Utrecht, capital musical de Borgo?a
El Festival de M¨²sica Antigua de la ciudad holandesa se da un ba?o de polifon¨ªa renacentista con presencia de int¨¦rpretes casi antag¨®nicos
¡°Dime c¨®mo cantas y te dir¨¦ qui¨¦n eres¡±: todo invitaba estos d¨ªas a practicar este pasatiempo en las iglesias y en el Vredenburg de Utrecht, donde resuena casi sin cesar la polifon¨ªa nacida durante la ¨¦poca de esplendor del Ducado de Borgo?a, esto es, en buena parte de lo que conocemos como los Pa¨ªses Bajos y el extremo nororiental de Francia desde la segunda mitad del siglo XIV hasta comienzos del siglo XVI. En una ¨¦poca pr¨®diga en grand¨ªsimos compositores, se ha elegido como punta de lanza al quiz¨¢ m¨¢s importante e influyente de todos ellos: Josquin Desprez. Y, para ampliar el arco hist¨®rico del festival, la trilog¨ªa de compositores residentes este a?o en Utrecht se completa, en un gui?o geogr¨¢fico, con Jean-Philippe Rameau (nacido en Dijon, capital de la Borgo?a francesa), y su contempor¨¢neo Fran?ois Couperin. As¨ª puede completarse un recorrido cronol¨®gico al gusto de todos, que arranca en el oto?o de la Edad Media, como lo bautiz¨® el holand¨¦s Johan Huizinga en su cl¨¢sico estudio de 1919, y culmina en el Barroco pleno.
El pasado viernes, la primera jornada dio para mucho. Antes del concierto inaugural propiamente dicho, hubo tres citas casi sucesivas en la Jacobikerk con el grupo que lleva d¨¦cadas centrando mayoritariamente su actividad en la polifon¨ªa renacentista francoflamenca: el Huelgas Ensemble de Paul van Nevel. Para calentar motores, el belga ofreci¨® en esta triple entrega lo que ¨¦l mismo bautiz¨® como ¡°Un alfabeto borgo?¨®n¡±, es decir, un recorrido por los innumerables tesoros polif¨®nicos de aquella ¨¦poca y aquella regi¨®n de la mano de veinticinco de sus compositores, de la A a la Z, con la sola excepci¨®n de la X, y con algo de ingenio e incertidumbre para completar el c¨ªrculo: una pieza an¨®nima para la A y dos Agnus Dei atribuidos a Incertus y Zonder naam (¡°Sin nombre¡± en neerland¨¦s), el segundo de ellos plagado de disonancias y sorpresas arm¨®nicas constantes.
Van Nevel es un alquimista del sonido y su m¨¢ximo ideal es la belleza t¨ªmbrica, cuyo cenit se alcanza a su vez en las consonancias finales, que mantiene largamente a voluntad con sus brazos suspendidos en lo alto. El problema es que tanta atenci¨®n al detalle ef¨ªmero provoca que no podamos percibir los grandes trazos, la estructura global, y se corra el riesgo de encadenar una sucesi¨®n de preciosistas miniaturas. El director belga prima tambi¨¦n la precisi¨®n r¨ªtmica, controlada f¨¦rreamente con sus manos (con la derecha empu?a un peque?o diapas¨®n a modo de batuta) y con miradas fulminantes para cualquier cantante que se aparte del camino por ¨¦l marcado: el ¨²nico camino posible, naturalmente. Hizo repetir el comienzo de Il m¡¯est si grief, de Jacobus Vide, por ejemplo, con el consiguiente desdoro para sus tres cantantes, porque Van Nevel solo admite acordes perfectos, finales de frase perfectos, acordes perfectamente homog¨¦neos. Para conseguir sus fines se hace rodear, por supuesto, de voces de una calidad excepcional, pero la personalidad de cada una de ellas queda cercenada por completo en aras del conjunto. En ese sentido, parecen voces encerradas en una jaula de oro. Cantar tres conciertos en cinco horas desde estos exigentes presupuestos interpretativos y con ese af¨¢n constante de perfecci¨®n supuso un enorme esfuerzo de concentraci¨®n para sus cantantes y para el propio Van Nevel (su incansable gesticulaci¨®n y su generosa anatom¨ªa de bon vivant le oblig¨® a cambiarse de ropa despu¨¦s de cada uno de ellos), pero fue una inmejorable entrada en materia, porque de manera intensa y comprimida quedaron sentadas las bases de lo que nos aguardar¨ªa durante el resto del festival. En medio de las rarezas (algunas admirables, como Au dieu d¡¯amours, una chanson del oscuro y casi ignoto Nollet) descollaron, por supuesto, los grandes nombres (Cueur langoreulx de Josquin, un Sanctus de Pierre de la Rue o un Pange lingua de Juan de Urrede, activo en la corte espa?ola), pero el conjunto fue un tapiz que solo podr¨ªa haber tejido un maestro que, rayando a veces en la obsesi¨®n, gusta de explorar y adentrarse en los rincones m¨¢s rec¨®nditos del repertorio.
