Aquel hombre
Franco beato, militar, ultrarreaccionario, provinciano; Negr¨ªn librepensador, cient¨ªfico, viajero, republicano, vividor
Enrique Moradiellos tiene un talento narrativo de historiador americano o brit¨¢nico y una capacidad doble para la profundidad investigadora y para la s¨ªntesis. Su libro escuetamente titulado 1936 es el mejor resumen que conozco de la Guerra Civil. Su biograf¨ªa de Juan Negr¨ªn ofrece esa inmersi¨®n de largo aliento que suele considerarse exclusiva de las novelas, pero que yo encuentro con m¨¢s frecuencia en el trabajo de los historiadores que combinan la pasi¨®n de descubrir y la pasi¨®n de contar. En ese libro uno encuentra la complejidad hist¨®rica de los tiempos que le toc¨® vivir a Juan Negr¨ªn y tambi¨¦n el sentido inmediato de su car¨¢cter y hasta de su presencia f¨ªsica. En una ¨¦poca en la que el pasado espa?ol est¨¢ cada vez m¨¢s sometido a las simplificaciones y a los manique¨ªsmos de la ideolog¨ªa, y en la que el arte de la novela se pone con frecuencia al servicio de catecismos de buenos y malos, me da la impresi¨®n de que el trabajo de los historiadores es m¨¢s que nunca el reducto del conocimiento riguroso y de esos valores de sutileza, ambig¨¹edad y pluralismo de miradas que antes sol¨ªamos encontrar en las novelas.
Pocos personajes de ficci¨®n pueden competir en atractivo y en desmesura como aquel inmenso Juan Negr¨ªn que tuvo tanto que ver con lo mejor de la llamada Edad de Plata de la cultura espa?ola. Sabemos mucho de los poetas, los cineastas, los pintores, los gandules que confluyeron en los a?os veinte en los pisos nobles de la Residencia de Estudiantes. Pero se sabe mucho menos del s¨®tano de ese mismo edificio en el que Juan Negr¨ªn estableci¨® su laboratorio cient¨ªfico. En la biograf¨ªa de Moradiellos uno aprende que Negr¨ªn forma parte de la genealog¨ªa de la ciencia espa?ola en la misma medida que en la de nuestra tradici¨®n democr¨¢tica. Negr¨ªn exiliado en Par¨ªs y en Nueva York, expulsado del Partido Socialista, repudiado por los suyos, es una figura tr¨¢gica, como Aza?a en Montauban o Antonio Machado en Colliure.
El historiador, como el novelista, se siente unas veces tentado por la expansi¨®n y otras por la s¨ªntesis. Ser conciso sin simpleza es tan dif¨ªcil como explorar la amplitud sin prolijidad innecesaria ni desorden. Ahora Moradiellos acaba de publicar un libro que, no solo por su brevedad, parece la ant¨ªtesis de su biograf¨ªa de Negr¨ªn. Y es que costar¨ªa mucho encontrar un personaje tan opuesto a ¨¦l como su coet¨¢neo exacto y enemigo el general Franco. Yo no creo que hubiera nunca dos Espa?as, ni siquiera cuando hab¨ªa dos bandos separados por un frente de guerra. Pero quiz¨¢ s¨ª hay, o hubo, dos modelos opuestos y del todo incompatibles de espa?ol, que en este caso habr¨ªan sido Francisco Franco y Juan Negr¨ªn. Franco peque?o, Negr¨ªn grandull¨®n; Franco con voz de pito, Negr¨ªn con voz rotunda de gigante canario; Franco beato, militar, militarista, ultrarreaccionario, provinciano; Negr¨ªn librepensador, cient¨ªfico, viajero, republicano, vividor. Negr¨ªn presidi¨® durante casi dos a?os angustiosos el Gobierno leg¨ªtimo de la Rep¨²blica; Franco se sum¨® arteramente a un golpe de Estado ya en marcha y se las arregl¨® para alcanzar un poder absoluto, para mantener durante treinta y tantos a?os el esp¨ªritu de victoria y revancha sobre los vencidos. Franco muri¨® en la cama en Madrid con 83 a?os despu¨¦s de una agon¨ªa lenta y cruel, y Negr¨ªn, que era solo unos meses mayor, a los 64, en Par¨ªs, de un ataque al coraz¨®n. Franco quiso ser enterrado en el mausoleo necr¨®filo del Valle de los Ca¨ªdos; Negr¨ªn pidi¨® que en la l¨¢pida de su tumba, en el cementerio del P¨¨re-Lachaise, s¨®lo estuvieran las iniciales de su nombre.
