Aguas rebeldes
La primera inundaci¨®n de mi casa fue en 2008, el agua sal¨ªa a borbotones de la rejilla como de la garganta de un monstruo mitol¨®gico
Llueve despu¨¦s de d¨ªas de calor este invierno raro y me alarmo hasta la demencia. Cada persona que visita mi casa dice: qu¨¦ paz les debe dar el ruido de las gotas sobre el techo del patio, qu¨¦ rom¨¢ntica la lluvia. Toda esa gente que vive en los barrios que no se inundan, que le sacan fotos a los rayos en el horizonte gris del cielo y las postean y cocinan comidas invernales para acompa?ar con vino tinto.
Yo salgo cada dos minutos a la calle, chequeo el nivel del agua cerca de las aceras, levanto del suelo libros. En mi casa hay tres compuertas, dos para la puerta principal, otra para la que da al patio. La primera inundaci¨®n fue en 2008. El agua sal¨ªa a borbotones de la rejilla como de la garganta de un monstruo mitol¨®gico, sucia y apestosa, rec¨®ndita, y se esparci¨® por la casa, dos o tres cent¨ªmetros que debimos sacar durante un d¨ªa entero y a oscuras porque cuando llueve se corta la luz. El patio era una piscina de agua marr¨®n. Un vecino encontr¨® ratas entre su agua. Yo no tuve esa desdicha. Perd¨ª fotos y libros y tuve que mandar arreglar la heladera pero con la compra de una flamante compuerta cre¨ªa que hab¨ªa llegado la contenci¨®n. Sin embargo, cada vez que llueve mucho me tiemblan las piernas. Una ma?ana despert¨¦ y me encontr¨¦ con el techo del ba?o hecho una pintura abstracta: era humedad de la terraza de la vecina, que tambi¨¦n se inunda. Est¨¢ intentando una soluci¨®n, veo y escucho obreros, suben bolsas de arena, se van restos de mosaicos. Nosotros, mientras tanto, nos mojamos: la humedad ha ocasionado una grieta, negra y ominosa.
La inundaci¨®n me persigue. ?Desde antes de nacer! Mi madre pas¨® un d¨ªa entero en la terraza de su casa, antes de conocer a mi padre, cuando el agua se volvi¨® r¨ªo en las calles de su barrio. Ya adolescente recuerdo haber bajado de la cama una ma?ana y mis pies quedaron bajo el agua porque durante la noche la inundaci¨®n se hab¨ªa metido en la casa, silenciosa, como un enga?o. Esa vez vi gente caminar con el agua por la cintura intentando llegar a sus casas. Cerca de donde vivo, aparentemente, hay un arroyo bajo el pavimento que no fue correctamente encauzado, o que desborda por mugre o desidia. Un r¨ªo perdido, menos glamuroso que los de Londres. En el norte de la ciudad tambi¨¦n existe uno de estos arroyos subterr¨¢neos rebeldes pero ese s¨ª fue domado. Siempre hay m¨¢s dinero para el norte. En el sur tenemos el orgullo sufrido de quien siempre queda para despu¨¦s, para m¨¢s tarde. Se rumorea que ¡°algo arreglaron¡± porque, es cierto, las ¨²ltimas tormentas fueron benignas. Yo sigo con miedo, sin embargo. Por qu¨¦ no mudarse, me dir¨¢n. Pregunten, mejor, cu¨¢nto cuesta un alquiler.
Mi abuela sol¨ªa enterrar botellas en el patio cuando llov¨ªa. Estaba convencida de que este ritual evitaba inundaciones. Ella odiaba las tormentas. Contaba que su hermanita, muerta muy ni?a y enterrada en el cementerio de su pueblo, lloraba las noches de lluvia. Ella era la ¨²nica que la escuchaba.
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