Viaje a la ciudad borrada
Caminar ahora por Varsovia es estremecerse con la certeza de estar pisando encima de un gran cementerio sepultado
En una calle de Varsovia, un letrero en polaco e ingl¨¦s atraviesa en diagonal la acera. Ser¨ªa f¨¢cil no reparar en ¨¦l, ir distra¨ªdo y pisarlo sin darse cuenta. Indica el punto exacto donde comenzaba uno de los muros del gueto. No hay ninguna indicaci¨®n m¨¢s, ni un rastro de algo. Es una calle tranquila en la ma?ana del s¨¢bado, en la ciudad agrisada por la llovizna. Hay edificios modernos con zonas verdes, sin nada en particular, a unos minutos de distancia de la ciudad antigua. Al frente se abre una amplitud limitada a lo lejos por las obligatorias torres de cristal que ya no faltan nunca en el horizonte de ninguna ciudad, y por el volumen macizo, arcaico, visualmente desp¨®tico del Palacio de la Cultura y la Ciencia, regalo de la Uni¨®n Sovi¨¦tica al fraternal pueblo polaco y a la ciudad de Varsovia con motivo del 70? cumplea?os de Stalin.
En Varsovia la historia es unas veces invisible y otras muy visible. Varsovia es la capital universal de la ausencia. El amigo espa?ol que me hace de gu¨ªa esta ma?ana se?ala con la mano extendida los confines de lo que fue el gueto. Despu¨¦s de la llovizna ha vuelto a salir el sol y en el aire fresco y muy limpio es m¨¢s dif¨ªcil imaginar lo que no est¨¢, y m¨¢s a¨²n el horror que termin¨® en una ausencia tan definitiva. El presente es esta ma?ana de nuevo soleada, esta ciudad de centros comerciales y letreros de marcas que abren par¨¦ntesis de familiaridad en lo indescifrable de los mensajes p¨²blicos. El pasado es un blanco y negro de im¨¢genes documentales y fotograf¨ªas, un gris de cenizas de incendios y de llanuras y acantilados de escombros. En algunos paneles informativos, en cruces de avenidas c¨¦ntricas, hay fotos ampliadas de esos mismos lugares en los a?os veinte del siglo pasado, en los a?os treinta, la breve edad de oro de Varsovia, quiz¨¢ la edad de oro de las metr¨®polis m¨¢s resplandecientes de la Europa Central, Berl¨ªn, Budapest, Bucarest, Viena, con su modernidad reci¨¦n inaugurada de letreros luminosos de cines y caf¨¦s, las mujeres que por primera vez paseaban solas y soberanas por las calles, la racionalidad de los tranv¨ªas el¨¦ctricos, las avenidas amplias, las viviendas con ventanas grandes y cuarto de ba?o. Varsovia resaltaba m¨¢s por la rapidez de su crecimiento, que se correspond¨ªa con la euforia colectiva de la independencia reci¨¦n ganada de Polonia. Los libros de fotograf¨ªas que se regalan al visitante cuentan una historia que dura apenas 20 a?os, y que termina de golpe en las primeras semanas de septiembre de 1939, cuando los aviones de guerra alemanes bombardearon sin tregua la ciudad, poniendo en pr¨¢ctica y ampliando una estrategia ensayada muy poco antes en los bombardeos de ciudades espa?olas inermes, Gernika, Barcelona, Madrid. Casi 30.000 personas murieron en esas semanas de la guerra. Los aviones bombardeaban y ametrallaban los trenes cargados de fugitivos que sal¨ªan de la ciudad, las columnas de coches y de gente por las carreteras.
