Contadores de Historias

En el principio fue la palabra. El libro de los or¨ªgenes, el primer libro de Mois¨¦s, nos lo cuenta as¨ª: ¡°Al principio Dios cre¨® el cielo y la tierra. Y lo hizo con la palabra¡±. El detonador del big bang, lo que pone en marcha la evoluci¨®n del universo, es el logos. Bertrand Russel en su libro sobre El Conocimiento Humano cree que es un abuso inducido por los positivistas traducir el t¨¦rmino logos, tal y como aparece en el umbral del evangelio de San Juan, por palabra a secas. Pes el logos no es solo la expresi¨®n sino el razonamiento, ¡°el fundamento y la raz¨®n de lo expresado¡±, en feliz definici¨®n de Emilio Lled¨®. Ya explic¨® Arist¨®teles que lo que diferencia al hombre del resto de los animales es el lenguaje, y el lenguaje articulado. Desde la palabra y gracias a ella hemos ido construyendo el edificio de nuestra civilizaci¨®n.

Primero fue la expresi¨®n verbal: comenzamos a sustituir gru?idos por definiciones, lamentos o quejidos por locuciones como ¡°estoy muy triste¡± o ¡°me duele aqu¨ª¡±, antes de proceder a definir el mundo y sus contornos. Una vez que aprendi¨® el hombre a reproducir la realidad, se dio cuenta de que pod¨ªa transformarla y de que el instrumento m¨¢s poderoso que para ello pose¨ªa era el mismo que utilizara el Creador: el verbo. Contar las cosas era casi lo mismo que poseerlas, pod¨ªa uno apoderarse de ellas y participarlas a los dem¨¢s. El conocimiento se hizo social y el pensamiento se erigi¨® como un di¨¢logo con uno mismo. ¡°Converso con el hombre que siempre va conmigo¡±, dec¨ªa Antonio Machado, para a?adir m¨¢s tarde que quien habla a solas espera hablarle a Dios un d¨ªa, es decir, penetrar su nombre inefable. La palabra es el denominador com¨²n para nuestra especie; frente a la elocuencia de los hombres, Dios es silencio.

Due?os por fin de la palabra, los humanos comenzaron a desplegarla, primero oralmente, luego, gracias a la invenci¨®n del alfabeto, por escrito. Literatura viene de letra, pero hay una literatura oral, precia a la literatura propiamente dicha y desconocedora de los grafismos que la integran, que durante siglos desbord¨® las fronteras del conocimiento. A veces, como en Altamira, se ayudaba de representaciones pl¨¢sticas, otras de fonemas y sonidos, de percusiones, de danzas, de toda clase de rituales corporales. Con las palabras los humanos pudieron darle nombre a las cosas y describir su genealog¨ªa. El primer libro de Mois¨¦s es el libro de las generaciones: la narraci¨®n de la fundaci¨®n del universo y de la historia nacional del pueblo elegido. La Historia misma, la Historia con may¨²scula, es lenguaje. Sin ¨¦l, insiste Russell, ¡°nuestro conocimiento del ambiente queda limitado a lo que nuestros propios sentidos nos muestran, pero con ayuda del que habla estamos en condiciones de saber lo que otros pueden relatar¡±. El conocimiento es una mezcla entre la conciencia individual y la experiencia ajena. Los hombres comenzaron a contar historias para construir su propia identidad y, de paso, establecer las normas sociales de convivencia.

