Janet Lewis o c¨®mo resucitar al lector
'El juicio de S?ren Qvist' reivindica el talento narrativo de la gran dama de la poes¨ªa
La vida literaria de Janet Lewis (Chicago, 1899-Los Altos, 1998) empez¨® con la poes¨ªa y se cerr¨® con un ¨²ltimo poema. En esos 76 a?os de interludio, la longeva escritora escribi¨® varias novelas. Debut¨® con La invasi¨®n (1932), que pasar¨ªa sin pena ni gloria. Despu¨¦s probar¨ªa fortuna con la novela hist¨®rica narrando, con el tel¨®n de fondo de los Grandes Lagos, las vicisitudes de un inmigrante irland¨¦s casado con una india ojibwe. M¨¢s tarde, mientras se gestaba la Segunda Guerra Mundial, Janet, ya instalada en California con su marido y sus dos hijos, decidi¨® escribir una historia cuya intriga atrapase al lector. Como no daba con ninguna trama que le funcionara, su marido, el poeta Yvor Winters (al cual hab¨ªa conocido gracias a la literatura y la tuberculosis), le sugiri¨® que echara un vistazo a un libro que le acababan de prestar, Casos de pruebas circunstanciales. Esta sesuda obra de un penalista ingl¨¦s del siglo XIX alumbrar¨ªa con el tiempo tres soberbias novelas en las que la fidelidad a los hechos es la s¨®lida fachada tras la que se viven universales dramas ¨ªntimos explicados con severa dulzura y obstinada precisi¨®n.
¡°Una ma?ana de enero de 1539 se celebr¨® una boda en el pueblo de Artigues¡±: con esta simple frase empieza un relato de insospechada profundidad y resonancia, La mujer de Martin Guerre (1941). El raro arte de la novela breve, patrimonio de rusos como Ch¨¦jov y Toslt¨®i pero tambi¨¦n de americanos como Melville y James, sin olvidar a Flaubert, florec¨ªa de nuevo de la mano de quien hab¨ªa sido compa?era de instituto de Hemingway en Oak Park, Illinois. Y lo hac¨ªa centrando el foco en una mujer joven, casada a los 11 a?os, Bertrand de Rols, que en la Francia turbulenta del XVI se enfrentaba a la enga?osa evidencia de un marido retornado, que para ella era otro y para los dem¨¢s era el mismo. Su dilema entre la c¨®moda aceptaci¨®n de la mentira y la claridad insufrible de la verdad arrojan al lector contra las cuerdas de su propia vida. Los jueces y el mismo sistema legal son incapaces de ara?ar la complejidad de la elecci¨®n moral que comporta enfrentarse a las circunstancias de la existencia, que siempre son extra?as, ajenas. As¨ª le pas¨® a Jean Larcher, el encuadernador parisiense traicionado por su mujer y el aprendiz que acogi¨®, en la ¨²ltima novela de la trilog¨ªa, El fantasma de Monsieur Scarron. Hay en esa poeta imaginista de los a?os de juventud, Janet Lewis, que pas¨® seis meses en Par¨ªs sin tropezarse con ninguno de los genios de la ¡°generaci¨®n perdida¡±, ni siquiera con su condisc¨ªpulo Ernest, ese l¨ªrico existencialismo que encontramos en Jean Giono. Del protagonista de su segunda novela de la serie, El juicio de S?ren Qvist (1947), dice Lewis en el prefacio que ¡°era uno m¨¢s de los muchos hombres y mujeres que han preferido perder la vida antes que aceptar un universo sin prop¨®sito ni sentido¡±.
A partir de la sesuda obra de un penalista ingl¨¦s del siglo XIX alumbr¨® tres soberbias novelas en las que se viven universales dramas ¨ªntimos
Prop¨®sito y sentido tiene y mucho esta novela, m¨¢s larga que la primera, acerca de un pastor dan¨¦s que es acusado de matar a un criado d¨ªscolo y holgaz¨¢n. Lewis arranca esta vez con la imagen de un mendigo manco llegando a una posada de Jutlandia. Rechazado, se encamina al pueblo cercano y pide cobijo en la rector¨ªa. La mujer mayor que le atiende se sobresalta al o¨ªrle decir mientras se calienta en el hogar que es Niels Bruus. Ella vio desenterrar a ese hombre muchos a?os atr¨¢s, en el huerto del llorado S?ren Qvist. El juicio y calvario del pastor cobra ahora una luz por completo diferente, desautorizando los hechos del pasado. Turbada, la anciana fuerza al nuevo pastor a ir en busca del juez de la comarca, que sufri¨® en sus propias carnes aquel juicio terrible. Esos cuatro intensos cap¨ªtulos iniciales despiertan de golpe al lector cansado de imposturas novel¨ªsticas, que se siente, igual que el manco, ¡°resucitado¡± como lector. De los cap¨ªtulos V al XXI, la autora despliega la historia, dando vida al irascible cl¨¦rigo y a su hija Anna. As¨ª como al resto de personajes: la ama Vibeke, el hermano de Niels, Morten y el joven juez Thorwaldsen, que habr¨¢ de juzgar y condenar a quien iba a convertirse en su suegro. El lector ve con creciente emoci¨®n y horror c¨®mo las piezas de una maligna venganza desembocan en una mod¨¦lica injusticia. Y ve el dilema moral que el destino reserva a la hija del pastor, que, de manera parecida a Bertrand, reniega de las evidencias y se aferra a la intuida esencia de las cosas. C¨®mplice de Anna, el lector siente incluso los latidos de su coraz¨®n. Siente que est¨¢ en peligro, como todos nosotros. Y se envuelve en el paisaje, el olor y la atm¨®sfera rural de Jutlandia, a los que nuestra autora trata como un personaje m¨¢s, y no el de menor enjundia: ¡°Cuando empezaron las heladas de verdad, los bosques, hoja a hoja, se volvieron oro puro¡±.
No hay duda que estamos ante una meticulosa dama de la poes¨ªa, como se?ala en el pr¨®logo Jos¨¦ Carlos Llop. Y en ella hallaremos el secreto de ese talento callado. Igual que en sus novelas, Janet Lewis era una poeta que convert¨ªa la simplicidad en preciosa m¨²sica. En sus Selected Poems leemos estos versos que evocan la suerte de Helena de Troya en la edad tard¨ªa, tan diferente, o quiz¨¢ no, a la suya: ¡°Nadie llega?/ con un relato de amor pac¨ªfico.?/ El rumor que se desvanece?/ es una lluvia de brasas, reyes que lloran¡±.
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Autor:?Janet Lewis.
Editorial:?Reino de Redonda (2017).
Formato:?tapa blanda (328 p¨¢ginas).
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