La inmortalidad a la vuelta de la esquina
Se cumple el d¨¦cimo aniversario de la muerte del guionista Rafael Azcona, que se despidi¨® de la vida con estas dos palabras: ¡°Ya est¨¢¡±
La Pascua cay¨® en pleno equinoccio de primavera en 2008. Ese a?o los cristianos celebraron la Resurrecci¨®n el 23 de marzo y a la ma?ana siguiente de gloria, entre aleluyas y campanas, tambi¨¦n pas¨® a la inmortalidad Rafael Azcona. Los amigos lo supimos unos d¨ªas despu¨¦s porque hab¨ªa dejado escrito que no se diera a nadie la noticia de su muerte hasta que su cuerpo hubiera sido incinerado. Fue una elegante manera de esfumarse de este mundo por la puerta de atr¨¢s, ya que nos ahorr¨® contemplar destruido aquel rostro, que tantas carcajadas alberg¨®. Cuando Azcona supo que su enfermedad era un morlaco imposible de lidiar, dej¨® de ver a los amigos y solo atend¨ªa por tel¨¦fono o email con el humor y la generosidad de siempre. Su retiro de preparaci¨®n para abordar la barca de Caronte dur¨® un a?o. Estuvo bien, sin sufrir demasiado, revisando sus primeras novelas, escribiendo algunos guiones. ¡°Le sobraron solo ocho d¨ªas¡±, me dijo su m¨¦dico. Se despidi¨® de la vida con estas dos palabras, las ¨²ltimas, bien sencillas. ¡°Ya est¨¢¡±, dijo y a continuaci¨®n se larg¨® sin m¨¢s.
Han pasado diez a?os de su muerte. La Academia de Cine acaba de celebrar un homenaje en memoria de este guionista genial y en el acto han hablado los amigos, sus compa?eros de oficio, sus admiradores. Durante un tiempo en los almuerzos los amigos inclin¨¢bamos su silla contra la mesa para tenerle presente. Solo faltaba ponerle plato, cubierto, servilleta y llenarle el vaso de vino. Lo hac¨ªamos a veces. Con ocasi¨®n del d¨¦cimo aniversario de su muerte la editorial Pepitas de Calabaza ha publicado una recopilaci¨®n de sus primeros escritos (1952-1959), dispersos en varios diarios y revistas, Viaje a una sala de fiestas, que contienen todas las semillas del genio de este escritor, el humor ¨¢cido, el ingenio ir¨®nico, la percepci¨®n l¨²cida, la literatura pegada a la vida de los seres subalternos que se mueven en la parte sumergida de la historia. Es un Azcona puro con el o¨ªdo ya desarrollado para captar el sonido aut¨¦ntico de las palabras.
En las vacaciones de pascua del a?o anterior a su muerte, cuando todo Madrid hu¨ªa hacia las playas, le pregunt¨¦: ¡°Rafael, ?t¨² no sales?¡±. Me respondi¨®: ¡°Yo ya sal¨ª de Logro?o¡±. En efecto, un amor contrariado y el sue?o de ser escritor lo trajeron a Madrid en 1950. Despu¨¦s de realizar la visita obligatoria al caf¨¦ Gij¨®n y calentar el peluche sin m¨¢s esperanza de gloria que so?ar con un imposible pepito de ternera, se emple¨® de contable en una carboner¨ªa, luego fue recepcionista en un hotel de mala muerte, y vivi¨® en una pensi¨®n de la plaza del Carmen especializada en opositores a Correos de donde sac¨® su novela Los Ilusos, una obra maestra del realismo social. Su padre era azconiano, sastre y cojo, cantaba fragmentos de zarzuela en el taller y las oficialas hac¨ªan los coros, hab¨ªa fundado una cuadrilla de toreros, afici¨®n heredada por su hijo, que un d¨ªa so?¨® con ser novillero con m¨¢s miedo que arte. El amor contrariado que hab¨ªa dejado en Logro?o le propici¨® los primeros versos en las justas po¨¦ticas del caf¨¦ Varela a cambio de que no le obligaran a consumir ni un caf¨¦ con leche y le dieran el agua gratis. De esa bohemia lo rescat¨® Mingote para llevarlo a la Codorniz.
A Rafael Azcona lo defin¨ªan sus zapatos, resistentes, c¨®modos, apropiados para el barro,? preparados para no pisar ninguna mierda ni tener que meterse en charcos innecesarios
Yo admiraba mucho los art¨ªculos y dibujos de Azcona de esa revista de humor, que siendo adolescente recib¨ªamos en casa. Uno de mis prop¨®sitos al llegar a Madrid era conocer a este personaje. Alguien en el caf¨¦ Gij¨®n me dijo que sol¨ªa andar por el Comercial. Empec¨¦ a merodear por all¨ª hasta que un d¨ªa despu¨¦s de comer descubr¨ª que en el local casi vac¨ªo un tipo repantigado en uno de los peluches dorm¨ªa la siesta con la cara cubierta con una servilleta blanca. Le pregunt¨¦ a un camarero si por all¨ª ca¨ªa alguna vez el famoso humorista y dibujante Rafael Azcona. El camarero me dijo: ¡°Es ese se?or que est¨¢ debajo de la servilleta¡±. No me atrev¨ª a despertarlo, pero despu¨¦s de varias consumiciones, viendo que no arriaba el pa?o para mostrar su rostro, abandon¨¦ el establecimiento. Me consol¨¦ pensando que, al menos hab¨ªa visto qu¨¦ jersey y pantalones vest¨ªa, qu¨¦ zapatos calzaba de mi h¨¦roe. Como a muchos hombres enteros, a Rafael Azcona lo defin¨ªan sus zapatos. Usaba un calzado resistente, c¨®modo y apropiado para el barro, aunque los zapatos de Azcona eran de una marca especial: hab¨ªan salido de f¨¢brica preparados para no pisar ninguna mierda ni tener que meterse en charcos innecesarios. Siempre miraba d¨®nde pon¨ªa el pie. Tal vez esa lecci¨®n la hab¨ªa aprendido una noche oscura en aquella Ibiza prehippy cuando volv¨ªa a casa en bicicleta despu¨¦s de una fiesta y llevado por la emoci¨®n po¨¦tica le dio por levantar los ojos hacia las estrellas y se dio un batacazo. Una y no m¨¢s. Hab¨ªa que dejar las constelaciones en su sitio all¨¢ arriba y poner la metaf¨ªsica al nivel de las hormigas. Puede que el mundo de Azcona haya pasado, pero su genio seguir¨¢ siempre en pie.
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