Mariano Fortuny, en su sitio
El Museo del Prado impulsa una profunda revisi¨®n del pintor con una retrospectiva
Precisamente porque a¨²n se nos atraganta la pintura espa?ola del siglo XIX con la sola excepci¨®n del Goya maduro, creo muy oportuna la iniciativa del Museo del Prado de volver con ambici¨®n y originalidad sobre la figura de Mariano Fortuny (Reus, 1838-Roma, 1874), muerto prematuramente a los 36 y en medio de un ¨¦xito internacional bastante apote¨®sico, que, paradojas de la vida art¨ªstica, se volvi¨® despu¨¦s contra ¨¦l. Antes de abordar este asunto, conviene resaltar la importancia de esta iniciativa, que ha reunido casi 200 piezas, pero, sobre todo, por su enfoque, que desborda el cauce de lo habitualmente exhibido sobre este artista catal¨¢n, de origen humild¨ªsimo, dotado de un ansia de triunfo y una voluntad de hierro, que trabaj¨® con denuedo su talento natural y pleno de inquietudes no colmadas.
Las reticencias que su obra producen proceden la mayor¨ªa de una cuesti¨®n cronol¨®gica, porque Fortuny perteneci¨® a la generaci¨®n de los grandes impresionistas franceses, que, a diferencia de ¨¦l, tardaron en obtener reconocimiento p¨²blico y, sin embargo, se instalaron de forma privilegiada en el relato oficial de la historia del arte moderno. La singularidad de Fortuny, como apunta en su texto el comisario de la muestra, Javier Bar¨®n, comienza por su peculiar formaci¨®n como artista. Hu¨¦rfano desde una edad muy temprana, qued¨® a cargo de un abuelo hom¨®nimo, Mariano Fortuny y Bar¨®, un h¨¢bil carpintero con veleidades de escultor, que le adiestr¨® en la habilidad manual con un uso pulido de la t¨¦cnica, en un momento en que los artesanos usaban todav¨ªa manuales de decoraci¨®n estimulantes, donde se acoplaban sofisticados motivos a los nuevos m¨¦todos de producci¨®n cada vez m¨¢s industrializados.
La exposici¨®n hace un ¨¦nfasis dram¨¢tico y, a mi juicio, muy redentor en el Fortuny final, el de la segunda mitad de la d¨¦cada de 1860 y 1874
En este ambiente se fragu¨® sin duda una vocaci¨®n en la que importaba m¨¢s c¨®mo llegar a hacer cualquier cosa bien que la raz¨®n de hacerla. En este sentido, desde muy pronto, Fortuny afrontaba con ilusi¨®n cualquier t¨¦cnica que tuviera a su alcance, el dibujo, el grabado, la acuarela, el pastel, la pintura al ¨®leo, etc¨¦tera, dejando m¨¢s al albur la impronta intelectual o simb¨®lica de los temas. Por otra parte, cuando ingres¨® en centros de formaci¨®n acad¨¦mica, como la Escuela de Bellas Artes de Barcelona en 1853, a¨²n regida por el ya trasnochado modelo del romanticismo Nazareno, tampoco sac¨® mucho fruto. En realidad, s¨®lo cuando viaj¨® a Roma en la primavera de 1858 pudo percatarse del debate art¨ªstico internacional y conectarse con los colegas espa?oles e italianos de su generaci¨®n, entre los que se encontraba Eduardo Rosales (1836-1873), que tambi¨¦n vio truncada prematuramente su prometedora carrera al fallecer con 37 a?os. Por lo dem¨¢s, quienes opinan que el ¨¦xito internacional de Fortuny estuvo ligado exclusivamente al mercado, v¨¦ase su contrato con el todopoderoso marchante parisiense Goupil y lo que ello implicaba de irregularidad acad¨¦mica, he de decir que estoy en franco desacuerdo, porque pienso que una ocasi¨®n no debe interpretarse como una causa, y, a¨²n menos, si se habla de arte, una pr¨¢ctica por s¨ª misma irreductible a este patr¨®n de ¡°causa-efecto¡±.