Investigadores de las Universidades americanas creyeron al comienzo del siglo que la invasi¨®n de la vida pol¨ªtica y del poder econ¨®mico por parte de los llamados ¡°storytellers¡±, narradores, o contadores de historias, constitu¨ªa una novedad peligrosa para las relaciones humanas y la transmisi¨®n del conocimiento. Lynn Smith, columnista de los Angeles Times, denunci¨® que ¡°el storytelling¡± rivaliza ¡°con el pensamiento l¨®gico para comprender la jurisprudencia, la geograf¨ªa, la enfermedad o la guerra¡­ Las historias -a?ade- se han vuelto tan convincentes que algunos cr¨ªticos temen que se conviertan en sustitutos peligrosos de los hechos y los argumentos racionales¡­ Historias seductoras pueden convertirse en mentiras o propaganda. Las gente se miente a s¨ª misma con propias historias¡±. No es dif¨ªcil vislumbrar en semejante aserto el litigio que ahora agita las relaciones sociales y pol¨ªticas entre Ilustraci¨®n e Identidad. Para desgracia de la primera, de la que me declaro seguro servidos, el pensamiento l¨®gico no es ajeno ni distante del dial¨®gico. Aunque las sensaciones y las interpretaciones deformen los hechos, lejos de explicarlos, y creamos que el conocimiento solo puede ser emp¨ªrico, es aventurado pretender una explicaci¨®n del mundo sin partir de sus or¨ªgenes, de los que no tenemos evidencia emp¨ªrica alguna, ni poseemos datos verificables. La historia nacional del pueblo hebreo enlaza con la narraci¨®n sobre la creaci¨®n del mundo, porque la ¨²nica manera que tienen las gentes de comprender y asumir su destino es tratar de iluminar su pasado. La memoria es la clave de nuestra identidad: memoria individual o colectiva, aunque apenas existen recuerdos personales que no sean tambi¨¦n sociales, que no procedan de una inferencia, una inducci¨®n, una comparaci¨®n. Vivir es recordar y proyectarse en el futuro. Memoria y deseo son los dos grandes motores de nuestra existencia.

Desde tiempos inmemoriales los contadores de historias han ido configur¨¢ndolas no solo como un elemento de ocio o distracci¨®n, de diversi¨®n en el sentido estrictamente etimol¨®gico de la palabra, el de elegir un desv¨ªo, una vertiente o direcci¨®n distinta a la adecuada. El relato de lo que sucede acaba por ser tan importante o m¨¢s que la realidad de los hechos. En esas cuentes nace lo que hemos dado en llamar la posverdad, que no es tanto una mentira como una verdad emocional, no basada en los hechos sino en los sentimientos, en la memoria y el deseo de quien la expresa y quienes la reciben. No solo en la Biblia: en los remotos poblados de las tribus ind¨ªgenas de Am¨¦rica o ?frica, en la mitolog¨ªa griega y romana, en las iluminaciones plat¨®nicas, en las leyendas medievales, en los libros de caballer¨ªas, el recuerdo de lo real se funde con la proyecci¨®n de lo imaginario, con el mundo de las ideas, es decir, con el mundo ideal. Cuando especulamos sobre la realidad virtual que circula en internet o acerca del comportamiento de los internautas a los que consideramos modernos prisioneros de la caverna plat¨®nica, olvidamos que esa realidad llamada virtual es en muchos casos tan verdadera y actuante como la realidad que insistimos en apellidar nuevamente de real. Aceptemos pujes que hay dos tipos de realidades, la experimentada y la inventada. La primera hace referencia a los hechos, a la memoria pasada o presente. La segunda se encarna en los sue?os, que pueden ser tambi¨¦n pesadillas, en el mito y en el deseo.

Realidad virtual y realidad real, lo que ordinariamente llamar¨ªamos ficci¨®n y realidad, tienen una cosa en com¨²n: ambas se construyen de palabras. Sin la palabra ninguna de las dos existir¨ªa. Este encuentro en el com¨²n territorio del lenguaje hace que la antigua distinci¨®n entre ambas desdibuje de ordinario sus fronteras. Frases vulgares, como la realidad ha superado a la ficci¨®n, o ese consejo tan popular entre los periodistas, no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje, ponen de relieve que los l¨ªmites entre la experiencia contrastada y el mundo eid¨¦tico, que se derrama en la imaginaci¨®n, son siempre confusos.

Contar historias ha sido por lo mismo un empe?o civilizador, quiz¨¢s el m¨¢s proteico y fruct¨ªfero de cuantos han existido, y constituy¨® una herramienta esencial en la construcci¨®n de las culturas. Desde un principio ¨¦stas se vertebraron en torno a mitos y leyendas de contenido m¨¢s o menos m¨¢gico o religioso, y casi todas pon¨ªan de relieve la impertinencia final de los humanos a la hora de probar la fruta del conocimiento. La cultura es un hecho social, producto de la memoria colectiva. Se construye con el tiempo, por acumulaci¨®n de progreso, y se transmite de generaci¨®n en generaci¨®n. A ello contribuyen aparentemente de igual modo escritores y periodistas, aunque las fronteras se confundan y desvanezcan en ese nuevo mundo de la posverdad.