El trabajo de los historiadores es m¨¢s que nunca el reducto del conocimiento riguroso y de esos valores de sutileza, ambig¨¹edad y pluralismo de miradas que antes sol¨ªamos encontrar en las novelas
Cuando yo era ni?o, Negr¨ªn y Aza?a eran raros nombres ex¨®ticos que pronunciaba con reverencia y misterio mi abuelo materno. Infaliblemente, cada vez que com¨ªamos lentejas, mi abuelo dec¨ªa: ¡°Las p¨ªldoras del doctor Negr¨ªn¡±, porque era as¨ª como se las llamaba en las hambres de la guerra cuando no hab¨ªa otro alimento disponible.
Franco era una figura que oscilaba entre la omnipresencia y la invisibilidad. Su foto estaba en las aulas de la escuela, a la derecha del crucifijo. A la izquierda estaba siempre la foto de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera. Franco aparec¨ªa siempre en los noticiarios patri¨®ticos que pasaban en el cine antes de las pel¨ªculas, pero en ese rato todo el mundo andaba distra¨ªdo y no prestaba la menor atenci¨®n ni a las im¨¢genes en blanco y negro ni a las voces vibrantes de los locutores. Hablo de los a?os anteriores a la llegada de la televisi¨®n a las casas de familias trabajadoras en el interior de Andaluc¨ªa. Franco era esa vocecilla sin cuerpo y casi sin volumen en la radio, a media noche, el ¨²ltimo d¨ªa del a?o. Una vez, en la escuela, nos concentraron a todos en un patio muy grande y nos dijeron que iba a llegar Franco. Yo era muy peque?o, perdido en una fila, entre centenares de ni?os con mandiles azules. En un momento dado alguien dio la se?al de aplaudir, pero yo no vi nada, y un momento despu¨¦s toda aquella expectaci¨®n hab¨ªa terminado. Franco deb¨ªa de ser invisible.
Dar cuenta de alguien tan desmedido como Juan Negr¨ªn requiere de un historiador un esfuerzo casi de la misma escala que el propio personaje. Al tratar de Franco, Enrique Moradiellos se habr¨¢ encontrado, imagino que no sin estupor, con el caso contrario. Franco resulta tan banal que no parece que su biograf¨ªa pueda ser mucho m¨¢s larga que su necrol¨®gica o que la enumeraci¨®n administrativa de una hoja de servicios. Moradiellos ha consultado con mucha atenci¨®n los testimonios de personas que estuvieron muy cerca del tirano y que publicaron libros impagables despu¨¦s de su muerte: dos de sus m¨¦dicos, adem¨¢s de su primo y secretario personal, el teniente general Franco Salgado-Araujo. Franco fue toda su vida un d¨¦spota fr¨ªo y un beato de misa y rosario, un verdugo sin remordimientos y una especie de funcionario que al caer la tarde se pone las zapatillas de fieltro y se sienta a ver la televisi¨®n en una mesa camilla al calor del brasero, un intrigante resabiado que se las arregla para amarrarse al poder como un mejill¨®n a una roca, y un abuelo que por nada del mundo se pierde un partido de f¨²tbol en la tele y cada domingo por la noche comprueba los resultados de las quinielas, a ver si le ha tocado algo.
Franco acert¨® una vez una quiniela de 14 y sin que nadie se enterara cobr¨® un mill¨®n de pesetas.
Franco. Anatom¨ªa de un dictador. Enrique Moradiellos. Turner, 2018. 320 p¨¢ginas. 22,90 euros.
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