Yo tambi¨¦n soy Emmanuel Carr¨¨re
Carr¨¨re es uno de los pocos autores que me han acompa?ado desde que llegu¨¦ a vivir a Par¨ªs, su ciudad, hace 17 a?os
Abro mi ejemplar de Le Monde mientras el tren se pone en marcha. El asiento del pasillo permanece vac¨ªo hasta que una joven se abalanza sobre ¨¦l y, empujada por el traqueteo, derrama el caf¨¦ sobre sus jeans. Cuando me decido a ayudarla, ella ya ha restregado la tela y se coloca en el regazo su copia del diario. A lo largo de esas semanas de julio de 2002, el peri¨®dico ha publicado una serie de cuentos en colaboraci¨®n con Gallimard y me apresuro a extraer las hojas que deben plegarse para obtener una versi¨®n un tanto rupestre de la cl¨¢sica colecci¨®n de la NRF. Abro mi improvisado cuadernillo y leo: "Antes de subir al tren, has comprado Le Monde en el quiosco de la estaci¨®n". El texto est¨¢ escrito en segunda persona, como Aura, pero si en Fuentes el recurso vuelve la trama fantasmag¨®rica, aqu¨ª el autor da ¨®rdenes muy concretas a su lector. O m¨¢s bien a su lectora, pues el texto va dirigido a una mujer en el TGV de las 14:45 a La Rochelle. Justo el que ahora compart¨ª con mi vecina.
La joven parece concentrarse en las mismas l¨ªneas que yo: el autor no deja de escribirle a su amante, con la que espera reunirse en unas horas, y le da instrucciones sobre lo que debe hacer y pensar. Un cat¨¢logo de gui?os er¨®ticos que creo ir avistando, de reojo, en mi compa?era. No contar¨¦ aqu¨ª el resto de la trama ¡ªquien arda por leerla la encontrar¨¢ en Una novela rusa¡ª, y me limitar¨¦ a decir que sube de tono hasta que el autor le exige a su amante que se levante al ba?o: justo cuando leo esta frase, mi compa?era se yergue a toda prisa. Pienso en seguirla, pero me quedo clavado en el asiento, nervioso y febril, cavilando sobre si ser¨¢ la amante del autor o solo otra de las mujeres que avanzan por el pasillo gracias a este texto de ficci¨®n que irrumpe tan estruendosa en la realidad.
En Una novela rusa, Emmanuel Carr¨¨re revela que escribi¨® este relato como un ins¨®lito regalo para su pareja que no tuvo el resultado que esperaba. Hasta entonces, ¨¦l era conocido sobre todo como un escritor de novelas, quiero decir de novelas novelas, pero el cuento de verano de Le monde, esa suerte de ofrenda er¨®tica, provoc¨® un cortocircuito en su escritura que, sumado a una crisis sentimental que tambi¨¦n era una crisis familiar y literaria, lo alej¨® para siempre de este oficio. Hoy Carr¨¨re lo proclama sin pudor: a partir de entonces ya solo escribe novelas sin ficci¨®n.
Su malestar se hab¨ªa iniciado a?os atr¨¢s con El adversario, su libro m¨¢s c¨¦lebre. La trama es bien conocida: tras quedarse en el paro, Jean-Claude Romand, un ejemplar padre de familia, finge por a?os que contin¨²a trabajando para la Organizaci¨®n Mundial de la Salud. Cuando su enga?o est¨¢ a punto de quedar al descubierto, asesina a sus padres, a su mujer y a sus hijos e intenta suicidarse sin conseguirlo. Decidido a contar esta siniestra historia, Carr¨¨re pens¨® escribir una novela a la manera de A sangre fr¨ªa, investig¨® el caso, se entrevist¨® con el asesino y se propuso imitar el estilo elegante y neutro de Capote.
Al poco tiempo, la tarea se le revel¨® imposible. Pero los grandes escritores son quienes transforman los fracasos en victorias y Carr¨¨re tuvo una iluminaci¨®n. La verdadera historia de A sangre fr¨ªa, repar¨® entonces, es justo la que no se cuenta en el libro: la tortuosa relaci¨®n entre el autor y sus personajes. La historia de Capote, el novelista, y Perry, el asesino. Con este presupuesto en mente, Carr¨¨re comenz¨® de nuevo su libro sobre Romand que se transform¨® en un libro acerca de su relaci¨®n con Romand. Y, al hacerlo, descubri¨® el camino hacia un nuevo tipo de novela: una especie mutante entre la autobiograf¨ªa y la novela documental o novela sin ficci¨®n.
