Paz, armon¨ªa, amor y un perro
David Ant¨®n era arm¨®nico y tolerante con las fallas ajenas, pero intolerante con la estupidez, de la que hu¨ªa como gato escaldado
David Ant¨®n, el gran escen¨®grafo de M¨¦xico, que combin¨® su imaginaci¨®n para interpretar, sucesivamente, las met¨¢foras teatrales de Calder¨®n de la Barca y de Arthur Miller, muri¨® en la paz de su casa en La Condesa, M¨¦xico DF, a los 94 a?os el ¨²ltimo 28 de diciembre. A su lado estaba su pareja de casi medio siglo, el escritor colombiano Fernando Vallejo. Los dos han formado un todo de dos partes muy distintas a las que junt¨® el amor, as¨ª como una alegr¨ªa secreta que les dio paz y armon¨ªa hasta cuando discut¨ªan.
Son muy importantes esas dos palabras, paz y armon¨ªa, para definir esa relaci¨®n y tambi¨¦n para explicar c¨®mo era David Ant¨®n. Era, como dicen sus amigos, ¡°un caballero¡±; m¨¢s a¨²n, un caballero espa?ol, con esta diferencia con respecto a los ancestros de donde le ven¨ªan su apellido y su car¨¢cter: a David nunca se le oy¨® gritar ni decir groser¨ªas. Era arm¨®nico y tolerante con las fallas ajenas, pero era, como Juan Ram¨®n Jim¨¦nez o como Luis Cernuda, intolerante con la estupidez, de la que hu¨ªa como gato escaldado. Cultiv¨® la armon¨ªa y el arte, y tambi¨¦n cultiv¨® el amor y su par m¨¢s excelso, la amistad, la filantrop¨ªa. Hace tres a?os tradujo para Pablo de Llano, nuestro corresponsal ahora en Miami, una inscripci¨®n que ten¨ªa en su casa: ¡°Lo ¨²nico que necesita uno es amor y un perro¡±. Tuvo, adem¨¢s, o por eso mismo, a Fernando Vallejo, que convivi¨® con ¨¦l como un amor y como un hermano durante medio siglo. Eran tan distintos como el agua y el aceite: Vallejo era el autor de La virgen de los sicarios, quiz¨¢ el hombre que m¨¢s denuestos ha escrito para expresar desd¨¦n o disgusto, quien con m¨¢s claridad le ha dicho a la cara, a M¨¦xico, a Colombia y al mundo, sobre todo al Papa de Roma, con cu¨¢nto desprecio sent¨ªa sus innumerables defectos. David Ant¨®n, en cambio, tan caballero espa?ol, se comportaba ante las noticias del mundo como un gentleman, con suavidad y con desd¨¦n, pero nunca alz¨® la voz.
Los visitantes esperaban ver en su casa lenguas de fuego, pero esas lenguas estaban en los libros
La casa termin¨® siendo un reflejo de esa relaci¨®n fruct¨ªfera. Como si en ella dominara el afecto David sobre el efecto Fernando. Los visitantes, que fueron siempre constantes y numerosos, esperaban ver all¨ª lenguas de fuego, ateni¨¦ndose a los libros de Vallejo. Pero esas lenguas estaban en los libros, no en la voz pausada de Vallejo, ni por supuesto en la muy ponderada lengua de David Ant¨®n. Las paredes eran la expresi¨®n de sus amores y de sus amistades. Fotograf¨ªas de ambos viajando en feliz compa?¨ªa por la Europa que Ant¨®n adoraba. Retratos de personajes que fueron esenciales en la vida de este, Greta Garbo, Mar¨ªa F¨¦lix. Un enorme cuadro de la paz en la que se cri¨® el escen¨®grafo, San Miguel Allende, adonde siempre quiso volver. Y los perros. Kina, dec¨ªan, apareci¨® como para reencarnar los ojos de una amiga que hab¨ªa muerto. Y Brusca, el torbellino que la sucedi¨®, era el movimiento perpetuo, una amenaza para la fragilidad de ambos. A¨²n as¨ª, Fernando la llevaba a trotar, y trotaba ¨¦l mismo, como si la perra brusca lo condujera a la juventud que ya no va a volver.
Adem¨¢s, en esa casa, estaba la paz. Un silencio al que se sumaban el piano que tocaba Fernando Vallejo, excelente m¨²sico, y la meditaci¨®n que David aplicaba a todo lo que suced¨ªa en las p¨¢ginas de los peri¨®dicos. Era un puntual lector de EL PA?S, que recib¨ªan a diario, y los dos eran en cierto modo espa?oles de la pasi¨®n y de la di¨¢spora que, aunque nunca fueran a venir otra vez a la patria de la que vino el padre de Ant¨®n, sent¨ªan que todo lo que pasaba entre nosotros, de lo bueno a lo peor, tambi¨¦n le estaba pasando a ellos.
Hermosa hospitalidad
Eran de una generosidad abierta tambi¨¦n con los desconocidos, y con sus amigos eran desprendidos hasta el riesgo. No fue solo una vez que visitantes de la casa invitamos a la vez a otros amigos, a cualquier hora y tambi¨¦n a la hora de almorzar. Y no fue una ni dos las veces que empezamos por ser cuatro y terminamos por ser catorce. Entre David y Fernando, y Olivia, la asistente de la casa, multiplicaban siempre arroz y gambas, o huevos fritos, y jam¨¢s falt¨® nada que saciara el hambre de los m¨¢s que numerosos intrusos.
Esas actitudes de tan hermosa hospitalidad convert¨ªan a David Ant¨®n y a Fernando Vallejo en anfitriones extraordinarios. Y a veces se nos olvidaba con respecto a David el enorme artista que escond¨ªa en las numerosas carpetas donde estaba, dibujado, su curr¨ªculum: desde 1956 reinterpret¨® para la escenograf¨ªa, teatro, ¨®pera, ballet, obras de Arthur Miller, de Calder¨®n de la Barca, de Puccini, de Ravel, de Sartre¡ Trabaj¨® con Salvador Novo y con Alejandro Jodorowski, y se relacion¨® con Josep Renau o con Jean Cocteau¡ Ten¨ªa que pasar media vida de relaci¨®n con ¨¦l para que David, que ahora nos deja, dijera cualquiera de esos nombres para sobresalir en la conversaci¨®n que ¨¦l mismo animaba en esa casa en la que los dos construyeron una inviolable armon¨ªa.
En el ¨²ltimo terremoto que afect¨® a la capital mexicana su casa en La Condesa fue gravemente afectada. Se fueron de all¨ª, refugiados del horror; y fueron ellos dos de los ¨²nicos que retornaron a su s¨¦ptimo piso, con el ascensor da?ado. A¨²n as¨ª, y a pesar de la enfermedad que aquejaba gravemente a David Ant¨®n, segu¨ªan queriendo salir a la calle, al aire que quer¨ªan ellos y Brusca, la perra que les ha ayudado a ver el mundo con la paz que dan los animales.
Y ya solo pudo salir David Ant¨®n de esa armon¨ªa para el ¨²ltimo lugar de la vida, de donde ya no se retorna sino gracias a la memoria del amor, Fernando, y de los amigos, a los que ¨¦l cultiv¨® con una extrema delicadeza. La delicadeza con la que dibuj¨® el mundo para el teatro. Ya no pudo, dijo Vallejo a sus amigos, al anunciar su muerte. Ya el viaje a M¨¦xico no ser¨¢ igual nunca para los que los conocimos juntos.
Babelia
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