Para ?lvaro Pombo la novela es una pretensi¨®n de aclarar narrativamente el mundo, nada distinto de lo que los cronistas de los peri¨®dicos, o los productores de documentales de televisi¨®n acostumbran a hacer. En su libro El viaje a la ficci¨®n, Mario Vargas Llosa ha descrito como nadie este proceso: ¡­ ¡°la idea del despuntar de la civilizaci¨®n se identifica m¨¢s bien con la ceremonia que tiene lugar en la caverna o el claro del bosque en donde vemos, acuclillados o sentados en ronda, en torno a una fogata que espanta a los insectos y a los malos esp¨ªritus, a los hombres y mujeres de la tribu, atentos, absortos, suspensos, en ese estado que no es exagerado llamar trance religioso, so?ando despiertos, al conjuro de las palabras que escuchan y salen de la boca de un hombre o una mujer a quien ser¨ªa justo, aunque insuficiente, llamar brujo, cham¨¢n, curandero, pues aunque tambi¨¦n sea algo de eso, es nada m¨¢s y nada menos que alguien que tambi¨¦n sue?a y comunica sus sue?os al un¨ªsono con ¨¦l o con ella: un contador de historias¡±. Desde su creaci¨®n en seis d¨ªas, el mundo se ha construido gracias al relato mismo de su creaci¨®n. Los contadores de historias, transmisores de ensue?os, son capaces de inducir en nosotros, junto a nuestra verdadera vida, una especie de vida paralela, dice Mario, hecha ¡°de palabras e im¨¢genes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros suelos opone la vida tal como es¡±. Esa vida paralela que ¨¦l describe forma parte tambi¨¦n de la vida real, es un elemento no estramb¨®tico, sino vertebral, de nuestra propia existencia.

El contador de historias acaba convertido pr¨¢cticamente en un l¨ªder espiritual de su tribu, por lo que tiende a separase de ¨¦sta, a marginar su propia experiencia de la del resto, para as¨ª adquirir la influencia social a la que aspira. Lo que para los m¨ªsticos era y es recluirse en la meditaci¨®n, para los creadores de ficci¨®n consiste en instalarse y trabajar en la soledad. Soledad y diferencia son rasgos caracter¨ªsticos del artista: marcan una pulsi¨®n por salirse del reba?o y convertirse en pastor. Algo que se explicita en la propia soledad del poder. El contador de historias, por puro que se considere a s¨ª mismo, es tambi¨¦n un manipulador de conciencias, ejerce una influencia formidable y no siempre ben¨¦fica en quienes le escuchan. La pol¨ªtica y la econom¨ªa mundial han experimentado recientemente una invasi¨®n de narradores improvisados cuya afici¨®n a la mentira puede resultar tan descarada como devastadora. Los agentes del mercado, los consultores y banqueros de inversiones, los gestores de empresas, se han convertido hoy, igual que los generales y los pol¨ªticos, en contadores de historias, en fabricantes de leyendas. Cualquier salida a bolsa, colocaci¨®n de capital, renegociaci¨®n de deuda o descripci¨®n de estrategia empresarial necesita en nuestros d¨ªas ser narrada como una historia cre¨ªble y atrayente para los inversores o los banqueros. En este caso su soporte material o art¨ªstico suele ser todav¨ªa m¨¢s pobre que el de los estados mayores de los ej¨¦rcitos, pues se reduce a un conjunto de diapositivas de power point que a base de intentar dar credibilidad al cuento las m¨¢s de las veces no hacen sino desprestigiarlo.

Narrar, elaborar un discurso espacio-temporal sobre la realidad, es la mejor manera de construirla, y la superioridad de la literatura a la hora de ejercer semejante empe?o resulta evidente. Superioridad que no evidencia ninguna marginalidad ni condici¨®n ancilar del periodismo, puesto que ¨¦ste, desde que naci¨®, pertenece por su propia naturaleza al universo de la primera.

