Breve defensa de un agn¨®stico
Para Hans Magnus Enzensberger, el ate¨ªsmo es una idea fija. Prefiere moverse con libertad, sin someterse ni siquiera a ese precepto
No me har¨ªa mucha gracia que alguien me instase a responder esa pregunta comprometida que siempre resulta un poco embarazosa. Lo m¨¢s seguro es que me escabullese declarando que soy un agn¨®stico cat¨®lico. Si el interpelante es un individuo poco refinado, este argumento suele desconcertarlo, ya que en parte tiene que ver con el origen de la persona. As¨ª ocurre tambi¨¦n en mi caso.
Mi familia procede del sur de Alemania; m¨¢s concretamente, de Algovia. Excepto por un par de romanos, celtas y francos intercalados aqu¨ª y all¨¢, mis antepasados eran campesinos sedentarios. Nada de emigrantes diversos, como hugonotes, mineros polacos, buhoneros jud¨ªos u otros refugiados o desplazados. El ambiente era alem¨¢n y cat¨®lico, pero no ortodoxo. Los viernes se com¨ªa pescado, y en Cuaresma, unos sufl¨¦s maravillosos, si bien a mis padres nunca se les ocurri¨® asistir puntualmente a misa los domingos. Eso s¨ª, en casa hab¨ªa una Biblia, aunque rara vez se le¨ªa.
Con todo, tanto en el colegio como en la universidad me interes¨¦ por las cuestiones teol¨®gicas. Es algo que tengo que agradecer a la hospitalidad de los benedictinos de Neresheim, a su mesa, a su vino y a su magn¨ªfica biblioteca. Esta peque?a ciudad del distrito de Ostalb debe su renombre a su abad¨ªa, cuya iglesia es un magn¨ªfico edificio barroco proyectado por Balthasar Neumann. Las siete horas can¨®nicas, desde los maitines hasta las completas, se cantaban en lat¨ªn con el acompa?amiento del ¨®rgano del coro. El encargado de la biblioteca era un hombre atento y de ingenio agudo que me daba a leer toda clase de herej¨ªas, entre ellas el gran poema did¨¢ctico de Lucrecio De rerum natura en la traducci¨®n de Hermann Diels; los pensamientos y opiniones de Montaigne; El sobrino de Rameau, de Diderot, y cosas por el estilo.
Estos autores se encargaron de ilustrarme, mientras que, durante el recreo diario que segu¨ªa a la comida, los monjes me hac¨ªan ver que los te¨®logos medievales se hab¨ªan atrevido con las preguntas filos¨®ficas m¨¢s espinosas y las hab¨ªan debatido en una disputa sin fin. La vida de esos hombres perspicaces y cultos era arriesgada. Cabalgaban durante semanas y meses para llegar a Par¨ªs, Basilea, Oxford o R¨®terdam por caminos plagados de bandidos y soldadesca. Tambi¨¦n eran capaces de citar de memoria innumerables textos de la Antig¨¹edad, y dominaban todos los recursos de la ret¨®rica cl¨¢sica. Desde Frege hasta Russell o Wittgenstein, los matem¨¢ticos han admirado a los escol¨¢sticos como Guillermo de ?Ockham o Duns Scoto y los han considerado los fundadores de la l¨®gica moderna. Por aquel entonces, las conversaciones en el claustro de Neresheim me impresionaban profundamente, aunque poco pudiese sacar en claro del opaco lat¨ªn eclesi¨¢stico de los patres. Adem¨¢s, tras la Segunda Guerra Mundial ten¨ªa puesta toda mi atenci¨®n en el presente de Alemania. En la d¨¦cada de 1950, nadie quer¨ªa saber demasiado del Holocausto nazi, sobre el cual reinaba un silencio obstinado. Las antiguas autoridades no estaban dispuestas a abandonar sus puestos de jueces, jefes de polic¨ªa y profesores, de manera que empezar a recoger la basura en el desierto pol¨ªtico, econ¨®mico y moral de un pa¨ªs dividido en cuatro resultaba largo, laborioso y agotador.
El concepto fue acu?ado en 1869 por T. H. ?Huxley, firme defensor de Darwin y bisabuelo del autor de 'Un mundo feliz'
Con el tiempo, la tarea se volvi¨® tediosa. Para una minor¨ªa de j¨®venes amenazaba con convertirse en una ocupaci¨®n obsesiva. La soberbia acechaba a la vuelta de la esquina. Posiblemente, al final me salv¨® la idea de que ser alem¨¢n no era un oficio muy halag¨¹e?o. Prefer¨ªa escribir.
Que se sepa, nadie, ni siquiera un suizo o un sueco, puede librarse del bagaje hist¨®rico que lleva consigo. Una parte de ese legado y de esa carga la arrastramos all¨ª donde vamos a trav¨¦s de la religi¨®n. Un hada bondadosa me ha privado del talento para la fe en el monote¨ªsmo. Los dioses son tantos que duele elegir. Los griegos y los romanos nos acompa?an en el cielo y en los d¨ªas de la semana, y las tradiciones egipcias y asi¨¢ticas, desde Tutankam¨®n hasta Buda, tampoco se han extinguido por completo. A mi modo de ver, poco da?o pueden causar una pizca de Epicuro y la dosis conveniente de estoicismo.
