D¨ªas de pasi¨®n
El ?ministro que se declara novio de la muerte con tanta convicci¨®n es responsable del mayor desguace cultural y?educativo del pa¨ªs
En el retiro voluntario de la Semana Santa me gusta volver a las palabras y a las m¨²sicas del relato evang¨¦lico. Muchas personas se han ido de Madrid. En la tarde del mi¨¦rcoles va not¨¢ndose gradualmente que se han ido y se siguen yendo en coche. La ma?ana del Jueves Santo tiene una santidad laica de recogimiento y silencio. No hace falta afiliarse a ninguna ortodoxia y a ning¨²n credo para mantenerse alerta a la sensaci¨®n de lo sagrado, que puede intuirse en la quietud de una calle sin tr¨¢fico a primera hora de la ma?ana, en la absoluci¨®n de tantas obligaciones aplazadas por los d¨ªas de fiesta. Ha llovido generosamente en las ¨²ltimas semanas y los d¨ªas de sol tienen una tersura de aire fresco. Ese es otro motivo de gratitud. En los senderos del parque, tan ¨¢speros hasta hace muy poco, ahora se nota una elasticidad de tierra prieta y f¨¦rtil bajo las pisadas. Los canales p¨²blicos de televisi¨®n transmiten procesiones sin descanso y en directo. Los telediarios informan de las procesiones de Semana Santa m¨¢s extenuadoramente a¨²n que de los partidos de f¨²tbol. Una parte de la vida espa?ola parece varada sin remedio en la Contrarreforma, en las exhibiciones p¨²blicas de penitencias, de im¨¢genes ensangrentadas de martirios. Como este a?o la lluvia no ha frustrado ninguna procesi¨®n, los informativos no muestran a penitentes llorando sin consuelo por no poder sacar los tronos de su cofrad¨ªa. Lo que s¨ª hay son testimonios espont¨¢neos de asistentes a las procesiones que informan de la vehemencia de su fervor: ¡°Esto no se puede explicar. Esto hay que vivirlo. Hay que sentirlo¡±.
Con v¨ªtores taurinos y caras arrasadas de l¨¢grimas, chicas j¨®venes que ya nacieron en un pa¨ªs descre¨ªdo con las iglesias desiertas se rompen las manos aplaudiendo a los legionarios que sostienen en alto una imagen de Cristo en la cruz en una procesi¨®n de M¨¢laga. Yo me acuerdo de cuando era ni?o y ve¨ªa en las procesiones de mi ciudad los tronos escoltados por guardias civiles con mosquetones al hombro.
Pero todo vuelve. Todo vuelve porque nunca se ha ido. Vuelve la religi¨®n ostentosa y milagrera de la Contrarreforma cat¨®lica, la de las exhibiciones p¨²blicas de ortodoxia que fueron obligatorias durante el franquismo. Vuelve porque nunca se fue la mescolanza de lo pol¨ªtico y de lo eclesi¨¢stico, la ocupaci¨®n irrespetuosa de los espacios p¨²blicos, la afirmaci¨®n jactanciosa de una sola tradici¨®n por encima de todas las otras: el espect¨¢culo cat¨®lico como maciza identidad, unas veces espa?ola y otras veces andaluza, o castellana, o de donde sea. El ministro de Justicia y el de Educaci¨®n y Cultura se persignan ante el Cristo legionario y alzan sus voces para cantar con desmayado entusiasmo Soy el novio de la muerte. La ministra de Defensa, que tambi¨¦n participa en la celebraci¨®n, ha ordenado que en los cuarteles espa?oles ondee a media asta la bandera como signo de luto por la crucifixi¨®n de Cristo.
