Catalu?a, el problema pendiente
De todas las tensiones que atravesaban Espa?a hace un siglo, la ¨²nica que sigue sin resolverse es la reivindicaci¨®n territorial. La estabilidad democr¨¢tica ha vuelto a chocar con el nacionalismo
No son muchos ya, imagino, los que recuerdan lo que se sent¨ªa al leer la famosa literatura sobre el ¡°problema espa?ol¡±. Fue aquel todo un g¨¦nero literario, hundido en el pesimismo m¨¢s sombr¨ªo, que se prolong¨® m¨¢s de medio siglo, a partir de 1898, y que segu¨ªa formando parte de las lecturas iniciales de cualquier joven con preocupaciones pol¨ªticas en los a?os sesenta. Aquellos libros pretend¨ªan explicar las razones del desastre nacional ¡ªun desastre que nadie negaba¡ª. Y lo hac¨ªan en t¨¦rminos que iban desde el esencialismo hasta el historicismo, desde lo racial hasta lo providencial o lo paranoico. Avalaban aquellas obras nombres del m¨¢ximo prestigio: Costa, Unamuno, Maeztu, Baroja, Machado, Ortega¡ Como nos dec¨ªan que eran cl¨¢sicos, y que sus ideas segu¨ªan vigentes, los le¨ªamos con toda seriedad; y and¨¢bamos meditabundos y acomplejados.
Porque la lista de problemas con la que se enfrentaba el pa¨ªs era, de verdad, apabullante, sobre todo compar¨¢ndolo con Reino Unido, Francia o Alemania, pa¨ªses nada normales, sino excepcionales, en aquel momento. Era una econom¨ªa atrasada, con una renta per capita que apenas alcanzaba la mitad de la de esos tres pa¨ªses. El campo, que absorb¨ªa dos tercios de la poblaci¨®n activa al comenzar el siglo, estaba dominado en el centro-sur por latifundistas absentistas y braceros sin tierra, y en el norte, por minifundios que expulsaban poblaci¨®n emigrante. La historia pol¨ªtica desde 1808 era una trepidante sucesi¨®n de cambios de r¨¦gimen, Constituciones ef¨ªmeras y guerras civiles, culminado todo en la matanza de 1936-1939 y la dictadura en vigor. La Iglesia cat¨®lica monopolizaba el espacio p¨²blico y se impon¨ªa al poder civil, salvo espor¨¢dicas explosiones de turbas anticlericales que quemaban iglesias y mataban curas. Los militares eran otro Estado dentro del Estado, y los Gobiernos no se atrev¨ªan a enfrentarse con ellos, por el riesgo de pronunciamientos ¡ªcien en un siglo, entre exitosos y fallidos; el ¨²ltimo, origen del r¨¦gimen¡ª. El sistema educativo era escu¨¢lido y obsoleto, y en 1900 dos tercios de los espa?oles eran analfabetos. En el escenario internacional, tras la p¨¦rdida casi completa del imperio en 1810-1825 y de sus residuos en 1898, Espa?a hab¨ªa pasado a ser una potencia irrelevante, ausente en las alianzas o guerras europeas. Y segu¨ªa, por ¨²ltimo, sin resolverse la distribuci¨®n territorial del poder; un asunto que pod¨ªa ser acallado por la fuerza, como hab¨ªan hecho Primo de Rivera o Franco, pero que volv¨ªan a plantear las ¨¦lites perif¨¦ricas, sobre todo catalanas ¡ªlas vascas hab¨ªan logrado un cierto arreglo¡ª, a la menor ocasi¨®n.
Sobraban, s¨ª, las razones para el pesimismo. Los problemas eran graves e innegables, pero quienes escrib¨ªan sobre ellos (literatos en realidad, y de envidiable calidad, pero no analistas sociales ni pol¨ªticos) los exageraban y, sobre todo, los elevaban al nivel de lo esencial y poco menos que eterno. De ah¨ª las ut¨®picas soluciones que ofrec¨ªan: hab¨ªa que cambiar ¡ªnada menos¡ª la ¡°forma de ser¡± nacional, transformar nuestra psicolog¨ªa fantasiosa, ego¨ªsta, autoflagelante, perezosa e indiferente ante el bien com¨²n, y convertirnos en orgullosos y pr¨¢cticos ciudadanos, como los ingleses o los americanos. Para lograr tales cambios, algunos confiaban en la ense?anza, que deber¨ªa dejar de ser libresca, memor¨ªstica y ajena a cualquier saber ¨²til; y otros, en un ¡°cirujano de hierro¡± que sajara y depurara sin piedad la esfera p¨²blica, logrando por decreto que los partidos dejaran de ser bandas de caciques depredadores y los funcionarios se convirtieran en honrados y eficaces servidores p¨²blicos. Para el paisaje, que tambi¨¦n deb¨ªa pasar de seco a h¨²medo, todos apostaban por los pantanos.
