Qu¨¦ bien, ganaron los perdedores
La gala sali¨® entretenida, bien presentada, sutil en sus dardos, muy llevadera
Imagino que para muchos cin¨¦filos o enamorados gen¨¦ticos de las marchas de pompa y circunstancias, que no tengan la proletaria obligaci¨®n de madrugar, la ceremonia de los Oscar supone el anual advenimiento del Mes¨ªas, ellos no necesitan alterar su organismo con diversas sustancias para mantenerse despiertos y gozosos a las seis de la ma?ana. Sin embargo, para otro tipo de espectadores, los que deben permanecer insomnes y con gesto de b¨²ho por su responsabilidad de informar en los medios sobre el solemne acontecimiento, puede ocurrir que se cierren frecuentemente los p¨¢rpados cuando los premiados se pasan cantidad en su lista de agradecimiento, la gala es fatigosa y el guion se esfuerza vanamente en ser ocurrente y gracioso.
Durante muchos a?os ve¨ªa los Oscar en compa?¨ªa de periodistas deportivos. Hac¨ªamos quinielas y el ganador se llevaba una pasta. Se supone que el especialista era yo, pero jam¨¢s ganaba la apuesta. Inevitablemente, mi lista era la que menos aciertos ten¨ªa, mis amigos peloteros se hab¨ªan preparado a fondo para adivinar los gustos de la Academia. El amanecer nos pillaba en aparatoso estado et¨ªlico, el desmadre pod¨ªa alcanzar niveles surrealistas, los Oscar siempre eran una fiesta para nosotros aunque hubieran sido insoportables.
¡°Hace tiempo que me acuesto temprano¡±, aseguraba el protagonista de En busca del tiempo perdido y el anciano y desolado Robert de Niro en ?rase una vez en Am¨¦rica. Yo tambi¨¦n, aunque a diferencia de ellos, sea una persona muy simple. O sea, que desde hace tiempo veo la ceremonia en la soledad de mi casa. Y como tampoco utilizo est¨ªmulos para aguantar la vigilia acostumbro a quedarme frito de vez en cuando, aburrirme, meterme en el lecho al amanecer con la sensaci¨®n de haber recibido una paliza. No me ocurri¨® esto en la ¨²ltima ceremonia. Y estaba anticipadamente aterrado ante el previsible y mareante protagonismo del #MeToo, esa cosita inquisitoria que no solo llevar¨¢ a los malos al infierno terrenal, sino que tambi¨¦n puede enviar a la hoguera a brujos que jam¨¢s actuaron como tales. Pero fue entretenida, bien presentada y desarrollada, sutil en sus dardos, muy llevadera. Dudo que la bestia Trump la siguiera en un exceso de masoquismo, pero si lo hizo se llevar¨ªa un susto viendo a tantos latinos y negros poblando el imperio de los sue?os. Y respondones, adem¨¢s. Sacando pecho por ocupar o compartir el trono de Hollywood. Y fue brillante y necesario el discurso de Frances McDormand. Su pinta era muy rara, ataviada con un ropaje entre ex¨®tico y siniestro, hiperventilada, seg¨²n su propia confesi¨®n, aunque alg¨²n malpensado podr¨ªa deducir que tambi¨¦n colocada, implacable y vengadora como el personaje de su pel¨ªcula. Y tiene un recurso genial. Pedirle a la reina madre Meryl Streep y a todas las nominadas al Oscar que se levanten de sus asientos. Este inteligente gesto esc¨¦nico va acompa?ado por su petici¨®n a los due?os del negocio que no les cuenten a esas mujeres en la fiesta posterior que su trabajo les ha parecido maravilloso, sino que les ofrezcan la pr¨®xima semana citas inaplazables en sus despachos para escuchar sus proyectos y firmarles contratos.
?Y los premios? Creo que es tan justo como po¨¦tico que hayan reconocido el transparente genio, la audacia argumental, la capacidad para crear universos fascinantes y extra?os, la mezcla de g¨¦neros, la grandeza visual, la combinaci¨®n de horror, humor, ternura y lirismo, que demuestra Guillermo del Toro en la preciosa (para m¨ª) La forma del agua. Gary Oldman hizo creaci¨®n sobria y memorable encarnando a mi amado George Smiley en El topo, pero le negaron el Oscar. Se ha tomado la revancha con su impresionante creaci¨®n del volc¨¢nico y complejo Winston Churchill en El instante m¨¢s oscuro, un galard¨®n inapelable.
Y Frances McDormand est¨¢ temible y perfecta (como casi siempre) en Tres anuncios en las afueras, pel¨ªcula en la que me gustan algunas cosas (las cartas del sheriff son magn¨ªficas) y otras me repelen, como la actitud listorra y tramposa del guionista y director Martin McDonagh jugando con sus personajes y con el espectador. Y creo que las s¨®lidas y excelentes Dunkerque y Los archivos del Pent¨¢gono merec¨ªan algo m¨¢s, pero el obeso Guillermo del Toro se zamp¨® casi toda la tarta. Se lo merece. No hay muros para el verdadero talento, aunque vengamos de pa¨ªses de mierda, como usted los define, le han demostrado los infiltrados mexicanos I?¨¢rritu, Cuar¨®n y Del Toro al arrogante jefe del imperio. Y Hollywood lo reconoce. Y que este ofrezca id¨¦nticas oportunidades a los dos sexos. A condici¨®n de que sean aut¨¦nticos profesionales, gente con algo bueno que ofrecer a los espectadores. No insufribles, oportunistas y mediocres voceadores de consignas.
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