musicales de la d¨¦cada. M¨¢s all¨¢ del desdichado plagio involuntario a Tom Petty, resuelto con elegancia por ambas partes, el londinense lograba colocar a ambos lados del Atl¨¢ntico una l¨¢nguida balada gospel en lo m¨¢s alto de las listas. La apuesta por la vulnerabilidad personal y el aliento del esp¨ªritu resulta ahora m¨¢s evidente. Smith huye esta vez como de la peste de cualquier coqueteo con el funk, de algo remotamente emparentado con la travesura.
La devastaci¨®n es la apuesta incluso desde la imagen de portada, que opta por un personaje en blanco y negro, ojeroso, sin camiseta, con los ojos abiertos a la perplejidad y el dolor. Acaba de cumplir 25 a?os, pero el ya ilustre firmante elude toda fotogenia y se refugia en la desnudez y el escozor que produce reconstruir el coraz¨®n cuando este ha estallado en mil pedazos.
Artista: Sam Smith.
Disco: The Thrill of It All.
Sello: Capitol/Universal.
Calificaci¨®n: 6 sobre 10
Si In The Lonely Hour (12 millones de ejemplares vendidos y seis Grammy, a los que se sumaron un Globo de Oro y un ?scar) era un disco sobre la soledad, esta esperad¨ªsima secuela lo es sobre la ruptura amorosa. No parece la opci¨®n m¨¢s comercial de las posibles, por m¨¢s que a Adele, con la que podr¨ªamos establecer ciertos paralelismos razonables, le fue divinamente en los tiempos de 21. Pero se intuye sinceridad en la p¨¦rdida y el sufrimiento gracias a la voz de Smith, que suena m¨¢s pla?idera y compungida de lo que le hab¨ªamos escuchado jam¨¢s. Hay pasajes en falsete bien logrados, sobre todo en la primera mitad del minutaje, y momentos tan llorosos como si Aaron Neville se hubiera colado en el estudio.
La entrega no es que apueste por la balada como g¨¦nero, sino que se entrega a ella como el n¨¢ufrago a la barca. Y las cuatro primeras del lote son, a su manera, muy meritorias: un primer sencillo irrefutable y otra vez muy gospel (Too Good at Goodbyes); las tenues pinceladas electr¨®nicas de Say It First, que parece producida por Chris Martin; la herencia de Smokey Robinson y los cl¨¢sicos en One Last Song y la elegancia ligera de Midnight Train, que no desentonar¨ªa en el cat¨¢logo de Harold Melvin.
Las objeciones llegan por la v¨ªa de la reiteraci¨®n y el conservadurismo. El ritmo solo se acelera (algo) en el s¨¦ptimo corte, Baby, You Make Me Crazy, actualizaci¨®n afable del sonido de Filadelfia que, sin descubrir nada, al menos revitaliza la escucha. A lo grande, con metales, coros y cuerdas. Y con la autor¨ªa atribuida a Smith y otros ?11! firmantes. Cosas del trabajo de laboratorio, pero¡ si Lennon y McCartney dejaron de escribir a cuatro manos, ?c¨®mo demonios se compone a 24?
Es el ¨²ltimo latido rese?able de un disco que atraviesa su tramo final demasiado ensimismado en su propia languidez. Pero que nos muestra un modelo diferente de ¨ªdolo, un superventas que no renuncia a la fragilidad o a testimoniar (Him) los traumas familiares que gener¨® su salida del armario. En tiempos de reguet¨®n, ya es algo.
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