Esta hermandad es f¨¢cilmente identificable en el transcurso del siglo XIX. Nombres como los de Dickens, Balzac, Zola, Larra, Gald¨®s y tantos otros ejemplos ep¨®nimos de la borrosidad de fronteras entre ambas profesiones: la del escritor de novelas y la del escritor de peri¨®dicos. La novela social no ten¨ªa inicialmente m¨¢s motivaci¨®n ni otro destino que el de entretener al p¨²blico. Pero a trav¨¦s de sus descripciones y denuncias de la sociedad de la ¨¦poca constituyeron aut¨¦nticos manifiestos pol¨ªticos contra el cinismo d¨¦spota de las clases gobernantes. Los art¨ªculos de costumbres de Larra son relatos cortos con denuncias desabridas contra el orden social de la ¨¦poca. Dif¨ªcilmente podr¨ªan Dickens, Balzac o Larra ser descritos como pensadores, y sin embargo ser¨ªa imposible comprender la evoluci¨®n pol¨ªtica de sus pa¨ªses y la interacci¨®n de los poderes con las diferentes opiniones p¨²blicas sin tener en cuenta el efecto que sus escritos causaban en las mismas. Son much¨ªsimos los autores de ficci¨®n que han reivindicado su condici¨®n de periodistas a lo largo de la Historia. Alejo Carpentier describ¨ªa al periodista como un escritor que trabaja en caliente, y Octavio Paz lleg¨® a decir que la buena poes¨ªa est¨¢ impregnada de periodismo. ¡°Me gustar¨ªa ¨Ca?adi¨®¨C dejar unos pocos poemas con la ligereza, el magnetismo y el poder de convicci¨®n de un art¨ªculo de peri¨®dico y un pu?ado de art¨ªculos con la espontaneidad, la concisi¨®n y la transparencia de un poema¡±. Esta cita me trae a la memoria ciertas estrofas de Luis Garc¨ªa Montero en las que es capaz de sublimar algo tan prosaico como los anuncios por palabras. ¡°Poeta, sin pretensiones/ y con una edad cualquiera,/ pero joven,/ ya con pocas ilusiones/ ¨Cpues teme que cuanto espera/ se lo roben¨C,/ quisiera volverte a ver,/ pasar contigo unos d¨ªas/ y sus noches,/ empezarte a conocer/ otra vez sin cacer¨ªas/ ni reproches¡±. Quiz¨¢ si los anuncios de contactos utilizaran mejor sintaxis en sus apelaciones al cari?o comprado no recibir¨ªan el acoso social que padecen.

