Reencuentro tras la tercera fase

Reduciendo su relato a lo esencial, desbroz¨¢ndolo de sus abundantes decisiones discutibles, Testigo de otro mundo describe el camino entre dos rostros de un mismo Juan P¨¦rez, gaucho silencioso y ensimismado que, supuestamente, en 1978, cuando ten¨ªa tan solo 12 a?os de edad, presenci¨® la aparici¨®n de un ovni cerca de su hogar. El primer rostro es el de Juan P¨¦rez cuando han pasado casi cuatro d¨¦cadas desde esa experiencia: bajo su piel fluct¨²an las corrientes del trauma, como un se¨ªsmo interior del que no se puede escapar. Es un Juan P¨¦rez al que no le alcanza el lenguaje para contar lo que ocurri¨®, porque las palabras se rompen y dan paso al llanto. El segundo rostro es el de Juan P¨¦rez al final del documental: sereno, sanado ¨Cpor muy fastidioso que le resulte emplear el t¨¦rmino a este cr¨ªtico-, reconciliado consigo mismo despu¨¦s de que el contacto con una comunidad guaran¨ª le haya proporcionado un cierto estado de comprensi¨®n.

Lo m¨¢s valioso de Testigo de otro mundo, segundo largometraje documental del argentino Alan Stivelman, son la voz y la presencia de su objeto de estudio y, tambi¨¦n, la idea de que, en el fondo, es irrelevante si lo que ocurri¨® fue ufol¨®gico, m¨ªstico o fruto de un trastorno ps¨ªquico: lo incuestionable es que Juan P¨¦rez vivi¨® una experiencia que lo desbord¨® (y, de paso, arroll¨® su lenguaje). Por tanto, la gran paradoja de la pel¨ªcula es que intente representar con maneras precarias de ciencia-ficci¨®n de serie B lo que para su figura central resulta inefable y, por tanto, esencialmente irrepresentable. La participaci¨®n del astrof¨ªsico Jacques Vall¨¦e, que sirvi¨® de modelo para el personaje de Fran?ois Truffaut en Encuentros en la tercera fase (1977), a?ade un buen contrapunto a un Stivelman que se debate entre la generosidad y la ingenuidad.