Hay desolaciones espa?olas que no se curan nunca: melancol¨ªas civiles que atraviesan intactas las generaciones
Todo son recuerdos. Los peores recuerdos son los de ciertas cosas que se obstinan en no quedarse en el pasado. Me acuerdo de cuando era soldado y en las misas de campa?a sonaba el himno nacional en la consagraci¨®n y ten¨ªamos que arrodillarnos quit¨¢ndonos la gorra y sosteniendo el fusil en un gesto de psicomotricidad tan complicada que se tardaba mucho en aprender, y que se llamaba ¡°rindan armas¡±. Un soldado espa?ol solo rend¨ªa su arma ante la hostia consagrada. Hablo de 1979, 1980, otra ¨¦poca. Hablo de ahora mismo. El ministro de Educaci¨®n y Cultura que se declara novio de la muerte con tanta convicci¨®n es responsable del mayor desguace cultural y educativo de un pa¨ªs al que las castas dirigentes bendecidas por eclesi¨¢sticos y defendidas a mano armada por los militares mantuvieron durante siglos en una ignorancia tan infame como la pobreza. Mientras el ministro canta su pasodoble festivo y mortuorio, la investigaci¨®n cient¨ªfica se hunde ante la indiferencia general y el sistema p¨²blico de ense?anza cada vez puede cumplir menos su tarea ilustradora e igualitaria. Hay desolaciones espa?olas que no se curan nunca: melancol¨ªas civiles que atraviesan intactas las generaciones. La pesadilla de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez de hace un siglo conserva intacta su realidad, y su pavor: una misa de campa?a en una plaza de toros.
Por fortuna, Madrid es grande y descre¨ªda, incluso en la ma?ana del Viernes Santo. Un taxi para a mi lado en la acera y de ¨¦l salen, con dificultad y pericia, dos se?oras con altas peinetas de carey y mantillas de encaje negro. All¨¢ cada cual. Yo voy escuchando en Spotify la Pasi¨®n seg¨²n san Mateo. La escucho tambi¨¦n en casa, con la opulencia sonora del amplificador y los altavoces, leyendo el libreto, que respeta en gran medida la simplicidad del relato evang¨¦lico. Es una costumbre que he mantenido desde hace ya muchos a?os, desde que compr¨¦ una grabaci¨®n hist¨®rica dirigida por Furt?wr?ngler. Alg¨²n Jueves o Viernes Santo la he escuchado en directo, en austeras iglesias luteranas de Nueva York. Ahora la versi¨®n a la que vuelvo siempre es la de Nikolaus Harnoncourt con el Concentus Musicus de Viena. Dirigida por Furtwr?ngler, la Pasi¨®n seg¨²n san Mateo es imponente como una catedral g¨®tica. La de Harnoncourt no es menos sobrecogedora, pero s¨ª m¨¢s cercana a la llaneza y el despojamiento del texto evang¨¦lico.
Vuelvo a esos cap¨ªtulos finales a los que se atiene Bach. Hay un sigilo de drama que sucede entre sombras, en descampados nocturnos, un drama ¨ªntimo de miedo, de traici¨®n, de verg¨¹enza, de huida, de debilidad ante la cercan¨ªa terrible del dolor, de incierta esperanza. El coraz¨®n de esa noche me ha parecido siempre la deslealtad del disc¨ªpulo Pedro, que su maestro ha presentido con extra?a agudeza: el que se declara tan firme y tan fiel cuando no hay peligro comete a la hora de la verdad una cobard¨ªa para la que tal vez habr¨¢ perd¨®n, pero no consuelo. No hay otro momento as¨ª en la literatura. Tampoco lo hay en la m¨²sica. En la pintura se ha representado muchas veces. Pero solo Caravaggio llega a lo m¨¢s hondo de la negrura del miedo y el remordimiento, en una Negaci¨®n de san Pedro que est¨¢ en el Metropolitan de Nueva York, y que fue uno de los ¨²ltimos cuadros que pint¨® en su vida. En el retiro breve de la Semana Santa, escuchando a Bach, leyendo a san Mateo, acord¨¢ndome de ese cuadro de Caravaggio que he visto tantas veces, agradezco que el arte sea capaz al mismo tiempo de retratar el sufrimiento y consolarnos de ¨¦l, y adem¨¢s refugiarnos de la intemperie p¨²blica.
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