Carr¨¨re es uno de los pocos autores que me han acompa?ado desde que llegu¨¦ a vivir a Par¨ªs, su ciudad, hace 17 a?os. Le¨ª El adversario en 2001, mientras desempacaba en el loft con decoraci¨®n mar¨ªtima que rentaba cerca del Canal Saint-Martin, y desde entonces no he dejado de leerlo. Primero, sus novelas novelas: Bravura, Hors d¡¯atteinte, El bigote y Una semana en la nieve; luego, su ins¨®lito ensayo sobre ucron¨ªas, El estrecho de Behring, y su biograf¨ªa sobre un dios en com¨²n, Philip K. Dick; m¨¢s adelante, en cuanto se publicaron, Una novela rusa, De otras vidas adem¨¢s de la m¨ªa (no me gusta la traducci¨®n oficial: De vidas ajenas), Lim¨®nov y El reino; y, hace unas semanas, mientras viajaba por China, su recopilaci¨®n de art¨ªculos, ensayos y relatos sin ficci¨®n ¡ªque es tambi¨¦n una especie de autobiograf¨ªa intelectual¡ª titulada Conviene tener un sitio ad¨®nde ir.
Una lecci¨®n b¨¢sica en literatura es que jam¨¢s hay que creerles a los escritores, sobre todo cuando nos dicen de qu¨¦ escriben. La l¨ªnea que divide en dos la carrera de Carr¨¨re me parece un tanto equ¨ªvoca. En el fondo, no es sino uno de esos escritores (de esos humanos) que no se bastan a s¨ª mismos. Durante a?os, su timidez lo llev¨® a retratarse mediante otras vidas, adem¨¢s de la suya, a trav¨¦s de personajes imaginarios; ya maduro, sali¨® del cl¨®set de la ficci¨®n para retratarse a trav¨¦s de otras vidas, adem¨¢s de la suya, extra¨ªdas de esa fantas¨ªa igual de enrevesada a la que llamamos realidad.
Me detengo en la cesura o hiato que se abre entre El adversario y Una novela rusa, crucial para entender la po¨¦tica de Carr¨¨re. Entre 1999 y 2007 median ocho a?os de silencio o de ese silencio relativo de quien se dedica a la escritura. ?Qu¨¦ ocurre en este lapso? ?C¨®mo da el salto de novelista a novelista s¨ª mismo? Tras el ¨¦xito de El adversario, se le abren dos caminos: el regreso a esas historias un tanto kafkianas o dickensianas (de Dick, no de Dickens) que ha perge?ado hasta entonces o ir m¨¢s all¨¢ en la exploraci¨®n de su propia vida iniciada en su comparaci¨®n con Romand.
Ocurren entonces dos hechos clave en su vida: la crisis de pareja asociada con aquel cuento de Le Monde y la invitaci¨®n a escribir un reportaje sobre el ¨²ltimo prisionero de la segunda guerra mundial, un h¨²ngaro que permaneci¨® por d¨¦cadas en un campo de detenci¨®n sovi¨¦tico neg¨¢ndose a aprender ruso. Un viaje a Budapest lo conduce, a su vez, a Kotelnich, un p¨¢ramo en medio de la nada, detritus del mundo sovi¨¦tico, donde Carr¨¨re descubre o redescubre su ascendencia rusa. Su madre, la historiadora H¨¦l¨¨ne Carr¨¨re d¡¯Encause, es hija de un georgiano que desapareci¨® en 1944, el mismo a?o que el h¨²ngaro de su reportaje.
