¡°Tenemos planeado decrecer¡±
No hace falta llamarse Maruxa ni llevar ropa cara pero sencilla para sentirte en familia en el antiguo almac¨¦n donde pululan Jorge Drexler, Leonor Watling o Ivan Ferreiro
Pens¨¦ que no llegar¨ªa. Consegu¨ª salir de Cullera en un momento de m¨¢xima ocupaci¨®n de la ciudad, con hordas de muchachada psicotr¨®pica intentando volver a casa tras el Medusa Sunbeach Festival y todos los taxis y buses repletos. Finalmente, desesperada, rogu¨¦ a dos desconocidos que , por favor, me llevaran a la estaci¨®n (s¨¦ que este acto de imprudencia huele apetitosamente a CSI Levante, pero no ten¨ªa otra opci¨®n). Hab¨ªa dormido dos horas escasas y? ten¨ªa el cerebro anegado de im¨¢genes de fiesta. Reconozco que, horas despu¨¦s, al pisar San Vicente do Mar (Pontevedra), respiro el aire salobre y veo a la gente arremolinada alrededor del concierto, y pienso que la experiencia ser¨¢ un remanso de paz. Me digo: ¡°Esta ser¨¢ mi cuna¡±. Y me dispongo a dejarme mecer suavemente por el ambiente general.
No voy a negar que, de primeras, me invade cierta envidia de clase, una silenciosa admiraci¨®n por ese aspecto cuidadosamente desenfadado, esos bolsos de mimbre, esa sencillez elegante de las ropas de alta calidad. De pronto deseo llamarme Maruxa, ser maj¨ªsima, tener mucho acento, decir pequecho, hacer running cada ma?ana con mi melena casta?a veteada de brillos rubios al viento, que mi familia haya veraneado en O Grove toda la vida ¡ªe incluso, por qu¨¦ no, haber besado una vez a Jabois, hace veinte a?os, jugando a la botella en una tarde de lluvia¡ª y ser, c¨®mo no, asidua de El N¨¢utico, y entrar saludando a todo el mundo con la sonrisa de la que est¨¢ en su casa, y encima sabe que su casa es de puta madre. Despu¨¦s de Cullera, donde me sent¨ªa una especie de profesora de sociolog¨ªa pulcra y estricta, en El N¨¢utico, de pronto, me pican a morir las ronchas de las pulgas que me acribillaron en El Cortejo de la Avutarda. Me siento un poco perdida, con el pelo sucio, escuchando a un m¨²sico que, sin llegar a disgustarme, nunca me ha emocionado excesivamente: Iv¨¢n Ferreiro. Pero entonces empiezo a hablar con la gente y todo cambia.
Es cierto que El N¨¢utico posee cierta vocaci¨®n de club social. No en vano, el padre de Miguel, el fundador, que plant¨® la primera semilla de un lugar que terminar¨ªa siendo algo completamente distinto, pens¨® en esa casa junto a la playa como un club para veraneantes, antes de que viviese varias transformaciones, hasta que Miguel dio con, no ya una idea de negocio, sino m¨¢s bien una ideolog¨ªa que se convirti¨®, sorprendentemente, en un negocio boyante. Durante el concierto vislumbro algo que resulta sorprendente en el circuito de festivales: Iv¨¢n Ferreiro y los m¨²sicos se lo est¨¢n pasando realmente bien. No quieren que su concierto termine. Se crea, entre ellos y el p¨²blico, una comunicaci¨®n circular m¨¢s propia de un grupito modesto que toca en locales desconocidos para sus amigos que de un artista de la talla y la difusi¨®n de Ferreiro. Hay entrega absoluta bidireccional. Poco a poco, algunos temas me van entrando, canto, bailo. Hacia el final, Jorge Pardo, ilustr¨ªsimo flautista de, entre otros, La leyenda del tiempo, de Camar¨®n, se sube al escenario con Ferreiro y su banda. Hace un par de d¨ªas toc¨®, y ahora se une con alegr¨ªa a esta suerte de colaboraci¨®n que es imposible no disfrutar. Pululan por all¨ª Jorge Drexler y Leonor Watling, que tocaron hace unos d¨ªas. Tambi¨¦n me parece ver a la actriz Macarena Garc¨ªa. La gente canta emocionada. Traen una caja de cerveza para que una chica bajita pueda ver el concierto. Un hombre canta las canciones con su hijo de tres a?os, que tambi¨¦n se sabe algunos trozos.
M¨¢s tarde, mientras, ya en la trastienda, abrazo a Golfo y Le¨®n, los inmensos perros de Miguel, este nos habla de los tiempos en los que El N¨¢utico era un almac¨¦n de salaz¨®n, de su intenci¨®n de restaurar varias dornas (barcas de las R¨ªas Baixas cuyo dise?o se cree que proviene del de las barcas vikingas), sus momentos favoritos (siempre en la esfera m¨¢s ¨ªntima del festival, con m¨²sicos como Juan Perro, Drexler o una chica de Cangas que canta como los ¨¢ngeles) y, una vez expuesta la grandeza de su creaci¨®n, deja claro su prop¨®sito: "Ahora tengo planeado decrecer". Miguel busca conciertos m¨¢s peque?os, menos gente, mejores momentos. No puedo m¨¢s que darle la raz¨®n. La diferencia de El N¨¢utico reside en eso: El respeto por la m¨²sica, el respeto por el m¨²sico, lo que deriva en respeto por el p¨²blico. No hay ning¨²n punto que falle en estas coordenadas dirigidas a llevarnos hacia el pleno disfrute y que tanto se alejan de la t¨®nica general de este mundo, en el que la vista est¨¢ tan puesta en el negocio que es inevitable que este se cuele en la cultura y trastorne el espect¨¢culo.
Alguien anuncia la cena, y acudimos. La mayor parte del p¨²blico se ha ido, y quedan los m¨²sicos, los trabajadores de El N¨¢utico, amigos y familia. Aparecen unas grandes bandejas de comida cocinada por Emilio, el cocinero del lugar, al que todos conocen desde hace a?os, y todos cenamos charlando alrededor de la mesa, sentados en sof¨¢s y sillas aqu¨ª y all¨¢. Entonces me doy cuenta de que, en El N¨¢utico, no me hace falta llamarme Maruxa y ser de O Grove de toda la vida para sentirme en familia. Y pienso que volver¨¦.
?El secreto?
?Por qu¨¦ programar a un mont¨®n de grupos en tres d¨ªas agotadores, en los que las m¨²sicas de uno y otro escenario se mezclan entre s¨ª, todo ello aderezado con inmensas masas de gente bien apretada? El N¨¢utico ofrece lo que en festivales tradicionales ser¨ªan grandes cabezas de cartel, pero de uno en uno. El punto que marca la diferencia es el cuidado de cada espect¨¢culo, el no preocuparse por llenar el local, sino por llenar las almas y los cuerpos de buena m¨²sica. Y las colaboraciones. "La gente viene a tocar, se prenda del lugar, deciden quedarse algunos d¨ªas m¨¢s, y terminan haciendo migas y colaborando con el grupo que venga despu¨¦s", me cuenta Carlos Castro, responsable de comunicaci¨®n. Tampoco hay gran preocupaci¨®n por llenar el espacio. De hecho, prefieren los conciertos discretos, plagados de an¨¦cdotas. El N¨¢utico se esfuerza, verano a verano, por huir de la idea de concierto como m¨¢quina expendedora de m¨²sica y ofrecer una experiencia real, rica, emocionante para todos.
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