Tambi¨¦n el concierto inaugural fue desusado, porque fueron en realidad cinco citas diferentes que se ofrec¨ªan sucesiva y simult¨¢neamente en distintas iglesias. Cada uno eleg¨ªa libremente d¨®nde empezaba y luego iba peregrinando de un lugar a otro, cruz¨¢ndose con el resto del p¨²blico, y acompa?ados todos por grupos musicales que amenizaban el trayecto hasta llegar a cada nuevo destino y completar as¨ª todas las propuestas, por lo que las calles del centro de Utrecht se poblaron de peque?as mareas humanas que se desplazaban peri¨®dicamente de una iglesia a otra. Si alguien no se hab¨ªa enterado a¨²n de que el viernes comenzaba el mayor y m¨¢s antiguo festival de m¨²sica antigua del mundo, a pesar de los carteles y del concierto en el carill¨®n, en lo m¨¢s alto de la torre de la catedral que domina toda la ciudad, aquel trasiego de gente de ac¨¢ para all¨¢ dejaba poco margen de duda. El fin de fiesta era una invitaci¨®n a compartir todos comida y bebida en una mesa kilom¨¦trica dispuesta con bancos a lo largo de la Lange Nieuwstraat, pero la lluvia lleg¨® al tiempo que la noche y, al final, la multitudinaria reuni¨®n hubo de celebrarse en el interior de la catedral.
En la Nikolaikerk actu¨® Graindelavoix, que dirige otro belga apasionado de esta ¨¦poca y de este repertorio, Bj?rn Schmelzer. Su enfoque es, sin embargo, casi antit¨¦tico del de Paul van Nevel, ya que su concepci¨®n de la polifon¨ªa es din¨¢mica, transformativa, y es ¨¦l, desde su autoproclamada condici¨®n prioritaria de ¡°etnomusic¨®logo y antrop¨®logo¡±, quien, con ademanes no poco teatreros, se pone al frente de una metamorfosis que a menudo torna la m¨²sica que cre¨ªamos conocer en pr¨¢cticamente irreconocible. En manos del belga suena angulosa, carente de l¨®gica, impredecible, caprichosa, lib¨¦rrima, sumida en claroscuros extremos, como si la hubiera ideado un Caravaggio desenfrenado, profusamente ornamentada conforme a c¨¢nones m¨¢s populares que cultos y con una querencia irresistible a un tipo de canto gutural, con vocales muy abiertas y un fuerte dejo folcl¨®rico. Se trata, por decirlo brevemente, de una deconstrucci¨®n en toda regla, que cuenta con sus incondicionales, y que Schmelzer, feliz en su papel de enfant terrible, defiende ardorosamente, rebel¨¢ndose contra lo que llama ¡°esa peligrosa glorificaci¨®n fascistoide de un pasado en el que todo era m¨¢s hermoso y mejor¡±.
