La macrodiscoteca del espanto

Fue a la altura de su poderosa La casa de los horrores (1981) cuando a Tobe Hooper se le ocurri¨® que el tren de la bruja de una feria itinerante pod¨ªa ser el mejor equivalente de una pista de baile para los m¨¢s raros del instituto. Con su posterior Poltergeist (1982) desarroll¨® la idea convirtiendo el hogar de los Freeling en una verdadera arquitectura para la sensaci¨®n abracadabrante y el sobresalto sobre parqu¨¦, una casa donde sonaban m¨¢s subs¨®nicos y brillaban m¨¢s focos que en una noche de gala en Studio 54. Hooper, que hab¨ªa fundado un nuevo imaginario para el g¨®tico americano con la pionera La matanza de Texas (1974), pas¨® a convertirse en el padre de lo que bien podr¨ªa llamarse el Terror de Discoteca, especialidad que alcanzar¨ªa su paroxismo en su etapa en el seno de esa f¨¢brica de excesos que fue la Cannon Films.

Dando alas al t¨®pico de que todo nuevo director de cine de terror es, en el fondo, un nost¨¢lgico irredento obsesionado en reconstruir esa supuesta edad de oro del g¨¦nero m¨¢s mitificada que vivida, Gregory Plotkin, montador de D¨¦jame salir y Feliz d¨ªa de tu muerte (ambas de 2017), rescata el esp¨ªritu de La casa de los horrores de Hooper con este Hell Fest que propone la ¨²ltima palabra en sustos de barrac¨®n: la fusi¨®n espectacular del parque tem¨¢tico, el mega concierto de rock, un circuito inabarcable de pasajes del terror y la feria macabra decorada al cart¨®n-piedra .

El director de fotograf¨ªa Jos¨¦ David Montero, que fue mano derecha de Gonzalo L¨®pez-Gallego, desarrolla, como Hooper, una suerte de expresionismo pop de colores agresivos, pero Plotkin no sabe corresponder a ese regalo estil¨ªstico con una pel¨ªcula que podr¨ªa haber jugado mucho m¨¢s imaginativamente con el contraste entre artificio acartonado y verdadero terror.