Buenos bailarines en paso confuso
El Ballet Nacional de Espa?a repone en el Teatro Real su producci¨®n inspirada en los cuadros que Joaqu¨ªn Sorolla pint¨® para la Hispanic Society de Nueva York
Hace cuatro temporadas el Ballet Nacional de Espa?a [BNE] estren¨® esta macro producci¨®n titulada ¡®Sorolla¡¯, que se inspira en las enormes pinturas que el artista hizo por encargo, un trabajo cicl¨®peo y complejo que le cost¨® la salud y que, por sus dimensiones, muestra tambi¨¦n algunas desigualdades formales, pero todo bien empastado dentro de un arco estil¨ªstico maduro y propio de su pincel que las concede un empaque incuestionable y un tono ciertamente eleg¨ªaco, de poema de largo aliento, de ciclo memorable.
No sucede lo mismo con este ballet, que sigue mostrando sus costuras y sus ambiciones desmedidas. La modernizaci¨®n del arte de la danza (se trate del estilo que sea) no se gana por acumulaci¨®n o desboque, por exceso o por centelleo. Muy al contrario, a veces la discreci¨®n hace su parte de la alquimia y el hallazgo de la innovaci¨®n, por derecho, toma cr¨¦dito y se asienta en la obra misma. V¨ªdeos que en nada acercan a una comprensi¨®n org¨¢nica del pintor y efectos visuales banales de pretendida vanguardia, una m¨²sica imposible mezclada a mansalva con fragmentos de tradici¨®n, un vestuario ecl¨¦ctico que tambi¨¦n trufa lo nuevo con recursos de almac¨¦n (lo que sonroja y se nota a la legua) no acaban de cuajar en lo que se quiso ser deslumbrante. Se puede entender que guste, pero eso no puede llevarnos a confundir arte con divertimento y espect¨¢culo con cultura. Porque a la obra le falta, medularmente, cultura; y distancia de esa cultura refinada que es lo que da consistencia al fen¨®meno particular de la danza espa?ola estilizada, eje pl¨¢stico por el que debe cursar, l¨ªquida, la materia bailada de este caso, desde los aires m¨¢s regionales a los m¨¢s abstractos.
Por descontado que hay una plantilla eficaz y preparada en el BNE, con un ramillete de buenos solistas y un cuerpo de baile disciplinado, a pesar de la man¨ªa y la moda de las barbas en los hombres. Desde la muy racial y madura en su arte Esther Jurado al dotad¨ªsimo Sergio Bernal (toda una excepci¨®n hoy en d¨ªa); as¨ª como el progreso evidente de j¨®venes como Inmaculada Salom¨®n, Jos¨¦ Manuel Ben¨ªtez, Carlos S¨¢nchez y Carlos Romero. Arte en ellos y en otros no falta. El trabajo de Miguel Fuente en los bailes gallegos, vascos y aragoneses es de m¨¦rito y conciencia; hay una ordenaci¨®n minuciosa y propia del cuadro, con gusto.
Por ejemplo, en ¡°Los bolos¡± se recrea un aurresku. La pintura de Sorolla no habla de este baile, pero es una licencia y Bernal no emula nunca a un aurreskulari, sino que hace esa danza con su consiguiente s¨ªntesis acad¨¦mica dentro de un registro vers¨¢til y virtuoso, con su boina roja de Durangaldea, como lo categoriza y describe Urbeltz. El aurresku posee su propio c¨®digo estil¨ªstico, su tempo, y lo que vemos hoy en un teatro est¨¢ lejos de la soka primigenia a txistu y tamboril, o del desaf¨ªo (aurrez-aurre), en realidad y bien mirado, especie de d¨²o en g¨¦nesis cor¨¦utica. Como acertada es la pincelada de los trajes de Ans¨® antes de apogeo jotero, que s¨ª es cita de la propia pintura inspiradora. Hasta el pr¨®ximo lunes 13 podr¨¢ verse ¡®Sorolla¡¯ en el Teatro Real.
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