Cuando Carr¨¨re se decide a contar la historia de su abuelo, su madre se lo proh¨ªbe de manera tajante. Esta objeci¨®n de narrar lo ¨ªntimo destapa su obsesi¨®n por hacer lo contrario: no solo contar lo que le sucede a ¨¦l, sino a quienes quedan atrapados en su entorno. Su paso de la ficci¨®n a la no ficci¨®n autobiogr¨¢fica luce, as¨ª, como un acto de desobediencia. El primer ensayo de esta nueva t¨¦cnica, sin embargo, no es un proyecto literario, sino cinematogr¨¢fico: Regreso a Kotelnich.
A partir de ah¨ª, todo se encadena: los viajes al poblado ruso, su desventura amorosa, el envenenado regalo en forma de cuento de verano y, sobre todo, la prohibici¨®n materna: los disparadores hacia un nuevo tipo de narraci¨®n que, en sus manos, se vuelve m¨¢s libre que nunca. De pronto, Carr¨¨re ya no necesita de la imaginaci¨®n, o m¨¢s bien encuentra una nueva forma de emplearla: no ya para inventar, sino para coser y darle cierto cauce al flujo ca¨®tico e inaprehensible de la existencia y de su existencia.
La prohibici¨®n de no contar se resuelve en la obsesi¨®n por contarlo todo: es as¨ª como Carr¨¨re se arriesga a exponer a los suyos y a exponerse con ellos. En sus p¨¢ginas comparecen los personajes con los que se cruza y sus historias agridulces, tr¨¢gicas, c¨®micas, rid¨ªculas, heroicas, entreveradas con sus amores y desamores, inseguridades y osad¨ªas, obsesiones literarias y f¨ªlmicas, temores y celos, fracasos y triunfos. Un vasto fresco narrativo que bien podr¨ªa llamarse De mi vida adem¨¢s de las otras.
De mero autor, Carr¨¨re descubre el placer de transmutarse en un personaje que transita de libro a libro. Una novela rusa se enlaza con el tsunami que dispara su siguiente obra, la cual lo impulsa a su vez hacia Lim¨®nov y Lim¨®nov, la biograf¨ªa autobiogr¨¢fica de este hombre que parece extra¨ªdo de la m¨¢s rocambolesca de las novelas rusas: escritor de culto en Par¨ªs, vagabundo en Nueva York, paramilitar en Serbia, disidente en Rusia.
?ltimo eslab¨®n de la cadena es El reino, cr¨®nica de una conversi¨®n y de una fe perdida, as¨ª como arriesgada exploraci¨®n literaria del Nuevo Testamento. Si antes Carr¨¨re escogi¨® como espejo a un h¨¦roe o antih¨¦roe ruso, ahora se ve en el espejo de San Marcos, el evangelista que narra la historia de otro hombre que, como Lim¨®nov, algo tiene de ¨¢ngel y demonio: Pablo de Tarso. Al hacerlo, cierra el c¨ªrculo, pues es tan poco lo que conocemos de estas figuras capitales del cristianismo que, al reinventarlas, retorna por la puerta falsa a los senderos de la ficci¨®n.
Hoy que recibe el Premio FIL de Lenguas Romances, conviene decirlo: la habilidad de Emmanuel Carr¨¨re para crear ficciones desasosegantes y ambiguas, y su no menos desorbitado talento para entretejer su vida con otras vidas grandes y peque?as y para observarlas con la empat¨ªa de quien la vuelve suyas, lo convierten en una de las voces literarias m¨¢s arriesgadas e influyentes de nuestro tiempo. Tras tantos a?os de concebirlo como un personaje de ficci¨®n, es una alegr¨ªa descubrir aqu¨ª, en la Feria del Libro de Guadalajara, que tambi¨¦n es real.
Al descender del tren, busco a mi compa?era de viaje y la sigo a unos pasos de distancia. Arrastra una maleta negra y su cabello se agita con el viento de la costa. No quiero que imagine que soy un acosador o un loco. Ella me mira de arriba abajo, sonr¨ªe por un segundo y se apresura hacia la salida. Yo me quedo ah¨ª, at¨®nito, sin saber qu¨¦ hacer. De pronto me doy cuenta de que me he quedado solo en el and¨¦n. O casi solo: varios metros m¨¢s all¨¢, distingo una silueta masculina que permanece a la vera del TGV de Par¨ªs a La Rochelle hasta cerciorarse de que ha bajado el ¨²ltimo pasajero. Ahora creo saber qui¨¦n es.
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