Pasamos as¨ª de la belleza y la minuciosidad extremas de Van Nevel a este nuevo paradigma de Schmelzer en el que todo vale y donde se glorifica incluso la rudeza. Sin embargo, superado el choque y la curiosidad iniciales, no es dif¨ªcil darse cuenta de que Graindelavoix acaba sucumbiendo a unos nuevos clich¨¦s y siendo presa de sus propias reglas, que coartan la libertad y acotan el camino en no menor medida que aquellas otras que quiere demoler. Hay quienes califican esta nueva v¨ªa interpretativa de genial, mientras que otros la tildan de tramposa. Para unos se trata, por fin, de una revoluci¨®n, pero otros prefieren calificarla de fraude. Esta es la manera aut¨¦ntica de acercarse a este repertorio, proclaman sus adeptos, que ven a Schmelzer como un mes¨ªas, mientras que lo m¨¢s cr¨ªticos la despachan con desd¨¦n como pura invenci¨®n posmoderna y tienen a su art¨ªfice por un iluminado. Hay, en fin, quienes prefieren reducir el debate a la diferencia entre cantar bien (o al menos intentarlo) y cantar deliberadamente mal, y tampoco ellos est¨¢n desprovistos de raz¨®n.
Las noches del s¨¢bado (Graindelavoix) y el domingo (Huelgas), en ambos casos en la Janskerk, recuperada este a?o como marco habitual de conciertos, hubo nuevas y originales propuestas de los dos grupos belgas. El primero, dedicado ¨ªntegramente a lamentos polif¨®nicos francoflamencos, result¨® mucho m¨¢s tedioso que emotivo, a pesar de contener obras maestras como Mort tu as navr¨¦, la deploraci¨®n por la muerte de Binchois de Johannes Ockeghem, y Nymphes des bois, el lamento f¨²nebre que compuso por este ¨²ltimo Josquin Desprez (y que se autocita como uno de los grandes de la ¨¦poca). Tantos floreos, tantas notas de paso, tanto magma sonoro indistinguible, tanta guturalidad, tanta confusi¨®n en la dicci¨®n del texto acaban resultando cansinos, y ten¨ªa mucho m¨¢s inter¨¦s recorrer en la misma iglesia la personal¨ªsima exposici¨®n El tiempo recobrado. Un atlas Warburg de la m¨²sica antigua, comisariada por el propio Schmelzer, inspirada en su concepto y conformaci¨®n en el famoso e inconcluso Atlas Mnemosyne de Abu Warburg y dirigida, seg¨²n afirm¨® en la presentaci¨®n, a ¡°humanos y no humanos¡±. Van Nevel, por su parte, regal¨® el domingo por la noche un gran concierto, planteado como una ¡°experiencia sinest¨¦sica¡± (de nuevo el locuaz Schmelzer), ya que la m¨²sica, interpretada en total oscuridad, iba acompa?ada de la proyecci¨®n de paisajes y edificios relacionados con los diferentes compositores interpretados, ya que el director belga acaba de publicar El paisaje de los polifonistas. El mundo de los francoflamencos 1400-1600, un libro en el que sostiene la tesis de que el estilo imitativo y la melancol¨ªa tan caracter¨ªsticas de esta m¨²sica fueron en parte el resultado de las experiencias vividas por estos compositores en los paisajes que los vieron nacer. Plausible o no, lo cierto es que el concierto s¨ª fue una gran experiencia est¨¦tica, que alcanz¨® quiz¨¢ su cl¨ªmax en el Agnus Dei de la Missa Malheur me bat de Josquin, donde qued¨® plasmada la quintaesencia del credo interpretativo de Van Nevel. A pesar de situarse en las ant¨ªpodas del enfoque de su compatriota, ¨¦l y Schmelzer charlaron pac¨ªfica y amistosamente ante el p¨²blico despu¨¦s del concierto, ya al filo de la medianoche.
