B¨¦lgica reabre el Museo de ?frica tras ¡°descolonizarlo¡±
La colecci¨®n ha doblado su tama?o e incorpora una mirada cr¨ªtica al pasado
Cinco a?os despu¨¦s de cerrar sus puertas para el primer gran lavado de cara de su historia, el Museo de ?frica de Tervuren vuelve a respirar. La reforma ha sido larga y costosa ¡ª66 millones de euros¡ª, pero B¨¦lgica presenta a partir de este domingo al visitante el resultado de sus esfuerzos para dotar a la mayor colecci¨®n sobre ?frica del planeta de una mirada m¨¢s cr¨ªtica sobre su papel de potencia colonial.
En ese tiempo, su director, Guido Gryssels, de 66 a?os, ha trabajado con expertos y representantes de la comunidad africana para reformular la exposici¨®n, heredera para muchos de una visi¨®n trasnochada de la historia. El resultado es visible. Algunas de las piezas m¨¢s controvertidas han salido de la exposici¨®n permanente. La estatua del hombre leopardo listo para atacar a una v¨ªctima, paradigma del mito del africano salvaje y primitivo, ha sido enviada al dep¨®sito de esculturas del subsuelo. Tambi¨¦n ha perdido preponderancia el rey Leopoldo II, el hombre que rein¨® como monarca absoluto del Congo desde 1885 a 1908 dejando millones de v¨ªctimas por los duros trabajos de extracci¨®n del caucho. Y se han a?adido obras de artistas africanos contempor¨¢neos y textos cr¨ªticos con el colonialismo. ¡°Durante a?os hemos presentado la imagen de que la cultura occidental es superior a la de ?frica. Quer¨ªamos descolonizar el museo¡±, se?ala Gryssels.
El pasado colonial se ha convertido en material altamente inflamable en B¨¦lgica. La idoneidad de mantener en calles y plazas estatuas que ensalzan a Leopoldo II reaparece asiduamente en el debate p¨²blico. Y tras a?os de invisibilidad, la primera plaza en honor al h¨¦roe de la independencia congole?a Patrice Lumumba se inaugur¨® hace cinco meses en Bruselas. El museo trata de ser el ¨²ltimo eslab¨®n de una cadena de gestos. ¡°Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacer¨ªa seguir¨¢n glorificando al cazador¡±, se puede leer en una de sus inscripciones.
El proverbio africano resume el esp¨ªritu con que dicha comunidad se ha involucrado en la reforma. En un pa¨ªs donde viven unos 250.000 africanos, la mayor¨ªa congole?os, los representantes de esa di¨¢spora creen que la renovaci¨®n sigue a medio hacer, y reclaman un hueco en la direcci¨®n del museo para africanizar su visi¨®n.
Entre las voces m¨¢s cr¨ªticas, hay quien exige su desmantelamiento y la devoluci¨®n de las 120.000 piezas, trasladadas durante d¨¦cadas por misioneros, militares y cient¨ªficos. El Gobierno congole?o no va tan lejos, pero mientras prepara su propio museo en Kinshasa, ha anunciado que pedir¨¢ la restituci¨®n de parte del material expoliado.
La historia del lugar no contribuye a rebajar la animosidad de una parte de la comunidad africana. En la zona donde se asienta el museo se instalaron en 1897 varios poblados a los que llevaron a 267 congole?os para que fueran observados en una suerte de zool¨®gico humano. Siete de ellos no resistieron el fr¨ªo invierno belga y murieron de gripe.
Durante generaciones, entrar al imponente palacio neocl¨¢sico y toparse con el elefante abatido para la exposici¨®n universal de 1958, la larga piragua de 3.500 kilos con capacidad para 100 pasajeros, m¨¢scaras o cocodrilos, ha sido para muchos belgas su primer contacto con ?frica y la llamada ¡°misi¨®n civilizadora¡± de su pa¨ªs. Esa narrativa parece destinada ahora a quedar sepultada en el tiempo. Los fantasmas del pasado colonial est¨¢n cada vez m¨¢s presentes. Y llegan al plano simb¨®lico. El rey Felipe de B¨¦lgica no inaugurar¨¢ el museo como estaba previsto para evitar suspicacias.
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