Haz con nosotros lo que quieras
La obra podr¨ªa definirse como una revista p¨¢nica, con acentos fellinianos, con una incursi¨®n bajo la arena belga, para decirlo a la manera de Lorca
BELGIAN RULES
Director: Jan Fabre.
Texto: Johan de Boose.
M¨²sica: Raymond Van Het Groenewoud y Andrew Van Ostade.
Teatre Lliure, 20 y 21 de julio.
Despu¨¦s del exitazo de Mount Olympus en los madrile?os Teatros del Canal el pasado enero, Jan Fabre y la compa?¨ªa Troubleyn han presentado en el Lliure barcelon¨¦s (por dos d¨ªas, 20 y 21 de julio) Belgian Rules, que se estren¨® el pasado octubre en el Central de Sevilla. El p¨²blico desbordaba la sala Puigserver. No eran veinticuatro horas, como en su anterior visita, pero casi cuatro y sin intermedio (aunque se pod¨ªa entrar y salir) siempre imponen un poco. ?Temor vano! Los rostros y los silencios atentos, atravesados por carcajadas o sacudidos por la emoci¨®n, parec¨ªan lanzar un mensaje colectivo a Fabre: ¡°Haz con nosotros lo que quieras. Estamos en tus manos¡±. Y en las manos de sus 15 formidables int¨¦rpretes, ¡°ni bailarines ni actores, sino todo a la vez¡±, sus ¡°guerreros de la belleza¡±, entregad¨ªsimos (puro nervio) hasta rozar la extenuaci¨®n. Textos pol¨ªticos, po¨¦ticos y sard¨®nicos de Johan de Boose; m¨²sica soberbia, del adagio al rap, de Raymond Van Het Groenewoud y Andrew James Van Ostade.
Belgian Rules podr¨ªa definirse como una revista p¨¢nica, con acentos fellinianos, con una incursi¨®n bajo la arena belga, para decirlo a la manera de Lorca. Teatro de im¨¢genes, directo al inconsciente. Teatro dionisiaco, brotado de la m¨²sica, la danza, la risa bufonesca, el miedo irracional, el erotismo (cumbre: dos mujeres frotando sus sexos desnudos sobre los cuernos de unos diablos). Y mucha cerveza (belga, por supuesto: ¡°Nuestro l¨ªquido sagrado¡±), que luego orinar¨¢, como una sacerdotisa, una actriz desnuda y en pie. Fabre lo explica en una frase: ¡°Un teatro que puede envenenarte o curarte, un ritual de purificaci¨®n¡±.
Imposible sintetizar lo que ocurre en Belgian Rules, lo que nos hace ver el director y su compa?¨ªa a lo largo de esas cuatro horas. Solo puedo quedarme con algunas im¨¢genes, algunas escenas, y con su maestr¨ªa a la hora de pasar de un tempo a otro, de una atm¨®sfera a otra.
Pasajes abiertamente pol¨ªticos: la venta de armas, a trav¨¦s de la F¨¢brica Nacional de Herstal. El tema se retoma luego: en Flandes comenz¨® la guerra qu¨ªmica durante la batalla de Ypres, en 1914. Una narradora cuenta los efectos del gas mostaza y se convierte en una escena de terror puro. ¡°Lo pol¨ªtico¡± regresa con iron¨ªa feroz: los int¨¦rpretes desgranan las ¡°casi cuarenta¡± prohibiciones (¡°reglas¡± es un eufemismo) imperantes en B¨¦lgica, entre bromas y veras, que luego repetir¨¢n, con peque?os cambios, mientras se van agotando, en una suerte de cuadro de gimnasio s¨¢dico (o de correccional, que viene a ser lo mismo). Nueva entrega, ahora con esqueletos a sus espaldas, como en un cuadro de James Ensor. Al final, reglas ¡°positivas¡±, llenas de esperanza, de anhelos de cambio, de logros posibles. Como suele suceder en el teatro voraginoso, turbulento, a veces falta un poco de mesura: algunas escenas (la de las banderas, por ejemplo) se dilatan hasta la fatiga. Pero tambi¨¦n hay que decir que aunque la funci¨®n se hace larga no resulta en absoluto aburrida.
Un erizo, uno de los emblemas belgas, encarna a un portavoz, bebedor y atormentado, del teatro de la crueldad. Cae la noche, tintada por los grandes talentos del terru?o: la magia surrealista de Paul Delvaux y Ren¨¦ Magritte, y los callejones tenebrosos de Jean Ray. Y homenajes al oro f¨²nebre de Ghelderode (y de nuevo a Ensor): el cumplea?os de la Muerte, con palomas invitadas a la mesa. Las palomas, que parecen sacadas de Judex, dan mucho juego: ah¨ª est¨¢ el asesinato de una de ellas, a cargo de majorettes diab¨®licas. De los telares cuelgan, a ratos, gatos muertos (tranquilos: de peluche), ¡°los gatos que en B¨¦lgica arrojan desde los tejados¡±. Gran imagen: las calaveras danzantes, entre luces rojas, como si bajo B¨¦lgica latiera M¨¦xico, el M¨¦xico que Lavaudant retrat¨® en Terra incognita. Y el estallido liberador de los carnavales, y Brel cantando Le plat pays (dec¨ªan que no llegaba, pero al fin lleg¨®), y un ciclista, un flandrien, uno de los cien mil hijos de San Eddy Merckx, luchando contra la lluvia. ?Me dejo cosas? Much¨ªsimas. De repente nos dieron las doce menos cuarto, y completamos con diez minutos de aplausos a pie firme. Alguien dijo: ¡°Pod¨ªamos haber seguido cuatro horas m¨¢s¡±, y estuvimos a punto de corearle. A ver si nos dura el impulso para ver las veinticuatro de Mount Olympus (con la entrada parece que incluyen colchoncito), que llegar¨¢ al Lliure el 15 de junio del pr¨®ximo a?o, o sea, del pr¨®ximo Grec. Y hablando de entradas: dense prisa, porque parece que comienzan a agotarse.
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