La oscuridad de la madre
Separar las palabras propias de las maternas es uno de los ejercicios fundamentales de la actividad literaria
Si en algo hizo bien el cristianismo en Am¨¦rica Latina, fue en la exaltaci¨®n de la Virgen Mar¨ªa como ¨ªcono de la madre perfecta. Frente a un Dios lejano que reflejaba al padre, m¨¢s cercano a la violencia y el abandono, la figura de una mujer callada, dispuesta a asistir con resignaci¨®n a la muerte del hijo por un bien mayor, gener¨® una veneraci¨®n culposa con la que a¨²n estamos luchando las que crecimos bajo el dogma cat¨®lico. Sin embargo, en los evangelios ap¨®crifos, la imagen de Mar¨ªa cobra relevancia aunque tenga, por su confianza en el mensaje, actitudes un tanto temerarias para la madre de un lactante. Hay numerosos pasajes donde leprosos cargan al reci¨¦n nacido.
En el reciente ensayo Las manos de la madre (Anagrama), del psicoanalista Massimo Recalcati, asistimos, casi como una obligaci¨®n de replantear la maternidad, a la discusi¨®n sobre la omnipotencia materna, a una presencia excesiva, alej¨¢ndola de su rol original para sumergirla en el deseo, los fantasmas y las marcas de lo transgeneracional. Ya lejos de ser la fuente de la vida, est¨¢ en la vereda contraria, la posibilidad de convertirse en lo que Lacan denomin¨® ¡°la madre boca de cocodrilo¡±, aquella que fagocita a su hijo, o que, en este punto de la historia, lo ve como una extensi¨®n de sus ideales capitalistas. Este ensayo hace ¨¦nfasis en las manos de la madre: unas manos laboriosas de alguien que ha trabajado en el campo, las manos perfectas de una manicura, las manos manchadas de tinta de una escritora son reflejos de lo que ser¨¢ nuestra propia vida. Cuando las manos dejan de tener la mayor relevancia y nos acercamos a su cara, como si fuera la nuestra, surge la interpretaci¨®n del apego y los enigmas de la madre. ¡°Hay ni?os que ven el rostro de su madre como un cielo que acarrea ¨²nicamente se?ales de inminentes amenazas, que estudian el variable rostro de la madre en un intento de predecir su estado¡±, dice Recalcati, acercando el v¨ªncu?lo a un estudio meteorol¨®gico de los estados an¨ªmicos con mayor o menor suerte del hijo.
En la literatura hemos le¨ªdo relatos de mujeres abnegadas que han ca¨ªdo en la manipulaci¨®n, a madres controladoras como la de Borges, a las autoritarias como la de Capote
En la literatura hemos le¨ªdo relatos de mujeres abnegadas que han ca¨ªdo en la manipulaci¨®n, a madres controladoras como la de Borges, a las autoritarias como la de Capote, que lo envi¨® a una escuela militar para terminar con su afeminamiento. O a la de Hemingway, que lo hac¨ªa vestirse de mujer para hacerlo parecer la gemela de su hermana. Otro registro dram¨¢tico es el de Sylvia Plath, que en sus Diarios se refiere a su progenitora como su peor enemiga. ¡°?Qu¨¦ puedo hacer con ella, con la eterna hostilidad que siento contra ella? Deseo, m¨¢s que nunca, arrancar mi vida de sus manos ansiosas. Mi vida, mi obra, mi marido, mi hijo nonato. Ella lo mata todo. ?Cuidado! Es mort¨ªfera como una cobra con su brillante capucha verde y dorada¡±. Esta cobra, con la que aprendi¨® a vivir de cierta forma, como un animal salvaje convertido en mascota, la marc¨® de tal manera que sus obsesiones se mezclaron con su propio rol, del que no escap¨® incluso en el momento final, en el gesto cuidadoso de dejar preparado el desayuno a sus hijos antes del suicidio. Su gran amiga, la tambi¨¦n poeta Anne Sexton, se visti¨® con el abrigo de piel de su madre antes de suicidarse en 1974 con el auto encendido en el garaje de su casa.
En la ficci¨®n, tenemos a Emma Bovary, que rechaza a su hija Berta por ser una extensi¨®n del hombre que no ama y la abandona por completo; a una Medea, que prefiere mil veces estar con un escudo en la guerra antes que parir un hijo y se venga de Jas¨®n por su abandono recurriendo al parricidio; los cuentos de Silvina Ocampo, que, en vez de madres cocodrilo, presenta mujeres que mantienen una excesiva distancia con sus hijos y derivan su responsabilidad en institutrices y maestras doblemente feroces. Estas los golpean con l¨¢tigos en el cuerpo, jarrones en la cabeza y les convierten el pelo a los ni?os en ¡°rulos de sangre atados con mo?os¡±, como ocurre en ¡®Cielo de claraboyas¡¯.
En Siete casas vac¨ªas, de Samanta Schweblin, la madre del cuento ¡®Nada de todo esto¡¯ maneja sin rumbo y obliga a su hija a ir de acompa?ante en un episodio oscuro y perturbador. Entra con el auto a una casa desconocida y roba objetos personales enterrando las posibilidades de uso y la intimidad de los otros en su propio patio. La narradora dice: ¡°La confirmaci¨®n de c¨®mo mi madre ha estado tirando a la basura mi tiempo desde que tengo memoria¡±. En estos t¨¦rminos, una madre no puede solo adue?arse del tiempo, sino tambi¨¦n del lenguaje, guardando en la oscuridad de la palabra la g¨¦nesis creativa.
Como un largo testimonio en la lectura, de que es ella quien entrega las primeras experiencias del mundo, el separar las palabras propias de las de la madre es uno de los ejercicios fundamentales que cruza la actividad literaria. En estos hijos escritores asistimos al grito primitivo del nacimiento como si nunca hubiesen salido de la maternidad, confront¨¢ndose una y otra vez con el primer acto de arte al que asistieron, ese momento glorioso o tr¨¢gico donde abrieron los ojos al mundo.
Natalia Berbelagua (Santiago de Chile, 1985) es autora del libro de cuentos ¡®Valporno¡¯ (Emergencia Narrativa).
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