Borges, Proust y Disney en el ¨²ltimo tesoro brasile?o
Un brasile?o re¨²ne cien mil documentos personales de personajes hist¨®ricos y artistas, que ahora se exponen en Nueva York
¡°Esta casa se ha convertido en un dep¨®sito¡±, alerta una voz de hombre desde fuera del sal¨®n, el cual est¨¢, efectivamente, a rebosar de cuadros. Algunos, los menos, cuelgan de las paredes saturadas; el resto, la incontable y ca¨®tica mayor¨ªa, est¨¢n amontonados en el suelo, como si un duque acabase de heredar de toda su familia a la vez. ¡°Durante d¨¦cadas he recibido gente aqu¨ª: pol¨ªticos, diplom¨¢ticos¡ Ahora quiero que todo sea para m¨ª¡±, prosigue la voz, ya desde la puerta. Su due?o es una torre de 60 a?os con la cara de Peter Ustinov y los ojos de un ni?o: Pedro Corr¨ºa Lago, el coleccionista m¨¢s exc¨¦ntrico de Brasil. De los m¨¢s notables, tambi¨¦n. En parte por los cuadros de esta casa de S?o Paulo pero, sobre todo, por el tesoro de la habitaci¨®n de al lado.
En cuatro archivadores grises pesados como pianos, Corr¨ºa tiene ¡°sus papeles¡±. Una incre¨ªble colecci¨®n de documentos a cuya busca y captura ha dedicado su vida. Est¨¢ la hoja en la que Proust escribi¨® a mano el primer cap¨ªtulo de En busca del tiempo perdido. Falta la famosa primera frase -"durante mucho tiempo me acost¨¦ temprano"- y algunos pedazos de los m¨¢rgenes: Proust usaba el papel para encender incienso que le aliviase el asma. Este carioca saca las notas que Napole¨®n tom¨® en una reuni¨®n en 1810 antes de aburrirse y empezar a garabatear en los m¨¢rgenes. Hay una carta en la que el segundo presidente de Estados Unidos, John Adams, se pregunta qu¨¦ ser¨¢ de su hijo, John Quincy (respuesta: ser el sexto presidente de Estados Unidos).
Y as¨ª, hasta 100.000 documentos. De las manos de Voltaire, Picasso, Disney, Matisse, el Marqu¨¦s de Sade, Mozart, Goethe, Dostoievski, Nicol¨¢s II de Rusia, Robespierre, Sartre, Van Gogh, los Reyes Cat¨®licos o Mar¨ªa Antonieta. Es una de las mayores y m¨¢s singulares colecciones de documentos hist¨®ricos del mundo, fruto de una mente que, ¨¦l mismo admite, tampoco se puede llamar normal. ¡°Soy un freak¡±, se encoge de hombros aristocr¨¢ticamente. ¡°Un freak con una pasi¨®n¡±.
Este freak est¨¢ ahora viviendo un momento de celebridad. Parte de su colecci¨®n est¨¢ en Nueva York, donde la Pedro Corr¨ºa Lago Collection se expone en la Morgan Library. Taschen prepara un libro sobre ¨¦l y sus manuscritos. ¡°Ojo, no son aut¨®grafos¡±, corrige, serio como un infarto. ¡°No me interesan las firmas: una carta que no dice nada es una reliquia simp¨¢tica. Pero un papel ir¨®nico, eso ya es otra cosa. Como esto de Freud...¡±, explica mientras muestra una aburrida factura de Freud dirigida a un tal Roy Grinker, al que hab¨ªa tratado. Despu¨¦s de aquellas sesiones, Grinker volvi¨® a Estados Unidos y se convirti¨® en uno de los psicoanalistas m¨¢s reputados del pa¨ªs.
En otro, Mahler confiesa, preocupado, haberse dado cuenta de que escribe m¨²sica por dinero. Beethoven firma un recado con letras tan torcidas que seguramente fuese como una cuba. Einstein reniega del psicoan¨¢lisis porque no ha servido para curar a su hijo autista. Ernie Hemingway, con 12 a?os, pide a su padre que le lleve al b¨¦isbol. Trotski deja a su amante, Frida Kahlo, con tanta frialdad que seguramente esperaba que su esposa leyese la misiva.