Al victimismo secesionista se le sumaron la crisis econ¨®mica de 2008 y el anticatalanismo del PP
Qu¨¦ complejo, la verdad, salir a Europa ¡ªas¨ª dec¨ªamos: salir a Europa¡ª en los a?os cincuenta o sesenta y encontrarse con pa¨ªses donde los trenes eran r¨¢pidos, limpios, puntuales; donde los mendigos no afeaban las calles; donde la gente andaba deprisa, a lo suyo, y si te rozaban dec¨ªan pardon o sorry, en lugar de haraganear y bromear en las esquinas; donde no hab¨ªa pel¨ªculas ni libros prohibidos y las parejas se besaban en los parques; donde exist¨ªan sindicatos y elecciones libres, edificios con grandes r¨®tulos de Parti Communiste Fran?ais y m¨ªtines laboristas en los que viejitas impolutas cantaban La Internacional con el pu?o cerrado. Todo esto sin que se hundiera la b¨®veda celestial. Y encima eran m¨¢s ricos que nosotros.
El caso es que Franco muri¨® y para entonces, gracias a un crecimiento econ¨®mico disparado por la liberalizaci¨®n y el contexto europeo, algunos de esos problemas seculares estaban disolvi¨¦ndose como azucarillos: la econom¨ªa despegaba a gran velocidad; la mecanizaci¨®n expulsaba del campo a millones de personas y el sector agr¨ªcola se convert¨ªa en residual; clericalismo y anticlericalismo perd¨ªan virulencia en una sociedad moderna y secularizada. La Transici¨®n se propuso y logr¨® la construcci¨®n de una democracia estable. Y Espa?a se integr¨® en la Uni¨®n Europea y la OTAN, con lo que subi¨® al escenario internacional como una potencia de rango medio, acorde con su peso demogr¨¢fico y econ¨®mico; y los militares aprendieron ingl¨¦s y respeto a las leyes.
Era una historia, en fin, de ¨¦xito. Pero no en relaci¨®n con el problema territorial, que sigui¨® coleando. Ante esta cuesti¨®n, la Transici¨®n hab¨ªa partido pr¨¢cticamente de cero. El Estado espa?ol moderno ¡ªradicalmente distinto a la monarqu¨ªa imperial de los siglos XVI a XVIII¡ª hab¨ªa nacido en C¨¢diz, en 1812. Y desde entonces hab¨ªa tomado como modelo el centralismo revolucionario o napole¨®nico franc¨¦s. Quiz¨¢s hubiera sido mejor haberlo hecho con el caso brit¨¢nico, conjunto de reinos preexistentes agrupados en una monarqu¨ªa com¨²n. Pero lo cierto es que el modelo inicial sobrevivi¨® incuestionado durante casi todo el XIX, y que las afirmaciones de identidad regional ¡ªlas proclamas sobre Catalu?a como ¡°patria¡± propia¡ª part¨ªan de la aceptaci¨®n de Espa?a como ¡°naci¨®n¡± pol¨ªtica o sujeto de la soberan¨ªa. Ese doble patriotismo se vio dificultado tras el fracaso del ciclo revolucionario en 1874 y m¨¢s a¨²n tras la debacle de 1898, cuando algunos grupos empezaron a plantear la identidad catalana o vasca como rivales y excluyentes de la espa?ola; pero el doble patriotismo sigui¨® dominando. En dos situaciones democr¨¢ticas, 1931 y 1978, se intent¨® resolver este problema con un Estado unitario pero con esferas excepcionales de autogobierno para las regiones que lo desearan. La de 1931 fracas¨®, v¨ªctima de los radicalismos. La de 1978 parec¨ªa tener mejores perspectivas.
