Visiones de Joseph Conrad
Este escritor es nuestro contempor¨¢neo a pesar de los anatemas ideol¨®gicos que han ca¨ªdo sobre ¨¦l en esta ¨¦poca de simplificaciones virtuosas
Cuanto m¨¢s tiempo pasa, m¨¢s contempor¨¢neo nuestro es Joseph Conrad. Vivimos en un mundo de identidades culturales tan cruzadas que el ¨²ltimo premio Nobel de Literatura es un japon¨¦s que escribe en ingl¨¦s y que es autor de una de las novelas m¨¢s densamente, m¨¢s premeditadamente inglesas que existen, The Remains of the Day. Pero esa tradici¨®n de entrecruzamiento a la que pertenece Kazuo Ishiguro quien la inici¨® fue Joseph Conrad, el primer novelista transnacional del que tenemos noticia: nacido en Ucrania de padres polacos, educado en alem¨¢n, en franc¨¦s, en ruso, solo empez¨® a sumergirse en la lengua inglesa hacia los 20 a?os, cuando se alist¨® como marinero en un buque brit¨¢nico. Una de las pel¨ªculas m¨¢s universales de las ¨²ltimas d¨¦cadas, Apocalypse Now, procede de El coraz¨®n de las tinieblas. La novela de Conrad es tan poderosa que se deja trasladar sin perder nada de su atm¨®sfera ni de su sentido desde el r¨ªo Congo en los primeros a?os de la colonizaci¨®n belga al r¨ªo Mekong de los finales de la guerra de Vietnam. Francis Ford Coppola le a?adi¨® a Conrad el tableteo de los helic¨®pteros militares, las alucinaciones del ¨¢cido, una canci¨®n apocal¨ªptica de Jim Morrison: pero cuando se leen en silencio las p¨¢ginas de la novela, la sensaci¨®n de furia y desastre es la misma. La incandescencia de la imaginaci¨®n la provocan exclusivamente las palabras.
Conrad es nuestro contempor¨¢neo a pesar de los anatemas ideol¨®gicos que han ca¨ªdo sobre ¨¦l en esta ¨¦poca de simplificaciones virtuosas en la que la lectura de las novelas del pasado se ejerce muchas veces, sobre todo en las universidades, con un prop¨®sito exclusivo de delaci¨®n pol¨ªtica, con un ¨¦xtasis retrospectivo de agravios. Joseph Conrad era un var¨®n blanco que se gan¨® la vida en la marina mercante a lo largo de las rutas comerciales y militares del colonialismo europeo. Su lucidez intelectual, su disposici¨®n compasiva, la amplitud de su experiencia, le hicieron comprender la sinraz¨®n y el horror de la explotaci¨®n colonial, ejercida con todo descaro en nombre del progreso y de la misi¨®n civilizadora de Europa. Aun as¨ª, desde luego, era un hombre de su tiempo, igual que nosotros lo somos del nuestro. En los a?os setenta, un novelista nigeriano, Chinua Achebe, escribi¨® en un ensayo c¨¦lebre que El coraz¨®n de las tinieblas era ¡°un libro ofensivo y totalmente deplorable¡±, lleno de ¡°estereotipos degradantes sobre ?frica y los africanos¡±, y Joseph Conrad, un completo racista. Hasta a la persona m¨¢s admirable que vivi¨® en otra ¨¦poca se le puede acusar de compartir algunos de los prejuicios comunes entre sus contempor¨¢neos, en vez de celebrar y agradecer que se rebelara con valent¨ªa y soledad contra otros, y que nos legara as¨ª un ejemplo de entereza moral que todav¨ªa nos alumbra. A ver qui¨¦n, aparte de Joseph Conrad, se atrev¨ªa a escribir a finales del siglo XIX que la celebrada tarea civilizadora de las potencias europeas consist¨ªa sobre todo en someter y en despojar a personas con la piel m¨¢s oscura y la nariz m¨¢s ancha.
