Cuando el reggae se hizo universal
50 a?os despu¨¦s de su fundaci¨®n, se relanza Trojan Records, sello clave en la globalizaci¨®n de la m¨²sica jamaicana, que sembr¨® las semillas de festivales como el Rototom que arranca hoy
Es una de las historias m¨¢s extraordinarias de la descolonizaci¨®n. A pesar de ser una isla perdida en el Caribe, con 1.700.000 habitantes cuando alcanz¨® la independencia, Jamaica ha logrado contagiar su m¨²sica a todo el planeta. Haza?a a¨²n m¨¢s asombrosa habida cuenta de que el reggae suele llevar una explosiva carga pol¨ªtico-social, la ideolog¨ªa rastafariana.
Y semejante impacto cultural no hubiera sido posible (o se hubiera retrasado m¨¢s) sin la discreta labor de una discogr¨¢fica brit¨¢nica, Trojan Records. No se trataba precisamente una ONG. Sus fundadores eran emprendedores jamaicanos de piel relativamente p¨¢lida, Lee Gopthal y Chris Blackwell, que detectaron un hueco en el mercado: hab¨ªa una apreciable comunidad jamaicana, tras el desembarco de aquellos 800 inmigrantes que viajaron en el buque Windrush, all¨¢ por 1948. Gopthal, de origen indio, sab¨ªa que los caribe?os eran fieles a su gastronom¨ªa y su m¨²sica. Blackwell, perteneciente a la aristocracia isle?a, hab¨ªa constatado algo a¨²n m¨¢s extraordinario: un sector considerable de los mods ingleses manifestaba pasi¨®n por los estilos jamaicanos. De hecho, se pod¨ªa exportar al resto de mundo: Blackwell vendi¨® millones de copias de My Boy Lollipop, una canci¨®n estadounidense que la vocalista Millie Small grab¨® en Londres en clave de ska.
El negocio de Trojan consist¨ªa en conseguir licencias de los productores jamaicanos. Aparentemente, una tarea sencilla: en la isla sal¨ªan centenares de singles (discos de dos canciones) cada a?o. Se trabajaba con m¨¦todos estajanovistas, explotando cada grabaci¨®n: el mismo fondo musical pod¨ªa servir para diferentes cantantes o incluso ser editado como un instrumental. La industria caribe?a ignoraba conceptos como las royalties para artistas, el derecho del autor o la exclusividad: en demasiadas ocasiones, en Trojan descubr¨ªan que hab¨ªa adquirido un m¨¢ster tambi¨¦n vendido a otras compa?¨ªas.
Con todo, el momento era perfecto. El exuberante ska, que correspond¨ªa al entusiasmo despertado por la independencia, se hab¨ªa ido ralentizando con el desencanto general, pasando al rock steady y cristalizando en el reggae, que frecuentemente vehiculaba letras descre¨ªdas o belicosas. Abundaba el talento y el reto de Trojan consist¨ªa en promocionarlo en otra isla de clima desapacible. Buscando el m¨ªnimo com¨²n denominador, apostaron por las versiones de baladas pop, como Everythin I Own, en la voz de Ken Boothe, o Help Me Make It Trough the Night, por John Holt. Tambi¨¦n se endulzaban las grabaciones originales con arreglos a?adidos en Londres, con resultados pegajosos: Young, Gifted and Black, de Bob & Marcia, o Love of the Common People, de Nicky Thomas. De rebote, aquellos hits sal¨ªan en pa¨ªses europeos y sembraban las semillas que florecer¨ªan en festivales como el Rototom de Benic¨¤ssim.
Abundaban los choques culturales. Figuras antillanas que llegaban al n¨²mero uno en Reino Unido y que aterrizaban en Heathrow con ropa de verano y eran alojadas en hoteles infectos; apenas ve¨ªan dinero de unas ventas que pod¨ªan alcanzar cifras de seis d¨ªgitos. Dado que el reggae era esencialmente m¨²sica de estudio y que en Jamaica rara vez actuaban, los artistas ten¨ªan que montar a toda prisa su repertorio con instrumentistas locales, no siempre duchos en los endiablados ritmos forjados en Kingston.