Leer algo o saber algo en abstracto significa muy poco. Es recorriendo los lugares cuando uno puede empezar a hacerse una idea del espanto que se contiene en las cifras
Eso mismo ocurr¨ªa en otros lugares de Europa. Lo singular de Varsovia fue la escala met¨®dica de un castigo que aspiraba no ya al sometimiento, sino a la completa desaparici¨®n, a borrar literalmente del mapa a una ciudad de 1.300.000 habitantes. Caminar ahora por ella es estremecerse a cada momento con la certeza de estar pisando encima de una gran cementerio sepultado, de esa llanura lunar de ruinas que se ve en las fotos de 1943, despu¨¦s de la aniquilaci¨®n del gueto, o las de 1944, cuando tras el aplastamiento de la sublevaci¨®n vino la orden dictada por Hitler de destruir toda la ciudad, sin dejar nada en pie, y de matar sin excepci¨®n a todos sus habitantes.
Por influencia de las fotos y de las pel¨ªculas, uno imagina que el gueto, con tanta gente apresada en calles tan estrechas, ocupar¨ªa una parte reducida de la ciudad. Pero la poblaci¨®n jud¨ªa de Varsovia al principio de la guerra ascend¨ªa a 400.000 personas: por muy hacinados que los forzaran a vivir, el espacio ten¨ªa que ser enorme. Leer algo o saber algo en abstracto significa muy poco. Es recorriendo los lugares cuando uno puede empezar a hacerse una idea del espanto que se contiene en las cifras. Es caminando por la ciudad visible cuando uno puede, respetuosamente, tentativamente, imaginar algo de lo que debi¨® de ser la ciudad invisible, la Varsovia fantasma del esplendor y luego del apocalipsis, la capital del dolor, del hero¨ªsmo, de los extremos ¨²ltimos de la destructividad humana. La orden de Hitler dice literalmente: ¡°1. Los insurgentes detenidos ser¨¢n ejecutados. 2. Los no combatientes, incluyendo mujeres, ni?os, etc¨¦tera, ser¨¢n tambi¨¦n ejecutados. 3. La ciudad entera ser¨¢ arrasada hasta los cimientos¡±.
Ahora es de noche y estoy solo, sin ganas de volver al hotel, explorando al azar un barrio de sepulcrales amplitudes y monumentalidades sovi¨¦ticas. Como es tarde y est¨¢ oscuro y en esta zona hay muy pocos locales abiertos, es m¨¢s f¨¢cil sentir que se adentra uno en otra regi¨®n del pasado. El presente emite se?ales d¨¦biles en este escenario de nocturnidad: en una esquina hay un bar de sushi vac¨ªo; de un Tapas Bar medio escondido en unos soportales cavernosos sale un clamor de celebraci¨®n futbol¨ªstica. Las figuras humanas se reducen y parecen m¨¢s desvalidas cuando pasan junto a estos muros de ministerios cicl¨®peos, con altos atrios de columnas como miradores monstruosos, iluminados desde abajo por reflectores que exageran su tama?o. La est¨¦tica siempre dice la verdad, pero la dice involuntariamente. Estos centros oficiales de la era sovi¨¦tica y ese Palacio de la Cultura y de la Ciencia se imponen a la mirada con el mismo inapelable despotismo con el que se impon¨ªa sobre la vida de las personas y sobre el tejido de la ciudad el r¨¦gimen comunista que representan. Este pasado no hay manera humana de disimularlo. Quiz¨¢ solo la pura amnesia podr¨¢ hacerlo invisible.
Es en la amnesia en lo que pienso m¨¢s tarde, cuando me encuentro paseando, entre la animaci¨®n repentina del viernes por la noche, por la Nowy Swiat, la calle principal que conduce hasta la Ciudad Vieja. Los edificios tan meticu?losamente reconstruidos uno por uno despu¨¦s de la guerra alojan ahora bares de copas, franquicias de comida r¨¢pida, restaurantes indios, japoneses, mexicanos. Aprovechando la noche templada, turistas y beneficiarios evidentes del plan Erasmus beben y celebran ruidosamente en la calle. No s¨¦ si habr¨¢ muchos de ellos que hayan visto las fotos de este lugar al final de la guerra, que tengan alguna conciencia del sufrimiento que sucedi¨® aqu¨ª y del esfuerzo inmenso de reconstrucci¨®n gracias al cual esta calle tan hospitalaria existe ahora.
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