Una gran novela es m¨¢s que una cr¨®nica o que un manifiesto pol¨ªtico. La imaginaci¨®n generosa de Conrad conten¨ªa una riqueza de experiencias con la que tal vez ning¨²n otro novelista podr¨ªa competir. Hacia los 40 a?os se estableci¨® en una casa de campo inglesa y se dedic¨® a escribir con una regularidad casi administrativa. Pero lo que hab¨ªa vivido hasta entonces habr¨ªa dado material para varias biograf¨ªas, todas ellas aventureras y peregrinas. Maya Jasanoff, profesora de historia en Harvard, especializada en las conexiones entre los hechos hist¨®ricos y las invenciones literarias, acaba de publicar un estudio en el que cimenta la contemporaneidad permanente de Conrad en las vidas sucesivas que conoci¨® y en los tiempos excepcionales en que le toc¨® vivirlas. Su libro, titulado The Dawn Watch: Joseph Conrad in a Global World, es un cat¨¢logo de los trastornos diversos que Conrad conoci¨® de primera mano, y que resultan ser en gran medida fases iniciales de los que ahora nos asaltan a nosotros: la globalizaci¨®n de la econom¨ªa, el terrorismo amplificado por la universalidad de las comunicaciones, las rupturas en cadena que provocan en las formas de vivir y de trabajar los cambios tecnol¨®gicos.
A ver qui¨¦n, aparte de Conrad, se atrev¨ªa a escribir a finales del siglo XIX que la celebrada tarea civilizadora de las potencias europeas consist¨ªa en someter y en despojar a personas con la piel m¨¢s oscura y la nariz m¨¢s ancha
Conrad vio c¨®mo en pocos a?os las tradiciones centenarias de la navegaci¨®n a vela, en las que ¨¦l se hab¨ªa formado, eran barridas por la rapidez y la eficacia de los nuevos buques de vapor. Los combustibles f¨®siles sustitu¨ªan al viento al mismo tiempo que las rutas comerciales se extend¨ªan hasta abarcar el planeta entero. Ahora, igual que entonces, explica Jasanoff, la inmensa mayor parte del transporte de mercanc¨ªas se hace por barco, y por las mismas rutas que segu¨ªan los cargueros en los que navegaba Conrad. Conexiones inusitadas alteraban el mundo. La innovaci¨®n tecnol¨®gica de las bicicletas a finales del XIX provocaba cambios fulminantes en la manera de vivir y de vestir y nuevas demandas econ¨®micas que ten¨ªan consecuencias en los lugares en apariencia m¨¢s apartados del planeta: para que pudiera fabricarse la goma de los neum¨¢ticos que circular¨ªan por Londres o Par¨ªs, centenares de miles de trabajadores viv¨ªan y mor¨ªan en condiciones de esclavitud en las selvas de Asia o de Am¨¦rica Latina en las que crec¨ªa el ¨¢rbol del caucho.
Detr¨¢s de los himnos y los discursos sobre el progreso, Conrad hab¨ªa visto la rapacidad genocida de los colonizadores belgas enviados al Congo por el rey Leopoldo?II, que supo construirse a base de dinero y de propaganda un prestigio internacional de fil¨¢ntropo. Detr¨¢s de los ideales de pureza ideol¨®gica y utopismo social pod¨ªa latir un instinto de pura destrucci¨®n. En El agente secreto, Joseph Conrad cuenta el complot de un grupo de iluminados que quieren volar con explosivos el observatorio de Greenwich, con un ¨¢nimo de venganza y proselitismo no muy distinto del que un siglo m¨¢s tarde impulsaba a los islamistas que atentaron en Nueva York contra las Torres Gemelas. Conrad dec¨ªa que su aspiraci¨®n hab¨ªa sido siempre ¡°una narraci¨®n meticulosa de la verdad de los pensamientos y los hechos¡±. Es esa verdad la que nos estremece cuando en una novela suya nos ponemos en la conciencia de un terrorista, o en la de un fugitivo abrumado por la verg¨¹enza, o en la de un traficante de marfil o de seres humanos, o en la de un veterano del mar que dej¨® de navegar hace muchos a?os y ahora convierte cada d¨ªa laboriosamente en palabras escritas el archivo sin fondo de su memoria.
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