Ha sido siempre tan lineal y espont¨¢nea la conexi¨®n entre la narrativa llamada literaria o de ficci¨®n y la period¨ªstica expresada en las cr¨®nicas, reportajes o entrevistas de los diarios que llama la atenci¨®n el estruendo causado a principios de los a?os sesenta por las tendencias del nuevo periodismo que encabezaron Norman Mailer y Truman Capote. Puede entenderse que la inveterada costumbre de contar historias, fueran estas la de La Guerra de las Galias, por la mano de C¨¦sar o los Diez D¨ªas que estremecieron al Mundo, por la de John Reed, hab¨ªa ca¨ªdo en cierto desuso en los diarios americanos de aquel tiempo, obsesionados con el pisot¨®n informativo. Es curioso que esto sucediera, en cualquier caso, cuando ya la radio y la televisi¨®n hab¨ªan demostrado su superioridad respecto a los peri¨®dicos a la hora de llegar antes. Hac¨ªa mucho tiempo que ser los primeros no era la obligaci¨®n de los reporteros de la prensa escrita, pero s¨ª lo era en cambio, y sigue siendo, ser los mejores: los m¨¢s claros, los m¨¢s capaces de explicar las cosas en su contexto, de desarrollar antecedentes y consecuencias, los m¨¢s agudos en sus investigaciones y los m¨¢s afinados y expertos contadores de historias. En su libro sobre El Nuevo Periodismo, Tom Wolfe describe lo sucedido: ¡­ ¡°Al comenzar los a?os sesenta un nuevo y curioso concepto, lo bastante vivo como para henchir los egos, hab¨ªa comenzado a invadir los estrechos l¨ªmites de la esfera profesional del reportaje. Este descubrimiento, modesto y humilde al principio, respetuoso, consistir¨ªa en hacer un nuevo periodismo cuyas obras se leyeran igual que una novela¡±. Igual que una novela significaba que aquellos reporteros y entrevistadores no pretend¨ªan medirse con los monstruos literarios de la ¨¦poca, sino solamente aprender de ellos. No obstante, la conclusi¨®n a la que llega Wolfe es del todo esclarecedora: ¡°Ni por un momento adivinaron que la tarea que llevar¨ªan a cabo como periodistas en los pr¨®ximos diez a?os iba a destronar la novela como m¨¢ximo exponente literario¡±. El caso es que no hab¨ªan comprendido que La Odisea no era sino un formidable reportaje sobre el retorno de Ulises, igual que El Relato de un N¨¢ufrago de Garc¨ªa M¨¢rquez, escrito y publicado como una investigaci¨®n period¨ªstica, constituye un monumento indiscutible de la narrativa de ficci¨®n. Los inventores del nuevo periodismo no hicieron sino recuperar la mejor de las tradiciones del viejo, del periodismo de siempre: la de contar historias. Haci¨¦ndolo fueron capaces de crear tambi¨¦n un nuevo estilo literario. Al pretender que sus lectores leyeran los reportajes como si fueran novelas consiguieron que muchas obras de ficci¨®n se construyeran como si fueran reportajes. Las corrientes del nuevo periodismo coincidieron con las propuestas del arte pop y el nuevo realismo en la pl¨¢stica que hu¨ªa del cubismo y la abstracci¨®n. Las pinturas comenzaban a mirarse como si fueran fotograf¨ªas y las fotograf¨ªas como si fueran cuadros, cosa que ya hab¨ªa descubierto Man Ray, entre otros, muchas d¨¦cadas antes. La convergencia funcionaba as¨ª antes de que se desbocara con la llegada de Internet, de modo que el rap callejero, que hab¨ªa reemplazado a los romances de ciego de la Edad Media, empez¨® a reclamar su lugar en la Historia de la m¨²sica.

Cuando publiqu¨¦ La Agon¨ªa del Drag¨®n, primero de mis libros dedicados a ilustrar la Transici¨®n pol¨ªtica espa?ola, tuve cuidado de anunciar en la portada del mismo un aviso tan simple como que se trataba de una novela. Lo hice advertido de que podr¨ªa pasar lo que verdaderamente ocurri¨® y es que alg¨²n cr¨ªtico avispado se encarg¨® de resaltar que se trataba de ¡°una novela de periodista¡±. Lo hizo, claro, no para compararla con las obras de Hemingway, Garc¨ªa M¨¢rquez, Mark Twain, Chesterton, o tantos otros reporteros que se dedicaron a la creaci¨®n literaria, sino para desvalorizar las caracter¨ªsticas del libro. Pero solo hay dos clases de novelas, como solo hay dos clases de cr¨ªticas, las buenas y las malas, y para nada tiene que ver con esa clasificaci¨®n el pedigr¨ª de quienes las firman. Tambi¨¦n me interrogaron sobre qu¨¦ necesidad ten¨ªa yo de hacer literatura para explicar la realidad y tuve ocasi¨®n de exponer lo que genuinamente creo: que el reportaje o la cr¨®nica pueden y deben servir para narrar los hechos, pero la descripci¨®n de los sentimientos tiene su residencia privilegiada en la ficci¨®n. ¡°La libertad del arte ¨Cescribe Carlos Fuentes¨C consiste en ense?arnos lo que no sabemos. El escritor y el artista no saben: imaginan. Su aventura consiste en decir lo que ignoran¡­ Quien solo acumula datos veristas, jam¨¢s podr¨¢ mostrarnos, como Cervantes y como Kafka, la realidad no visible y sin embargo tan real como el ¨¢rbol, la m¨¢quina o el cuerpo¡±.

Realidad y ficci¨®n acaban de esta forma fusionadas en un universo de imposta felicidad, porque no es perfecto. Nada lo es. Y es que en su entra?a alberga el nacimiento de una deforme criatura fruto de ese matrimonio que es m¨¢s de amor que de conveniencia: la posverdad. Pero no voy a aburrirles m¨¢s cont¨¢ndoles esa otra historia, que prefiero aplazar ahora para cualquier fuego de campamento.

Muchas gracias.