Pero hay otras maneras de cantar, por supuesto, y dos grupos presentes tambi¨¦n en la m¨²ltiple jornada inaugural situaron el list¨®n a una altura inalcanzable. En primer lugar, Cantica Symphonia, dirigida por Giuseppe Maletto, un antidivo cuyos constantes signos de modestia no pueden ser impostados y que, como ya hiciera en este mismo festival en 2011, demostr¨® ser el mejor traductor actual de la complej¨ªsima m¨²sica de Guillaume Du Fay, otro de los genios de aquella ¨¦poca. El viernes sonaron el Gloria y el Sanctus de su Missa L¡¯homme arm¨¦ y, el d¨ªa siguiente, la prodigiosa Missa Ave regina caelorum completa y el motete hom¨®nimo que la inspir¨®. Maletto plante¨® versiones muy m¨¦tricas, l¨ªmpidas, cristalinas, con una dicci¨®n del texto transparente (pronunciado a la italiana), con un tempo siempre flexible y una fluidez que no decae un solo momento, poniendo el ¨¦nfasis en la solemnidad o en la intimidad seg¨²n lo requiriera la m¨²sica, tomando siempre la mejor decisi¨®n posible sobre el empleo conjunto o individual de voces e instrumentos y graduando magistralmente las tensiones. La m¨²sica se reviste de una especial compacidad y, al contrario que Van Nevel, Maletto deja que cada cantante aporte su propia personalidad al conjunto. Fue una hora de aut¨¦ntica felicidad ininterrumpida, coronada por una propina de Heinrich Isaac, O praeclarissima, que vuelve a consagrar a Maletto (que canta a la vez que dirige) como un referente ineludible de la interpretaci¨®n de la polifon¨ªa del siglo XV.
El otro grupo que ha dejado constancia, una vez m¨¢s, de su excepcional calidad ha sido Vox Luminis (plagado en su seno de diferentes nacionalidades, pero tambi¨¦n con sede en B¨¦lgica), esta vez en un repertorio novedoso: tres grandes motetes de Jean-Philippe Rameau. Ya el viernes demostr¨® en la catedral que, en poco menos de media hora, puede ofrecerse un gran concierto y el d¨ªa siguiente, en el Vredenburg, volvi¨® a sentar c¨¢tedra de buen hacer: todo cuanto cantan lo convierten en oro. Esta m¨²sica no posee la complejidad de Du Fay o Desprez, generosa como es en el recurso repetido a determinadas f¨®rmulas arm¨®nicas y mel¨®dicas omnipresentes en el Barroco franc¨¦s, pero el grupo que dirige Lionel Meunier, muy nutrido de cantantes e instrumentistas, supo conferirle toda la entidad que necesita para hacerle justicia e infundirle la sonoridad y el estilo id¨®neos. Fue especialmente emocionante el segundo motete, Quam dilecta, con una aria cantada admirablemente por la soprano Zsuzsi T¨®th y un deslumbrante coro final. Con su extra?o dominio de la dificil¨ªsima ecuaci¨®n entre perfecci¨®n y emoci¨®n, Vox Luminis tiene completamente conquistado al p¨²blico de Utrecht despu¨¦s de una racha ininterrumpida de aciertos desde que trajeran aqu¨ª las Musikalische Exequien de Sch¨¹tz en 2012, cuando eran a¨²n unos perfectos desconocidos, y este concierto ha vuelto a reafirmar el idilio entre ambos.
Muchas e intensas experiencias, por tanto, en los tres primeros d¨ªas de un festival que re¨²ne como pocos las principales virtudes que debe tener una convocatoria de este tipo: diversidad de las propuestas, concentraci¨®n de la oferta (aqu¨ª los conciertos, tanto de pago como gratuitos, se suceden sin descanso) y, como no puede ser de otra manera, calidad, haciendo bueno d¨ªa tras d¨ªa, hora tras hora, el objetivo que se impuso Aby Warburg al elaborar su Atlas Mnemosyne: que hay vida de la antig¨¹edad m¨¢s all¨¢ de su muerte.
