Fernando Pessoa, en su destiempo
El inclasificable autor del 'Libro del desasosiego' inspira una exposici¨®n en el Reina Sof¨ªa, que reconstruye el contexto hist¨®rico que fue y, a la vez, no pudo ser el que arrop¨® al padre de Ricardo Reis
A poco que hayamos frecuentado el Libro del desasosiego que ?Pessoa puso en la autor¨ªa del contable Bernardo Soares, sabremos ya que su extra?amiento, s¨ª, de la vida y la acci¨®n comunes, lo sustrae a las coordenadas precisamente hist¨®ricas, y que su incurable exilio de la vida espont¨¢nea le hizo ver reflejada en lo otro y los otros su dolorosa cautividad reflexiva. Es esto ¡ª¡°el hombre completo es el que se ignora¡±¡ª lo que aleja su personalidad creadora del optimismo o euforia, ya fuesen constructivos o destructivos, de la ¨¦poca de las vanguardias, que fue la suya. M¨¢s cabr¨ªa reconocer en ¨¦l los rasgos plat¨®nicos y paulinos o quiz¨¢s agustinianos ¡ªpero en todo caso existenciales¡ª de quien se duele por no poder ser un transe¨²nte como otros, con la fe impremeditada que se supone en ellos, volcado como ellos en la acci¨®n pr¨¢ctica y sin distancia consigo mismo.
De hecho, de Pessoa se hace muy dificultoso extraer lo que en otros llamar¨ªamos ¡°su est¨¦tica¡± si entendemos por ello ¨²nicamente una econom¨ªa propia del significado de las formas simb¨®licas; primero porque su personalidad no consiste en ninguna identidad unitaria, sino en la subjetividad hecha astillas que ?ngel Crespo (su introductor espa?ol, junto a Jos¨¦ Antonio Llardent) llam¨® una ¡°vida plural¡±. Y no s¨®lo por el despliegue de sus heter¨®nimos, sino por el angustiado desgarro que emparentar¨ªa mejor, qu¨¦ s¨¦ yo, con la reflexi¨®n a la vez religiosa y pol¨ªtica del Dostoievski de Los demonios, por ejemplo.
Su gran libro ¡ªentre la media docena de libros grandes del siglo XX¡ª, escrito entre 1912 y su muerte en 1935 (el tramo de esta exposici¨®n), arranca as¨ª: ¡°He nacido en un tiempo en que la mayor¨ªa de los j¨®venes hab¨ªa perdido la creencia en Dios, por la misma raz¨®n que sus mayores la hab¨ªan tenido: sin saber por qu¨¦¡±. Y es ese ¡°sin por qu¨¦¡±, esa alegr¨ªa prerreflexiva, lo que a ¨¦l le estuvo vedado y le pareci¨® tan perdido de origen que cualquier acepci¨®n sencillamente deshumanizada, es decir, activista, malabar y verbenera, como la que solemos atribuir a las vanguardias, le es muy ajena.
De lo que por el contrario habla Soares-Pessoa (su heter¨®nimo menos heter¨®nimo) es de la discontinuidad moderna entre el pensamiento y la acci¨®n, tras la que no s¨®lo Dios ¡ªy, con ?l, el pueblo, que dir¨ªa Dos?toievski¡ª ha sido suplantado por la humanidad, sino que la espontaneidad y la alegr¨ªa creadoras han resultado olvidadas como un sue?o anterior al tiempo mismo, seg¨²n Leopardi y Nietzsche ya hab¨ªan acusado desde una cierta tradici¨®n rom¨¢ntica. El poeta se siente vivir en un tiempo que no es el de su personaje exterior, sino otro al que da en llamar ¡°Decadencia¡±, ciego, desde luego, para cualquier euf¨®rico horizonte como el vanguardista: ¡°La Decadencia es la p¨¦rdida total de la inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida¡±.
