Dios de la muerte pac¨ªfica
Los descendientes de los pueblos vac¨ªos son los ¨²nicos capaces de escuchar entre cuatro paredes los ecos de los que ya no est¨¢n
Por Nochebuena, por mi cumplea?os o por mi santo, ya que nuestro nombre es el mismo, en las fechas se?aladas, me llama siempre mi t¨ªa. La ¨²nica, por ser la ¨²ltima de todos ellos. Su voz suena cantarina, con el timbre caracter¨ªstico de los habitantes de ese enclave valenciano arrimado a Teruel en el que pareciera que todo el mundo tiene una capacidad pulmonar sobresaliente. Como para soltarse de pronto y cantar una jota. La dicci¨®n es la marca de la tierra. Todas las s¨ªlabas brillan con igual intensidad, no hay una que se pierda. Escucho su voz y viene a m¨ª toda la infancia, el color rojo de la tierra ademucera, el marr¨®n chocolate de las aguas del Turia, los olores frutales, la libertad ¨²nica que viv¨ªan los ni?os de los pueblos peque?os. Hay un eco cuando me habla y es el de la casa. A m¨ª ese eco me suena ahora a fr¨ªo y a pueblo medio despoblado. Pero el romanticismo del recuerdo solo me lo permito en la ciudad, porque cuando estoy all¨ª, en el pueblo, tengo comprobado que para ellos resulta algo ofensivo que tu mente solo est¨¦ poblada de recuerdos de un lugar que ya no existe de la misma manera. Su presente es otro. Y t¨² vas poco, as¨ª que paulatinamente pierdes el derecho a juzgar y opinar.
Quienes no tuvieron un pueblo en su infancia no saben lo que se han perdido
En su libro, Los ¨²ltimos. Voces de la Laponia espa?ola, el periodista Paco Cerd¨¤ evita transitar por el romanticismo: ¡°Uno no deber¨ªa. Y sin embargo resulta imposible detraerse a la contemplaci¨®n de esta cruda belleza¡±. Emprende su camino el viajero por esa tierra que da en llamar la Laponia del Sur, por despoblada y fr¨ªa, y recorre un universo celtib¨¦rico que comprende tierras de Guadalajara, Teruel, La Rioja, Burgos, Valencia, Cuenca, Zaragoza, Soria, Segovia y Castell¨®n. En cada pueblo que pisa encuentra a un habitante solitario y tozudo con el que charlar y hablar de lo que queda y de lo perdido. Lo perdido es, por encima de todo, la presencia humana, y reina en las calles un silencio m¨¢s profundo que el del puro campo. Rinde homenaje el autor a Julio Llamazares, que en La lluvia amarilla prest¨® atenci¨®n, cuando nadie lo hac¨ªa, a este mundo que se deshabitaba a paso de gigante ya en el a?o 1988. Sarnago es uno de esos pueblos en los que se despert¨® una fe, inspirada por aquella peque?a biblia literaria, por recuperar la vida rural. Los vecinos, permanentes o vacacionales, fueron rehabilitando el pueblo con sus propias manos, pero aun reconociendo la val¨ªa de este proyecto feliz o del movimiento revitalizador de Teruel existe no hay muchas voces optimistas respecto al futuro de la Espa?a agonizante. La muerte es imparable. La investigadora Mar¨ªa Pilar Burillo dio con el t¨¦rmino para definir el fen¨®meno, 'demotanasia': demos, poblaci¨®n; t¨¢natos, dios de la muerte pac¨ªfica. Es el proceso por el cual la poblaci¨®n se esfuma, lenta y silenciosamente, por la mala acci¨®n pol¨ªtica o por la ausencia de ella. Y con la marcha de los paisanos desaparecen los oficios, la gastronom¨ªa peculiar, los acentos locales, los cultivos propios, en resumen, la cultura milenaria que muere de ra¨ªz, porque no existe un relevo generacional, y nadie piensa que lo vaya a haber.
Es dif¨ªcil no sucumbir a la exaltaci¨®n est¨¦tica de esas tierras porque el abandono humano no ha mermado su belleza
Es dif¨ªcil, como reconoce Cerd¨¤, no sucumbir a la exaltaci¨®n est¨¦tica de esas tierras porque el abandono humano no ha mermado su belleza, extra?amente es al contrario, hay algo en esa muerte paulatina y no violenta que ha asalvajado el paisaje y una misteriosa expresividad de pintura rom¨¢ntica se revela en las iglesias en ruinas, en los pajares que ya no se usan, en las casas en las que reina el silencio y en las escuelas en las que se consumen comidos por el tiempo los pupitres. Solo los descendientes son capaces de escuchar entre cuatro paredes los ecos de los que ya no est¨¢n, pero pocos se atreven a entregar toda una vida a la soledad.
Hemos transitado poco lo rural desde un punto de vista art¨ªstico, literario o cinematogr¨¢fico; ahora parece haber una generaci¨®n esforzada en diseccionar las razones de su vaciamiento. Sergio del Molino bautiz¨® ese espacio como La Espa?a Vac¨ªa, t¨¦rmino que r¨¢pidamente hemos incluido en el vocabulario cotidiano, buceando en las ra¨ªces literarias que de su suelo brotan; Cerd¨¤ lo ha llamado Laponia en esta cr¨®nica y Julio Llamazares eligi¨® para aquel pueblo en el que ya solo moraba un habitante el nombre del desparecido Ainielle. Pero antes que ellos anduvo Machado por esos parajes, ¡°?Oh tierras de Alvargonz¨¢lez, / en el coraz¨®n de Espa?a, / tierras pobres, tierras tristes, / tan tristes que tienen alma!¡±. Estoy segura de que nuestro mayor poeta de la naturaleza alumbra el trabajo de aquellos que escriben sobre este mundo declinante. No s¨¦ si sus voces servir¨¢n para revertir el proceso, de lo que estoy segura es de que olvidarse de su existencia es acelerar su muerte, y no saben los que no tuvieron un pueblo en la infancia lo que se han perdido. Entre otras cosas, porque en Espa?a se ha considerado de segunda categor¨ªa contarlo.
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