El mundo es mucho peor sin Rafael Azcona
El mundo sin un hombre as¨ª es, pase lo que pase, un mundo m¨¢s desgraciado.
Su amigo Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez, guionista tambi¨¦n, director de cine, llam¨® a los amigos m¨¢s pr¨®ximos de Rafael Azcona unos d¨ªas despu¨¦s de que el gran escritor nacido en Logro?o hubiera abandonado este mundo. ¡°Ten¨ªas un gran amigo que se llamaba Rafael Azcona¡±. Y desde entonces, como dir¨ªa su colega Roberto Fontanarrosa, el mundo ha andado equivocado, o por lo menos el mundo ha andado mucho peor. El mundo sin un hombre as¨ª es, pase lo que pase, un mundo m¨¢s desgraciado.
No hubo velatorio, no hubo despedida en ning¨²n cementerio; la familia, Susi Youdelman al frente, los dos hijos, la hermana, siguieron al pie de la letra el dictado del gran t¨ªmido de nuestra ¨¦poca, el hombre que marc¨® el humor, el cine y la amistad con un sello del que se hizo una sola muestra, la que ¨¦l representaba. Habr¨¢ parecidos, pero Azcona fue un ser humano inigualable. As¨ª es la vida, a veces hay gente cuyo vac¨ªo no se rellena jam¨¢s. Y este vac¨ªo dura ya diez a?os y todos los que lo trataron, la familia, los colegas y los amigos, sienten ahora que aquel aviso de Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez es una marca de la que no se ha borrado ni una letra al cabo de esta d¨¦cada.
No hubo velatorio, pero hubo escalofr¨ªo. ?C¨®mo ser¨¢ la vida sin Rafael Azcona, c¨®mo ser¨¢ el mundo, nuestro mundo, sin ¨¦l? En lo que se refiere al mundo que lo rodeaba casi cada semana en el mismo barrio y en el mismo bar, se acabaron paulatinamente las tertulias que ¨¦l presid¨ªa con su sentido com¨²n de pocas palabras. All¨ª presid¨ªa conversaciones que solo hallaban horizonte cuando ¨¦l pon¨ªa en orden a aquellos amigos suyos, entre ellos David Trueba, Manuel Vicent, Jos¨¦ Luis Cuerda, ?ngel S¨¢nchez Harguindey, el citado Garc¨ªa S¨¢nchez, Jordi Socias, Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n¡, o los que pasaran por all¨ª.
Aunque eran tertulias circunstanciales, en las que hab¨ªa humor o chascarrillo, lo cierto es que de su sustancia se podr¨ªan deducir algunas prendas del car¨¢cter de Azcona. Era el primero que llegaba; era tambi¨¦n el ¨²nico que prestaba atenci¨®n a las mujeres invitadas; era el m¨¢s educado en la atenci¨®n a los contertulios, y era el m¨¢s informado de todos aquellos escritores, cineastas o periodistas que siempre le dejaban a ¨¦l la cabecera. Era el que no dec¨ªa No la primera vez que escucha una idea o un proyecto; era el que prolongaba con su propia informaci¨®n las dudas que otros expresaban como certezas. Y era el amigo de todo el mundo. Era capaz, por ejemplo, de quitarse sue?o o tiempo para buscar versos inencontrables en la ¨¦poca sin Google (hubo esa ¨¦poca) y llevarlos, andando a veces, a la casa de quienes los precisaran para sus propios trabajos.
Azcona era el que dec¨ªa S¨ª o Tal Vez a proyectos imposibles en los que desgastaba ganas y energ¨ªas por las que no facturaba jam¨¢s. Y era el que hablaba bien de todo el mundo aunque en el pasado hubiera habido entre ¨¦l y otros fracturas irreconciliables. Cineastas con los que le fue imposible trabajar, por car¨¢cter o por otras circunstancias no desataban de su boca ning¨²n desd¨¦n, resquemor alguno. Fue un maestro de la amistad y una muralla contra la intransigencia o el fanatismo. Era el hombre que preguntaba de manera que su curiosidad no fuera ni utilitaria ni ofensiva. Y era una alegr¨ªa verlo, porque ¨¦l desprend¨ªa ese valor supremo de la simpat¨ªa: ser capaz de regalarla.
Adem¨¢s, Azcona desprend¨ªa una autoridad tranquila, confortante: sab¨ªas que su consejo, aunque fuera apresurado, no lo daba sin haberlo pensado. Por eso, aunque la cabecera de cualquier encuentro se desplazada a donde ¨¦l estuviera. Era un ser sol¨ªcito y educado. Un republicano que no alardeaba ni de estar vivo. Adem¨¢s, era el ¨²ltimo en irse de aquellas tertulias; en su caso, no poir miedo a lo que fueran a decir de ¨¦l aquellos compa?eros de los mediod¨ªas.
Lo conoc¨ª porque Fernando Trueba, con el que hizo gran cine y una amistad formidable, me dijo que no era cierto que fuera un hombre inaccesible, encerrado en su castillo de hacer guiones. Lo llam¨¦ a su tel¨¦fono, me respondi¨® y de ah¨ª en adelante hicimos libros (sus cuentos completos, por ejemplo, su estupenda narrativa breve; ahora, por fortuna, Pepitas de Calabaza est¨¢ publicando casi toda su obra), hicimos conversaciones (Harguindey dirigi¨® un espl¨¦ndido encuentro entre ¨¦l y Vicent, Memorias de sobremesa, b¨²squenlo) y amistades, encuentros p¨²blicos y privados, y en todas partes Azcona el Desaparecido fue Azcona el Esperado. Y a todos dio lecciones, desde la radio, desde la televisi¨®n, desde las entrevistas period¨ªsticas y, tambi¨¦n, en esas tertulias en las que profesaban su sentido com¨²n y su ternura. Eran lecciones tranquilas: nunca pretendi¨® que los dem¨¢s las aprobaran.
Ese mundo se acab¨® cuando Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez hizo aquella comunicaci¨®n escueta y fatal, ya no est¨¢ aqu¨ª tu amigo Rafael Azcona. Desde entonces han crecido sus libros (gracias a Pepitas de Calabaza, gracias al empe?o de Susi, su viuda), su cine ha recibido el aprecio que ya mereci¨® entonces, y ha ido creciendo. A ¨¦l le dar¨ªa mucha rabia saber que ahora, entre los j¨®venes, es un mito. ?l s¨®lo quer¨ªa ser una persona capaz de recorrer la ciudad de Madrid para encontrarse, al borde del Retiro, a un amigo al que ten¨ªa ganas de ver. Era emocionante tratarlo, y hasta el fin fue una suerte imborrable haberlo conocido. El mundo es peor sin ¨¦l, y esta es una verdad tan grande y horrible como la certeza de que no est¨¢.
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