Josquin en Espa?a
La m¨²sica de Josquin Desprez tuvo una intensa recepci¨®n en nuestro pa¨ªs, que fragu¨® una vinculaci¨®n directa con Borgo?a a trav¨¦s de Felipe el Hermoso, cuya muerte en 1506 puso fin, estrictamente hablando, a la Borgo?a hist¨®rica que se recuerda estos d¨ªas en Utrecht. Su colosal Missa Hercules Dux Ferrariae fue el centro del programa ofrecido el s¨¢bado en la Jacobikerk por Adri¨¢n Rodr¨ªguez van der Spoel y su grupo M¨²sica Temprana. Con voces y ministriles, en la mejor tradici¨®n hisp¨¢nica, los cantantes interpretaron muy meritoriamente a partir de un facs¨ªmil manuscrito, remedando as¨ª la disposici¨®n alrededor de un facistol, y entre los instrumentistas estaban los ilustres trombonistas holandeses Charles Toet y Simen van Mechelen (miembros ambos de Concerto Palatino) y el organista espa?ol Jorge L¨®pez Escribano. Fue una versi¨®n muy musical y muy equilibrada, algo morosa ?y medrosa? en ocasiones y demasiado exenta de riesgos. Un mayor rodaje en posteriores conciertos y un ¨¦nfasis a¨²n m¨¢s marcado para resaltar el soggeto cavato (las ocho notas musicales que se corresponden con las s¨ªlabas de Hercules Dux Ferrariae), omnipresente a lo largo de la misa, dar¨¢n lugar sin duda a una gran versi¨®n. Rodr¨ªguez van der Spoel complement¨® con acierto la misa con piezas de Victoria y Guerrero, trazando as¨ª un tri¨¢ngulo imaginario entre los Pa¨ªses Bajos, Espa?a y Am¨¦rica Latina, como explic¨® ¨¦l mismo el d¨ªa anterior en el Instituto Cervantes de Utrecht, que recupera as¨ª su condici¨®n de aliado tradicional del festival siempre que existen conexiones con la cultura espa?ola.
De lo escuchado en estos primeros d¨ªas en Utrecht merecen resaltarse el sobrio y excepcionalmente tocado recital monogr¨¢fico dedicado al compositor Claude-B¨¦nigne Balbastre por la clavecinista suiza Ursula D¨¹tschler y el concierto del Pluto-Ensemble, con un programa construido en torno a la Orden del Tois¨®n de Oro, otro punto de conexi¨®n de Borgo?a con la monarqu¨ªa espa?ola. Marnix De Cat lo ha confeccionado siguiendo la estela del llorado Dirk Snellings, su compa?ero durante a?os en la Capilla Flamenca, que tantos conciertos inolvidables perge?¨® con este repertorio inagotable y que tan buen conocedor era de "la vida borgo?ona", el t¨ªtulo de la presente edici¨®n del festival. En el recuerdo queda tambi¨¦n el Couperin que desgran¨® delicadamente Bob van Asperen en uno de los conciertos inaugurales. Este contorsionista facial, que atesora en los dedos de sus manos una sabidur¨ªa inmensa, representa como nadie, en cuanto alumno de primera hornada, el legado pedag¨®gico y espiritual de su maestro Gustav Leonhardt. Tambi¨¦n se beneficiaron de sus ense?anzas Pierre Hanta? y Skip Semp¨¦, que ofrecieron todo un concierto con transcripciones para dos claves de piezas vocales e instrumentales de Rameau. Y la ¨²ltima menci¨®n de honor es para la valiente Olga Pashchenko, que se atrevi¨® a combinar en un mismo concierto dos parejas naturales: Couperin-Rameau y Debussy-Ravel. Los primeros al clave y los segundos en un a?ejo piano Bechstein de 1898. Su versi¨®n de Le tombeau de Couperin no tuvo la precisi¨®n y el ¨¦lan de la que toc¨® Bertrand Chamayou hace un par de semanas en el Festival de Rosendal, pero si all¨ª se recordaba la conexi¨®n de la obra con la Primera Guerra Mundial en el centenario del Armisticio, aqu¨ª se han explorado sus conexiones con el Grand Si¨¨cle, el que sirvi¨® de inspiraci¨®n a Debussy y Ravel en un momento en el que la cultura francesa se hallaba amenazada. La pianista rusa acab¨® agotada, pero fue aplaudida larga, justa y admirativamente por todo el p¨²blico puesto en pie.
En el ba¨²l del olvido queda arrumbada, en cambio, la versi¨®n, desatinada de principio a fin, que dirigi¨® Marco Mencoboni a su grupo, Cantar Lontano (reforzado instrumentalmente por la desigual Capella de la Torre), de uno de los muchos portentos musicales de Josquin: la Missa L'homme arm¨¦ super voces musicales. Nada estuvo en su sitio, y es una l¨¢stima, porque el italiano ha protagonizado excelentes momentos en los ¨²ltimos a?os del festival, como un inolvidable Combattimento di Tancredi e Clorinda de Monteverdi. Pero en este Josquin del pasado domingo todo son¨® errado y desnortado, m¨¢s a¨²n por venir de las maravillas polif¨®nicas que ven¨ªamos.
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