La Transici¨®n permanente
Santos Juli¨¢ analiza en su ¨²ltimo libro las huellas de un periodo sin fin que, lejos de ser historia, se ha enquistado como artefacto arrojadizo del debate pol¨ªtico
La Transici¨®n se ha convertido desde hace 80 a?os en un t¨¦rmino polis¨¦mico de la pol¨ªtica espa?ola. Santos Juli¨¢ ha rastreado las huellas de este tr¨¢nsito sin fin, que discurre desde las primeras gestiones de Aza?a por una mediaci¨®n internacional que pusiera t¨¦rmino a la cat¨¢strofe de la Guerra Civil hasta nuestros d¨ªas, en que, lejos de haber entrado en el armario de la historia, se ha enquistado como artefacto arrojadizo del debate pol¨ªtico.
Juli¨¢ dedica medio libro a describir las iniciativas que desde la rebeli¨®n militar hasta la muerte de Franco en la cama trataron sin ¨¦xito de abreviar primero la guerra y despu¨¦s la dictadura. La Transici¨®n se fiaba a una mediaci¨®n externa. Aza?a nunca logr¨® entender que los art¨ªfices de la no intervenci¨®n, Gran Breta?a y Francia, permanecieran pasivos ante la presencia de tropas nazis y fascistas en Espa?a.
En su ¨²ltimo discurso, pronunciado en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938, Aza?a invoca ¡°el mensaje de la patria eterna a sus hijos: paz, piedad, perd¨®n¡±. Pero su propio Gobierno rechaza cualquier mediaci¨®n, porque legitimar¨ªa a los facciosos, y en la trinchera de enfrente Franco solo acepta la rendici¨®n incondicional, puesto que ¡°los criminales y sus v¨ªctimas no pueden vivir juntos¡±. Chaves Nogales escribe: ¡°El clamor es un¨¢nime en ambas partes; no a la mediaci¨®n, guerra hasta el final¡±.
Santos Juli¨¢ rechaza que la sociedad espa?ola de 1976 estuviera dominada por el miedo y la aversi¨®n al riesgo
La esperanza en que la derrota de Hitler llevara aparejado el derrocamiento de Franco se desvanece muy pronto. En 1946 Estados Unidos, Reino Unido y Francia firman una nota conjunta en la que excluyen una intervenci¨®n y se limitan a una condena ret¨®rica del franquismo y una advertencia de aislamiento que jam¨¢s se cumplir¨¢. Queda claro que poner fin a la dictadura es cuesti¨®n de los espa?oles.
Desde 1946 a 1975 Juli¨¢ registra cientos de iniciativas de republicanos y socialistas, con presencia muy activa de nacionalistas catalanes y vascos, la incorporaci¨®n posterior de exfalangistas reconvertidos, mon¨¢rquicos frustrados y democristianos de diverso cu?o. Mientras tanto, el PCE purga sin piedad a sus dirigentes del interior y teje una activa red de militantes siguiendo los consejos de Stalin, que en una audiencia a Ibarruri y Carrillo les hab¨ªa recomendado paciencia y la infiltraci¨®n (¡°entrismo¡±) en las instituciones del r¨¦gimen.
La primera movilizaci¨®n antifranquista de fuste se produce en febrero de 1956 en la Universidad de Madrid, donde convergen hijos de los vencedores de la guerra. Poco despu¨¦s el PCE elabora su estrategia de concordia nacional, que plantea una amnist¨ªa para los dos bandos como paso previo a la democracia. Pero el aislamiento pol¨ªtico de los comunistas no se romper¨¢ hasta noviembre de 1975, con Franco agonizante, cuando firma con todos los partidos de oposici¨®n un llamamiento ¡°a los pueblos de Espa?a¡±.
Santos Juli¨¢ rechaza que la sociedad espa?ola de 1976 estuviera dominada por el miedo y la aversi¨®n al riesgo. Sostiene que era una sociedad en movimiento, muy visible en calles y espacios p¨²blicos para exigir ¡°amnist¨ªa, libertad y estatutos de autonom¨ªa¡±. ¡°No fue¡±, concluye, ¡°una masa inerte y despolitizada, pasiva o amorfa, dejando que a sus espaldas unas ¨¦lites desaprensivas pactaran el futuro¡±.
La cr¨ªtica actual sobre la Transici¨®n no difiere gran cosa de la que se hac¨ªa entonces. Cebri¨¢n calificaba la permanencia de UCD en el Gobierno como un triunfo de la derecha, ¡°la verdadera heredera del poder de Franco¡±. Vidal Beneyto describ¨ªa la Transici¨®n como ¡°una ablaci¨®n de la memoria¡±. Sostiene Juli¨¢ que EL PA?S fue ¡°el principal art¨ªfice del relato de la Transici¨®n como desencanto¡±. Raymond Carr, coautor de la primera historia de la Transici¨®n con Juan Pablo Fusi, llam¨® la atenci¨®n sobre los riesgos de dejarse arrastrar por ¡°una falsa concepci¨®n de la democracia y de lo que ¨¦sta es capaz de conseguir¡±.
El fallido golpe de Estado de 1981 borr¨® el desencanto y el triunfo del PSOE por mayor¨ªa absoluta tendr¨ªa un efecto decisivo en la mirada sobre la Transici¨®n. En aquella campa?a no apareci¨® la Guerra Civil, ni la dictadura a la que Fraga hab¨ªa servido como ministro, pero a juicio de Juli¨¢ esto nada ten¨ªa que ver ¡°con un pacto de silencio o con una amnesia colectiva¡±, sino m¨¢s bien con la convicci¨®n, tan repetida desde los a?os cincuenta, de que el franquismo y la guerra eran hechos hist¨®ricos que deber¨ªan quedar como pasto de los historiadores.
Lo ocurrido en los ¨²ltimos 20 a?os ha corregido dr¨¢sticamente esta percepci¨®n. Despu¨¦s de haber levantado la bandera de la segunda transici¨®n, Aznar se erigi¨® desde La Moncloa en el m¨¢s exaltado defensor de la Constituci¨®n del 78, sometida hoy a m¨²ltiples embestidas no solo por cuestiones de soberan¨ªa, que discuten nacionalistas vascos y catalanes, sino por los devastadores efectos de una crisis econ¨®mica que ha causado una profunda desafecci¨®n pol¨ªtica y que ha alumbrado nuevas fuerzas pol¨ªticas.
Muchos a?os despu¨¦s de haber cumplido las demandas hist¨®ricas de amnist¨ªa, libertad y estatutos de autonom¨ªa, la Transici¨®n ha vuelto a primer plano bajo una mirada hipercr¨ªtica. Sostiene Juli¨¢ que Podemos busca una hegemon¨ªa discursiva mediante una amalgama de demandas sociales desatendidas y con la televisi¨®n como palanca, lo que obliga a simplificar el mensaje: ¡°Abajo el r¨¦gimen¡±. Emulando a Arqu¨ªmedes, ¡°dame un buen relato y mover¨¦ el mundo¡±.
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