El reggae era considerado una m¨²sica barata, con grabaciones primitivas (y era cierto). Tambi¨¦n su presentaci¨®n tend¨ªa hacia lo cutre: con portadas con bellezas de piel oscura, sin informaci¨®n sobre los creadores. Los Wailers se quedaron consternados al ver que Soul rebels, su formidable segundo elep¨¦, en la edici¨®n de Trojan mostraba a una modelo con los pechos al aire, metralleta en mano y vestida de guerrillera.
Ciertamente, los consumidores no protestaban. El sello era venerado y, hac¨ªa 1969, apareci¨® una subcultura juvenil conocida como los Trojan skinheads, muy lejana del racismo de los futuros skinheads. Estos cabezas rapadas prefer¨ªan los discos m¨¢s alborotados y tambi¨¦n Trojan cubr¨ªa esa demanda con Double Barrel (Dave and Ansel Collins), Long Shot Kick de Bucket (The Pioneers), Monkey man (The Maytals) e incluso discos hechos a medida, como Skindhead Moonstop, de Symarip.
El astuto Chris Blackwell prefer¨ªa a un p¨²blico m¨¢s hirsuto. En 1972, vendi¨® su participaci¨®n en Trojan y aplic¨® las lecciones aprendidas en su compa?¨ªa principal, Island Records, lanzando a los Wailers (al poco, Bob Marley and the Wailers): portadas cuidadas, producciones de alta gama, concesiones al gusto del rock. Pero era Trojan qui¨¦n mejor reflejaba la fabulosa efervescencia de los estudios y sound systems (discotecas m¨®viles) de los 70, con hallazgos revolucionarios como el dub y el toasting.
Trojan se benefici¨® poco de la entronizaci¨®n de Bob Marley y de la creciente prosperidad del negocio musical jamaicano. Su red comercial depend¨ªa de distribuir las referencias de Charisma, el sello de rock progresivo, que en 1975 salt¨® a una multinacional. Al mismo tiempo, Trojan cay¨® en la trampa de muchas peque?as disqueras: el desfase entre los gastos de funcionamiento, a pagar en fecha fija, y la lenta llegada de los beneficios de sus ¨¦xitos. Endeudada con la f¨¢brica que prensaba sus vinilos, dependiente de un empresario de m¨²sica cl¨¢sica, este se hizo due?o del tesoro acumulado por Trojan.
Y se hubiera quedado como otra historia ejemplar de la cruel industria del disco si aquella m¨²sica no hubiera demostrado una pasmosa longevidad. A finales de los setenta, una generaci¨®n descubr¨ªa el ska gracias a bandas como The Specials o Madness. Los a?ejos ¨¦xitos eran recuperados en nuevas versiones y el cat¨¢logo Trojan volv¨ªa a revelarse como una m¨¢quina de ganar dinero.
Desde entonces, Trojan ha cambiado varias veces de propietarios. Al mismo tiempo, ha crecido al adquirir otras discogr¨¢ficas especializadas, convirti¨¦ndose en seguramente el mayor dep¨®sito mundial de m¨²sicas jamaicanas, toda una proeza dada la atomizaci¨®n del bisnes discogr¨¢fico en la isla. Adem¨¢s, ha tenido la fortuna de ser explotado por amantes del reggae, que popularizaron iniciativas como las llamadas cajas Trojan, inteligentes recopilatorios con 50 temas repartidos en tres CD.
Actualmente, Trojan depende de BMG, la rama musical de la alemana Berstelmann. Y est¨¢n celebrando a lo grande los 50 a?os del despegue de Trojan. Antolog¨ªas como Ska & Reggae Classics juntan las joyas de la corona. Un documental con actores, Rudeboy, sit¨²a a la compa?¨ªa en su contexto hist¨®rico, tanto en Jamaica como en el Reino Unido. Finalmente, un libro de lujo titulado The story of Trojan Records hace hagiograf¨ªa de aquella modesta empresa que, sin planearlo, cambi¨® el rumbo de la m¨²sica pop hac¨ªa melod¨ªas soleadas.
Babelia
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