La historia juzgar¨¢ a las ¨¦lites nacionalistas y las culpar¨¢ de la divisi¨®n de la sociedad catalana
La Transici¨®n fue un ejercicio de sensatez y renuncia, por un lado, a la llorosa y da?ina literatura del desastre y, por otro, a los grandiosos sue?os de transformaci¨®n del mundo que nuestras mentes hab¨ªan incubado durante la larga noche del antifranquismo. Ad¨®nde vas t¨², Carrillo, cant¨¢bamos, con la reconciliaci¨®n. No bastaba con derrocar la dictadura. Quer¨ªamos la revoluci¨®n. Y no una revoluci¨®n cualquiera, sino una que, superando el estalinismo y otros ¡°errores¡±, fuera, a la vez, democr¨¢tica, autogestionada, l¨²dica y respetuosa con las minor¨ªas sexuales o nacionales. El paquete redondo. De vez en cuando, alguno suger¨ªa un matiz olvidado y, tras largo debate, lo inclu¨ªamos. Pero nos hicimos mayores, en el mejor sentido, y renunciamos a estas demandas a cambio de asegurar las libertades pol¨ªticas fundamentales y el crecimiento econ¨®mico.
Los nacionalistas radicales, en cambio, no renunciaron a nada. Su sue?o era la independencia, y lo mantuvieron, aunque siguieran siendo minor¨ªa. No se iban a conformar con un mero autogobierno, aunque fuera amplio; y menos a¨²n con un autogobierno similar al otorgado a otros territorios del pa¨ªs, sin su tradici¨®n identitaria y de exigencia auton¨®mica.
La Generalitat, como el Gobierno vasco, cay¨® en manos de los nacionalistas. No de los m¨¢s radicales, pues Jordi Pujol cre¨ªa imposible la independencia y se limit¨® a elevar al m¨¢ximo el list¨®n de sus exigencias dentro de la legalidad. Pero, en vez de concentrarse en el autogobierno, su tarea principal fue fer pa¨ªs, es decir, construir la naci¨®n. Una naci¨®n sin Estado, dec¨ªan, pero apoyada, en realidad, por un aparato pol¨ªtico y administrativo perfectamente estatal que dedicaba sus mejores esfuerzos a reforzar el sentimiento de naci¨®n catalana y debilitar el de la espa?ola.
Sus medios principales fueron los de cualquier Estado: el sistema educativo, las instituciones oficiales y los medios p¨²blicos de comunicaci¨®n. Como ejemplo de instituci¨®n, el Museu d¡¯Hist¨°ria de Catalunya, que sigue difundiendo hoy ante visitas escolares diarias la versi¨®n can¨®nica del victimismo nacionalista. Como ejemplo de los medios, el mapa del tiempo de TV3, que incluye los Pa?sos Catalans, pero excluye el resto de Espa?a. Si a ello se a?aden la crisis econ¨®mica de 2008 y el anticatalanismo del PP (de la derecha espa?ola no se puede olvidar aquella explosi¨®n espont¨¢nea, al reconquistar el poder en marzo de 1996, de ¡°Pujol, enano, habla castellano¡±), se comprende el auge del sentimiento exclusivista e independentista entre las j¨®venes generaciones.
Ese es, pues, el principal problema que sigue vivo ante nosotros (dejo de lado, ya s¨¦, cosas como la calidad de la ense?anza y la investigaci¨®n, que, desgraciadamente, angustian menos a la opini¨®n). Deber¨ªamos poder resolverlo, como resolvimos los dem¨¢s. La ?f¨®rmula ser¨¢, seguramente, un federalismo m¨¢s aut¨¦ntico y completo. Pero no habr¨¢ soluci¨®n a partir de los planteamientos cl¨¢sicos de los nacionalismos excluyentes.
La historia juzgar¨¢ alg¨²n d¨ªa a las ¨¦lites nacionalistas. Les culpar¨¢, creo, del grave deterioro de la cultura catalana, antes cosmopolita y hoy ensimismada, y de la divisi¨®n de la sociedad, antes satisfecha con el biling¨¹ismo y la doble identidad. Como les culpar¨¢ por haber creado un Estado en su peor versi¨®n posible: el decidido a imponer la homogeneidad cultural, seg¨²n su modelo preconcebido de naci¨®n, y por tanto a reducir la libertad y la pluralidad de la sociedad a la que gobierna.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador. Autor de?Dioses ¨²tiles. Naciones y nacionalismos?(Galaxia Gutenberg, 2016).
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