Ana
Si envejecer para una mujer ya es una cat¨¢strofe, imag¨ªnate hacerlo coronada por un tricornio
Ana, la mujer guardia civil, me invit¨® a dormir en su casa, no ten¨ªa sentido que en pleno mes de agosto me pusiera a buscar un hotel en el Cabo de Gata. Amablemente, me ofreci¨® un sof¨¢ cama. Ana era viuda y ten¨ªa un hijo de trece a?os que ahora estaba en un campamento. Surgi¨® una rara fraternidad entre nosotros. Tal vez su viudedad conect¨® con mi desgraciada separaci¨®n de Madon. Me explic¨® que su marido hab¨ªa muerto hac¨ªa tres a?os, en un accidente de tr¨¢fico. Me recomend¨® que me cambiara de coche, que un coche de 30 a?os era un peligro, que pod¨ªa matarme. Me habl¨® de la p¨¦rdida, de su sufrimiento y de c¨®mo al final sali¨® del agujero. Le aconsej¨¦ que rehiciera su vida. Por qu¨¦ he de hacer eso, se revolvi¨® Ana con enfado. A las mujeres siempre se nos obliga a ser mujeres, dijo ella. Es como si no pudi¨¦ramos ser simplemente personas o entes o criaturas u organismos. Como si el destino de una mujer tuviera que ser un hombre u otra mujer y no simplemente nadie, o la luz, o el viento, o la nada.
Encima de una mesa estaba el tricornio. Cerca del tricornio vi una novela de Juan Jos¨¦ Mill¨¢s titulada Que nadie duerma. No me atrev¨ª a preguntarle d¨®nde hab¨ªa dejado la pistola. ?Sabes lo que es una guardia civil madura, por no decir vieja?, me interrog¨®. Si envejecer para una mujer ya es una cat¨¢strofe, imag¨ªnate hacerlo coronada por un tricornio. La historia de un hombre que huye con un perro que le habla me hizo re¨ªr. Me pareci¨® algo muy rom¨¢ntico. Me ha alegrado conocerte.
Me levant¨¦ para ir a buscar un vaso de agua de la nevera. Entr¨¦ en la cocina y me asombr¨® que estuviera tan limpia. So?¨¦ por un instante que esa cocina se convert¨ªa en mi cocina. Sal¨ª con el vaso de agua fr¨ªa y Ana estaba en la terraza, fumando. El envejecimiento de las mujeres est¨¢ penado en este mundo, me dijo. Anda, b¨¦bete tu agua y vay¨¢monos a dormir. Ma?ana tengo una guardia de 24 horas. Le iba a dar un beso, pero ella se adelant¨®. Solo fue un beso de colegas de soledad. No hace falta que madrugues como yo. Te dejar¨¦ algo para desayunar.
Nos fuimos cada uno a su habitaci¨®n. Ella dorm¨ªa al final del pasillo. Como no pod¨ªa conciliar el sue?o, encend¨ª una l¨¢mpara y me puse a curiosear algunos objetos de la estanter¨ªa del cuarto de estar. Me encontr¨¦ con un ¨¢lbum de fotos y lo abr¨ª. Y all¨ª estaba Ana. Hab¨ªa muchas fotos de distintas ¨¦pocas de su vida. Vi la foto de su graduaci¨®n como guardia civil. Vi la foto de su boda. Me qued¨¦ mirando a su marido. Era un hombre alto y guapo. Ana me dijo que era maestro de primaria. Y luego vi a Ana con su hijo reci¨¦n nacido. Y fotos de los que supuse eran sus padres. Vi fotos de Ana con amigas. Y vi una foto del funeral de Enrique, as¨ª se llamaba su marido. Tambi¨¦n vi una foto de ellos dos con el ni?o, los tres cogidos de la mano, esta foto me hizo llorar. Al cabo de unas horas de duermevela me fui antes de que Ana se levantara.
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