Editor, escritor y gestor pero antes coleccionista
A Corr¨ºa le gustan las iron¨ªas, pero la mayor de ellas es esta: en su opini¨®n, su ocupaci¨®n principal son estos documentos. Pero, para el resto de Brasil, ¨¦l es una de las principales figuras de la cultura por los trabajos que ha hecho precisamente para pagar los documentos. ¡°Toda mi vida he buscado c¨®mo pagar cosas para las que no ten¨ªan ni un c¨¦ntimo¡±, recuerda. Ha escrito unos 20 libros sobre arte e historia. Ha fundado una enorme editorial, Capivara. Ha presidido la Fundaci¨®n Biblioteca Nacional. Dentro de poco, se votar¨¢ su entrada a la Academia de las Letras.
?Todo eso viene y va. La colecci¨®n est¨¢ ah¨ª desde siempre, desde que era un chaval de 13 a?os, hijo de diplom¨¢tico, aburrido en B¨¦lgica. ¡°Le¨ª que alguien hab¨ªa escrito a Kruschev 35 veces pidiendo su aut¨®grafo y se me ocurri¨® hacer lo mismo con la gente de la ¨¦poca. Volv¨ªa del colegio a ver si Mir¨®, Chagall o Rubinstein hab¨ªan contestado¡±. Al poco se dej¨® de aut¨®grafos: ¡°Comenc¨¦ a ir a subastas. Mi primera compra, en 1972, fue una carta de Manet. Me cost¨® un mes de paga¡±, recuerda.
Hay quien crece con amores y desamores; ¨¦l, con los papeles que se le escaparon. ¡°Vi una carta del zar Nicol¨¢s II a su primer ministro que empieza diciendo: ¡®Hoy he recibido la visita de un monje que me impresion¨® mucho¡±. Es decir, Rasput¨ªn, quien acab¨® controlando la Rusia imperial gracias a su influencia sobre el zar. Esa se le escap¨®. Pero la primera p¨¢gina de La biblioteca de Babel, manuscrita por Borges no se le resisti¨®. ¡°No te puedo decir cu¨¢nto me cost¨®, pero s¨ª que tard¨¦ cuatro a?os en pagarla¡±.
Llegado a este punto, arquea las cejas: ¡°Deber¨ªa estar encerrado con una camisa de fuerza, ya s¨¦ yo que soy un adicto. Pero no se puede lograr esta colecci¨®n sin entrega. Y me ha dado tantos placeres, grandes y peque?os¡ Si yo te contase¡¡±. Por un segundo se pierde mirando en su repertorio de cosas, los cuadros, los archivadores grises, Mahler, Trotski, Proust. Y mientras dura ese segundo, es dif¨ªcil saber d¨®nde acaban ellos y empieza ¨¦l.
Un poni para mi hija
A Corr¨ºa le gustan los documentos que contengan iron¨ªas hist¨®ricas. Tiene una carta de 1971 en la que el entonces general estadounidense Eisenhower apuesta con su hom¨®logo brit¨¢nico, Montgomery, cu¨¢ndo acabar¨¢ la Segunda Guerra Mundial (se equivoc¨® el estadounidense). O un garabato en el matem¨¢tico que Isaac Newton hace cuentas de sus finanzas personales. En otro, Miguel ?ngel encarga ocho piezas de m¨¢rmol para la fachada de la bas¨ªlica de San Lorenzo, que nunca termin¨®. Otra debilidad: papeles que revelan aspectos desconocidos de personajes hist¨®ricos. Hay una carta en la que Jorge VI pide a su Corte un poni para sorprender a su hija de tres a?os, la futura reina Elizabeth II, la cual hab¨ªa visto uno y se hab¨ªa ilusionado. Stephen Hawking le dedica una copia de Historia del tiempo a un amigo usando solo frases de Star Trek. Otra gran parte de la colecci¨®n son los descubrimientos fortuitos. En Lisboa un vendedor le ofreci¨® un lote de cartas al peso: entre ellas reconoci¨® la letra de Gandhi, quien predec¨ªa su asesinato meses antes de que se produjese. ¡°Lo compre por un d¨®lar¡±, se relame Corr¨ºa.
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