En cualquier caso, la presente exposici¨®n tiene aportaciones relevantes. En primer lugar, no es una retrospectiva al uso: no convierte la trayectoria de Fortuny en una as¨¦ptica ordenaci¨®n de estaciones homologadas, sino que se centra en lo que ¨¦sta tuvo de din¨¢mico esfuerzo del viajante por arribar a lo mejor de s¨ª mismo. En ella, por ejemplo, se eluden los trompicones iniciales y arranca cuando Fortuny se encontr¨® a s¨ª mismo, en sus viajes al norte de ?frica, all¨¢ por la d¨¦cada de 1860. En segundo, y consecuentemente, pone ¨¦nfasis en la reflexi¨®n del humilde chaval de Reus sobre la reversi¨®n de las t¨¦cnicas art¨ªsticas, como, por ejemplo, la transformaci¨®n de la acuarela en algo nunca antes visto: hace con ella lo que tradicionalmente solo se lograba a trav¨¦s del pastel y el ¨®leo. En tercer lugar, husmea entre los caudales de su inspiraci¨®n espa?ola y su suprema decantaci¨®n del Museo del Prado, algo antes muy poco o superficialmente oteado. En cuarto, la clarificaci¨®n de su proceso evolutivo, cambiando las atribuciones cronol¨®gicas erradas, que eran muchas. En quinto, comprende la trascendencia que para ¨¦l ten¨ªa, como buen autodidacta, la ¡°ambientaci¨®n¡±, dedicando una amplia sala a la recreaci¨®n de su taller, donde el artista marc¨® el guion de su visi¨®n, luego aprovechada por su hijo, que convirti¨® a esta misma en un formidable est¨¦tico negocio todav¨ªa hoy operativo. En sexto, consigue obras de Fortuny poco o nunca vistas por estos pagos. En s¨¦ptimo y ¨²ltimo, se molesta en explicar los destellos que configuran formalmente la obra, como sus formidables encuadres, la mat¨¦rica textura de su acci¨®n pict¨®rica, la rica y compleja coloraci¨®n de sus sombras, la miniaturizaci¨®n orfebre que late entre lo grandioso sin caer en lo relamido, la palpitaci¨®n versicolor de la luz, la generaci¨®n de un erotismo cristalino cuando todo entonces se despachaba con ros¨¢ceos empolvados, el uso expresivo de la esp¨¢tula sin detrimento del preciso punz¨®n¡
Pero, al margen de la aportaci¨®n cient¨ªfico-cr¨ªtica de la muestra, ?cambia algo nuestra renuente aceptaci¨®n de Fortuny, ep¨ªtome del preciosismo virtuoso, capitaneado por el engre¨ªdo Ernest Meissonier (1815-1891)? Pues bien, esta es una respuesta que se debe dar cada visitante, pero ahora con cuidado, frot¨¢ndose mucho los ojos sin pesta?ear, porque, en la exposici¨®n, se hace un ¨¦nfasis dram¨¢tico y, a mi juicio, muy redentor en el Fortuny final, el de la segunda mitad de la d¨¦cada de 1860 y 1874, donde se atisba con evidencia un revulsivo creador de mucho fuste del artista, que, en medio del asentamiento glorioso de su fama, manifiesta visos deslumbrantes de inconformismo e inquietud. Todo lo cual nos deja con un talante interrogativo, pues la muerte seg¨® la prometedora cosecha en ciernes. ?Ad¨®nde habr¨ªa podido ir a parar Fortuny de no haber sido por el cruel hado, si adonde lleg¨® fue lo m¨¢s parecido a un f¨¦rtil amanecer, a un renacimiento de s¨ª mismo? Que se nos planteen estas preguntas no es balad¨ª, porque el m¨¦rito de esta muestra es que nos obliga a resituarnos en relaci¨®n con su obra desmintiendo lo m¨¢s acendrado de nuestros t¨®picos.
Fortuny (1838-1874). Museo del Prado. Hasta el 18 de marzo.
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