Es el aislamiento reflexivo lo que determina la relaci¨®n angustiosa del escritor portugu¨¦s con el exterior y lo convierte en fantasmal
Lo cual no quiere decir que el ¡°exterior¡± art¨ªstico de sus d¨ªas le fuera desconocido. Como Ram¨®n G¨®mez de la Serna, bautiz¨® algunos ismos (paulismo, sensacionismo, interseccionismo¡) m¨¢s o menos a la portuguesa. Pero es aquel aislamiento reflexivo lo que determina su relaci¨®n angustiosa con el exterior y lo convierte en fantasmal. De ah¨ª el primer m¨¦rito de la reconstrucci¨®n de un contexto del que no obstante Pessoa sinti¨® un infinito deseo de alejamiento y olvido. El segundo ser¨ªa lo apabullante de una exposici¨®n (160 obras, cientos de documentos, revistas, cartas y fotos procedentes de la Fundaci¨®n Gulbenkian y otros centros como el Pompidou) que culmina la ya muy asentada presencia espa?ola de Pessoa y contribuye a asentar la de la particular vanguardista lusa.
En 1980, poco antes de la publicaci¨®n del Livro en Portugal, la revista Poes¨ªa dedic¨® a Pessoa un monogr¨¢fico; y en 1994 hizo lo mismo con quien s¨ª podemos considerar, de pleno, el Homo vanguardista lusitanensis, Jos¨¦ de Almada Negreiros, cuya fecunda residencia madrile?a de 1927 a 1932 fue evocada recientemente en mesas y publicaciones espa?olas. Precisamente fue Pessoa el primero que mencion¨® la condici¨®n multifac¨¦tica del pintor, escritor, escen¨®grafo, etc¨¦tera, Almada en la revista A ?guia, cuando hizo su primera exposici¨®n en 1913, cosa en la que insistir¨ªa luego G¨®mez de la Serna, quien lo homenaje¨® en Pombo. Aunque en realidad las direcciones de ?Pessoa y Almada son inversas: el primero no es, como el segundo, una ¨²nica persona en la que se realiza el modelo del nuevo artista total, sino una multitud cuya reducci¨®n a la unidad es imposible, salvo en una dramaturgia.
La gran eclosi¨®n del vanguardismo portugu¨¦s se produjo hacia 1915, a trav¨¦s de las publicaciones pessoanas Orpheu y Portugal Futurista (?Pessoa comparti¨® su ¨²nico n¨²mero con ?lvaro de Campos ¡ªquiz¨¢ el heter¨®nimo m¨¢s vanguardista¡ª, Almada, M¨¢rio de S¨¢-Carneiro, pero tambi¨¦n con Apollinaire y Blaise Cendrars). Justamente Cendrars dedic¨® sus versos a Sonia Delaunay, quien junto a su marido residi¨® una temporada en Valen?a do Minho, cerca de Oporto, y puso a Almada en contacto con los ballets de Diaghilev.
Vestido con una especie de traje-globo, Almada pronunci¨® una c¨¦lebre conferencia de 1917 en el Teatro de la Rep¨²blica (¡°violentamente pateado a su entrada en el palco¡±) y form¨® parte del Comit¨¦ Futurista de Lisboa con Guillermo Santa-Rita Pintor y un Amadeo de Souza-Cardoso que quiz¨¢ fuera el pintor m¨¢s pintor entre aquellos portugueses, forjado en el modernismo y el cubismo. En cuanto a la presencia espa?ola entre ellos (o viceversa: Amadeo hab¨ªa frecuentado a Juan Gris en Par¨ªs), Almada y Ram¨®n continuaban la relaci¨®n ¡ªm¨¢s bien tibia¡ª que Pessoa cultiv¨® con los ultra¨ªstas Adriano del Valle, Rogelio Buend¨ªa o Isaac del Vando-Villar, y a la que m¨¢s atr¨¢s significaron Valera junto al historiador Oliveira Martins y sobre todo Unamuno en la estrecha compa?¨ªa de Teixeira de Pasco?es o Eug¨¦nio de Castro. Tras el regreso de Almada y la muerte de S¨¢-Carneiro, Amadeo y Santa Rita, el siguiente momento ¨¢lgido de la vanguardia portuguesa ser¨ªa el atestiguado, desde finales de los veinte, por la revista Presen?a, donde aparecieron fragmentos de aquel Livro p¨®stumo y futuro, del que nos llega el devastado anhelo de alguien perdido en un destiempo irremediable.
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