Media entrada (peligro inminente)
Padilla corta una generosa oreja y es recibido y despedido como un aut¨¦ntico personaje
El dato no es nuevo, pero no deja de ser dram¨¢tico: tres reconocidas figuras, de esas que mandan y con tir¨®n entre el p¨²blico, una ganader¨ªa de post¨ªn, de que las que casi aseguran el triunfo, y una feria de primer¨ªsima categor¨ªa, y solo la mitad de los tendidos cubiertos.
GARCIGRANDE/PADILLA, EL JULI, MANZANARES
Tres toros -primero, segundo y tercero- de Domingo Hern¨¢ndez y tres de Garcigrande, bien presentados y mansos; muy descastados los tres primeros, y nobles los dem¨¢s. Con poco fondo cuarto y quinto, y bravo y encastado el sexto.
Juan Jos¨¦ Padilla: estocada casi entera ca¨ªda (silencio); estocada (oreja).
El Juli: media estocada trasera y atravesada (silencio); pinchazo y estocada corta (ovaci¨®n).
Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares: estocada ca¨ªda (ovaci¨®n); metisaca, pinchazo _aviso_ y bajonazo (ovaci¨®n).
Plaza de toros de Vista Alegre. 22 de agosto. Quinta corrida de feria. Media entrada.
¡®Houston, tenemos un problema¡¯; pero lo m¨¢s preocupante es que no hay astronautas -taurinos, en este caso- que emitan el mensaje de socorro, ni mesa de ingenieros -ni autoridad ni organismo competente- que lo reciba. Aqu¨ª, cada cual va a su guerra, se animan unos a otros y olvidan pronto los tropiezos. Pero el problema persiste.
Y, adem¨¢s, la corrida fue un pesti?o. Es verdad que los d¨®ciles toros no ayudaron; mejor dicho, no ¡®colaboraron¡¯ con los toreros, que es lo que ahora se lleva. Unos, los tres primeros, por su falta de casta, de vida, de energ¨ªa; parec¨ªan adormilados, tristes, enfermos¡ Y los otros, con cierta movilidad y nobleza, porque, quiz¨¢, no rebosaban alm¨ªbar en sus embestidas. En fin, que no; que los se?ores Padilla, Juli y Manzanares pasaron por Bilbao como almas en pena a pesar de la extremosa generosidad de unos tendidos bullangueros, triunfalistas y en exceso conformistas.
Padilla se desped¨ªa de la feria y pase¨® un trofeo que no mereci¨® tras una labor tan entregada como vulgar; mat¨® bien, ciertamente, pero su labor careci¨® de m¨¦rito torero. Sin embargo, fue recibido y despedido como un aut¨¦ntico personaje. En la puerta de cuadrillas, antes de comenzar el pase¨ªllo, bailaron en su honor el aurresku, una danza tradicional vasca a modo de homenaje; antes de que sonaran los clarines, salud¨® una cerrada y muy emotiva ovaci¨®n desde el centro del anillo, y la vuelta al ruedo fue verdaderamente clamorosa. Fue tratado m¨¢s como h¨¦roe, como un superhombre que ha sido capaz de convertir una tragedia en un triunfo -un referente social- que como torero.
Porque como torero, ciertamente, no aport¨® nada; quiz¨¢, dos largas cambiadas de rodillas en el tercio, dos ver¨®nicas y dos chicuelinas en el recibo al cuarto, y una fulminante estocada a ese toro, y poco m¨¢s. No banderille¨® a ninguno de sus toros, se equivoc¨® al brindar el muy deslucido primero, y ofreci¨® un recital de mantazos y dos desplantes ante el toro de la despedida. Eso s¨ª: solo falt¨® que el p¨²blico bajara al ruedo e hiciera cola para abrazar a Padilla en su ¨²ltima tarde. ?Qu¨¦ explosi¨®n de cari?o la de los bilba¨ªnos¡!
El Juli y Manzanares debieron conformarse con ovaciones. Nada pudieron hacer ante sus marmolillos primeros, pero no se les critic¨® por sus graves deficiencias en los otros. Ni uno ni otro aprovecharon convenientemente las condiciones de sus oponentes.
El Juli, por ejemplo, se mostr¨® ventajista, y mulete¨® siempre fuera cacho y al hilo del pit¨®n, en una lecci¨®n de pegapasismo moderno.
Y Manzanares fue incapaz de ahormar la casta del sexto, mejor que el torero, al que se le vio despegado y acelerado.
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