Por eso, para m¨ª el ate¨ªsmo no es una opci¨®n, sino una idea fija. No quiero pertenecer a ese club. En general, me cuesta decidirme por una filiaci¨®n. Me faltan dotes para ser un colega de fiar. Naturalmente, habr¨¢ quien lo considere una carencia.
As¨ª pues, solo me queda una posibilidad, a saber: ser y seguir siendo agn¨®stico. El creador del concepto fue el bi¨®logo ingl¨¦s Thomas Henry Huxley, autodidacta brillante elegido miembro de la Royal Society ya a los 25 a?os y uno de los m¨¢s firmes defensores de Darwin y sus teor¨ªas.
Huxley acu?¨® el t¨¦rmino agnostic, que desde entonces se ha familiarizado en muchos otros idiomas, en el a?o 1869. Por cierto, el escritor Aldoux Huxley era su bisnieto. Su famosa novela de ciencia-ficci¨®n Un mundo feliz sigue moviendo a la reflexi¨®n, ya que predice que, en el futuro, los seres humanos se engendrar¨¢n en laboratorios y se los preparar¨¢ para una vida de consumidores sin la intervenci¨®n de los padres.
Como es l¨®gico, Thomas Henry Huxley no pod¨ªa ni tan siquiera imaginar la gen¨¦tica moderna, la clonaci¨®n, ni la manipulaci¨®n de la l¨ªnea germinal. Sin embargo, se daba cuenta de que los detractores de Darwin estaban de acuerdo en un punto. Cre¨ªan sinceramente que hab¨ªan resuelto en mayor o menor medida todos los interrogantes de la existencia humana. ¡°Est¨¢n convencidos de que participan de una gnosis que anta?o hab¨ªa sido privilegio de la Iglesia. Yo, por el contrario, no soy uno de esos iniciados¡±.
Un hada bondadosa me ha privado del talento para la fe en el monote¨ªsmo. Los dioses son tantos que duele elegir
Aunque el concepto sea m¨¢s reciente, el agnosticismo tiene un pasado venerable. La palabra griega significa ¡°conocimiento¡±. Los esc¨¦pticos crearon una escuela propia, iniciada por Prot¨¢goras, quien afirmaba: ¡°Respecto a los dioses, no tengo medios de saber si existen o no, ni cu¨¢l es su forma. Me lo impiden muchas cosas: la oscuridad de la cuesti¨®n y la brevedad de la vida humana¡±.
Pirr¨®n de Elis, un sofista de la ¨¦poca helen¨ªstica, opt¨® por la escepsis, es decir, por la reflexi¨®n y la duda como categor¨ªas centrales de su filosof¨ªa. El hombre, postulaba, puede permitirse las opiniones, pero la certeza es inalcanzable. Sexto Emp¨ªrico, el ¨²ltimo y m¨¢s radical representante de la escuela, pon¨ªa asimismo en tela de juicio la capacidad humana de conocer qu¨¦ mantiene unido al mundo en lo m¨¢s ¨ªntimo.
As¨ª pues, los agn¨®sticos est¨¢n bien acompa?ados. A este peque?o club pertenecieron muchos pensadores del siglo XVIII. Entre ellos cabe destacar a David Hume y Denis Diderot. Se cuenta que, en el sal¨®n del bar¨®n de Holbach, el fil¨®sofo escoc¨¦s relat¨® la siguiente an¨¦cdota sobre los misioneros franceses que se hab¨ªan internado en los bosques con el prop¨®sito de convertir a los nativos de Canad¨¢; uno de los indios hurones fue llevado a Londres, donde se le administr¨® la comuni¨®n. ¡°Hijo m¨ªo¡±, le pregunt¨® el sacerdote, ¡°?no obra en ti la gracia del sacramento?¡±. ¡°S¨ª¡±, respondi¨® el iroqu¨¦s, ¡°el vino me ha sentado muy bien, pero creo que si me hubiesen dado aguardiente, todav¨ªa me habr¨ªa sentado mejor¡±.
A la mesa de Holbach estas bromas eran corrientes. Al parecer, el bar¨®n pidi¨® a los 18 presentes que se pronunciasen sobre el ate¨ªsmo. Quince se declararon ateos; el voto de los otros tres, entre ellos el de Diderot, no nos ha llegado. Presumiblemente eran los agn¨®sticos. No disponemos de ninguna prueba documental sobre la veracidad de este cotilleo que circulaba entre los ilustrados. Puede que sea una invenci¨®n, aunque, en todo caso, acertada.
El agnosticismo tiene numerosos pros y contras. Te permite moverte con mayor libertad y no tienes que someterte a toda clase de preceptos concebidos por cualquier instituci¨®n. Desprenderse de la disciplina del partido o la Iglesia en cuesti¨®n puede ser un alivio, m¨¢s si se trata de las trabas de una ideolog¨ªa pol¨ªtica. El inconveniente reside en que el agn¨®stico no acaba de pertenecer a nada.
Me gustar¨ªa concluir esta reflexi¨®n con una an¨¦cdota que cuenta un cat¨®lico convencido amigo del papa Juan XXIII. Al parecer, un d¨ªa, en Castel Gandolfo, un cient¨ªfico se confes¨® pagano. El Papa le respondi¨® que hab¨ªa cosas peores, ya que, por lo menos, ¨¦l era semicat¨®lico.
Traducci¨®n de News Clips.
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