En el pudridero
Hace falta coraje, y pasi¨®n por la obra de Luis Mart¨ªn Santos, para embarcarse en la tarea de sacar su gran novela de las p¨¢ginas de un libro y llevarla a un escenario
TIEMPO DE SILENCIO
A partir de la novela de Luis Mart¨ªn Santos.
Direcci¨®n: Rafael S¨¢nchez.
Versi¨®n: Eberhard Petschinka.
Int¨¦rpretes: Sergio Adillo, Roberto Mori, Lola Casamayor, Julio Cort¨¢zar.
Teatro de La Abad¨ªa.
Hace falta coraje, y pasi¨®n por la obra de Luis Mart¨ªn Santos, para embarcarse en la tarea de sacar su gran novela de las p¨¢ginas de un libro y llevarla a un escenario. Lo han tenido el director Rafael S¨¢nchez y Eberhard Petschinka, el responsable de la versi¨®n dram¨¢tica de Tiempo de silencio. La trama no reviste mayor complicaci¨®n. Cuenta la historia de un m¨¦dico al que se le terminan los ratones con los que anda realizando una investigaci¨®n para combatir el c¨¢ncer. As¨ª que no tiene m¨¢s remedio que buscarse la vida, visitando una chabola donde los cr¨ªa un tipo que se hizo con un par de ejemplares de la camada especial que le lleg¨® al laboratorio. Todo empieza con un muchacho cargado de buenas intenciones que va a encontrarse con un mundo gobernado por un ¨²nico imperativo, el de la supervivencia. Es la posguerra, es Madrid, es la atm¨®sfera s¨®rdida de una dictadura que se ha impuesto tras una terrible Guerra Civil y donde no ha quedado m¨¢s que una poblaci¨®n rota, sin horizontes ni expectativas, a la deriva: el burdel y la pensi¨®n, unas afueras donde se hacinan en extrema pobreza los reci¨¦n llegados, y unas fr¨¢giles instituciones que tienen un presupuesto min¨²sculo destinado a la ciencia.
Hay un incesto y un aborto; un torpe episodio er¨®tico entre el joven m¨¦dico y una muchacha en la pensi¨®n que rige una matriarca c¨ªnica y descre¨ªda; est¨¢ el prost¨ªbulo donde iniciarse, y tambi¨¦n una navaja y la muerte, pero lo que importa en Tiempo de silencio es todo lo dem¨¢s: el tratamiento. Mart¨ªn Santos se sirvi¨® de una historia cargada de dramatismo social para liquidar aquella novela realista y comprometida que entonces, principios de los a?os sesenta, se escrib¨ªa en Espa?a. Fue un revulsivo: el pulso de Joyce y Proust lat¨ªa en unas palabras que se hab¨ªan alimentado en P¨ªo Baroja y Antonio Machado. Mon¨®logos interiores, digresiones que salen de la an¨¦cdota para llevarla a otra parte, perspectivas distintas para contar un mismo episodio, y un lenguaje que aprovechaba cualquier recurso estil¨ªstico para inventarse un camino propio.
?Tiene sentido llevar una obra maestra de la novela al teatro? Por lo que toca al trabajo que han hecho S¨¢nchez, Petschinka y siete magn¨ªficos actores, la respuesta solo puede ser afirmativa. Es imposible que la fuerza transgresora que tuvo Tiempo de silencio en los a?os sesenta se conserve medio siglo m¨¢s tarde; hallazgos de calado semejante a los que aport¨® Mart¨ªn Santos a la novela los lleva incorporados el teatro hace ya mucho tiempo.
Lo relevante de esta propuesta es lo que tiene de humildad: darle vida a una obra de referencia, celebrar su complejidad, devolverle los matices a una lengua cargada de literatura. Ah¨ª est¨¢ su barroquismo y su querencia por el esperpento, pero tambi¨¦n su distancia: Mart¨ªn Santos tir¨® de iron¨ªa para mirar una Espa?a que confirmaba el estigma de su fracaso.
Lo primero es lo primero, los actores. Han hecho suyos textos muy complejos, enrevesados muchas veces, llenos de met¨¢foras y metonimias, de referencias culturales. Por eso al principio puede costar entrar en la obra, pero su convicci¨®n en lo que dicen (y c¨®mo lo hacen) termina facilitando la tarea. La versi¨®n de Petschinka sabe rescatar los conflictos que recorren la obra y consigue integrar con fluidez los mon¨®logos interiores en las escenas dialogadas. Rafael S¨¢nchez, en su puesta en escena, elimina cualquier distracci¨®n para darle todo el protagonismo a los cuerpos y a las voces. Hay algunos momentos en que se le va un poco la mano en las coreograf¨ªas ¡ªen el burdel, por ejemplo¡ª, pero ha conseguido lo m¨¢s dif¨ªcil. Dar con el ritmo. Acaso ese c¨ªrculo que gira y gira, y donde los personajes avanzan y dirimen sus asuntos camino a ninguna parte, resume lo mejor de su propuesta: soluciones sencillas y con una fuerte simbolog¨ªa (el aborto, ah¨ª al fondo, como escondido), para llevar con ligereza a la escena una obra de una estructura formal tan heterodoxa.
Al fin de cuentas, de lo que se trata es de acordarse de nuestros cl¨¢sicos m¨¢s cercanos. Nunca est¨¢ de m¨¢s. Tiempo de silencio revolucion¨® la novela de su tiempo, y el montaje no pod¨ªa pretender nada semejante. Pero la grandeza de Luis Mart¨ªn Santos est¨¢ tambi¨¦n en haber atrapado las miserias de una Espa?a destruida, condenada a que las buenas intenciones de un muchacho inocent¨®n y lleno de proyectos naufragaran en una sociedad de p¨ªcaros sin escr¨²pulos. Salvando las distancias, y sustituyendo la miseria de las chabolas por el brillo de los supermercados, las sombras de una Espa?a sin proyecto resultan familiares. Los cl¨¢sicos siguen vivos.
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